viernes, 8 de enero de 2010

Regreso

Fotos que congelan momentos. Paisajes indescriptibles que se quedarán en la memoria por un tiempo, o se perderán entre tanto desorden con el correr de los días. Imágenes que tal vez no vuelva a ver, quizá si. Un oasis en medio de tanto desierto... una compañía fugaz entre tanta soledad... Una realidad virtual.Con más interrogantes que respuestas, me fui buscando no sé qué. Seguramente escapar de la rutina, alejarme de un trabajo abrumadoramente fatigante, una picadora de carne que no discrimina y explota a todos por igual. Vivir una fantasía, convencerme de una realidad, asumir un vacío latente, aceptar que no hay nada más.El mientras tanto fue en parte maravilloso, pero también cruel y desesperante. No hay peor cosa que la sensación de lo inevitable ¿o si? No se puede tapar el sol con un dedo, y sin embargo uno lo sigue intentando. Las burbujas se explotan al cabo de un rato y la magia desaparece. Eso es inevitable. El vacío que queda también. Cómo imaginar que las cosas pueden ser de otra manera si al fin y al cabo la magia siempre desaparece y con ella la fascinación, la credibilidad, la sorpresa.Allí está uno creyendose especial por vivir un momento único, sintiéndose merecedor de todo el placer del mundo que para algo se rompe el alma cada uno de los días de su vida. La recompensa parece estar en todas partes: un mar azul intenso, un día de sol brillante, médanos enormes de arena clara, ballenas saltando frente a la costa, un viento frío y suave que acaricia la cara y juega incansablemente con el pelo, un aire intenso que se mete profundamente en los pulmones renovando la sensación de estar vivo, y un desafío nuevo en cada momento: que el buceo, que pedalear 40 kms entre ida y vuelta, que descubrir los mejores lugares, que experimentar la sensación de la libertad, que verse pequeño frente a la inmensidad de la nada. La nada entiéndase como la inmensidad del mar, la inmensidad del cielo, el viento envolvente, la estepa infinita, el silencio y nadie (o casi nadie) alrededor. Cómo no sentirse Héctor Alterio gritando a los cuatro vientos "la puta que vale la pena estar vivo".Una de cal... dos de arena. Porque entre tanta cosa bella, tantas sensaciones indescriptibles aparecen siempre esas señales de alerta que nos avisan que todo eso es temporario, fugaz, finito. La desconfianza domina la situación y ya no se puede creer en lo que se creía. No alcanza con ver para creer porque la visión puede estar distorsionada y el precio a pagar se torna luego elevado.Toda película llega a su fin. Toda fantasía también. La mía es una de esas pelis que no tienen grandes libretos, no tienen grandes actuaciones, podría ser una comedia de enredos, pero es un melodrama barato que alcanza para secarse algunas lágrimas antes de que pasen los títulos y enciendan las luces. Una comedia dramática para el olvido a la que se accede como excusa para disfrutar de los pochoclos.Aquí estoy, de regreso, con más certezas que interrogantes: Estoy de vuelta, otra vez la rutina, otra vez la incertidumbre y la locura de un trabajo insalubre, otra vez las obligaciones. Otra burbuja que se rompe. Un abismo infinito y la certidumbre de que ya no hay más nada... ¿y ahora qué?"La puta que vale la pena estar vivo"... ¿vale la pena?

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