lunes, 26 de septiembre de 2011

Tumba

Creí que había muerto. Vi cómo los puñados de tierra iban cayendo sobre su tumba. Sentí la agonía del paso del tiempo y el dolor apagándose en su intensidad. Vi marchitarse las flores. Escribí cientos de epitafios en su honor. Lloré su ausencia. Extrañé su ternura. Olvidé su lado oscuro. Lo idealicé.
Soñé con él cientos de veces. Rogué por él. Recé.
Imaginé que no había vida después de él, que su muerte se había llevado todo. Las hojas amarillas del otoño cubrían cada temporada su refugio perdido entre la soledad y la tristeza.
Sabía que su fantasma seguía rondándome todo el tiempo. Me atormentaba con su presencia invisible. Aún así seguía burlándose de mí.
El había muerto, es cierto. Yo también morí con él. No conozco su infierno, pero sí el mío.
De pronto, un puente me conecta de nuevo. El azar tiene misterios inexplicables. Pero ya no te quiero seguir padeciendo.

sábado, 30 de julio de 2011

Bruma

Aún se notan las huellas de tu paso en la arena. Es un mapa que se pierde en la inmensidad de un mar que va y viene incesantemente, que choca contra las rocas y se vuelve a sumergir con fuerza en las profundidades misteriosas que se agitan con regularidad.
El viento hace su contribución arrastrando la salinidad del rostro que se pierde en los labios. Océanos de melancolía que duele a veces. Acordes que diluyen palabras en una mezcla confusa de imágenes que se esfuman progresivamente con su brisa.
Las palabras que pronunciamos alguna vez se fueron tras tus pasos. En ocasiones algunas de ellas regresan desordenadas. Rompecabezas del tiempo que no llego a reconstruir con facilidad.
Sonidos que son familiares me acercan ciertas fotos que ya no conservo. Ansias traicioneras me impulsan a resquebrajarme en mil pedazos con acciones que no puedo controlar. Retazos de una vida fuera de control.
La humedad de la arena se siente con intensidad en los pies temblorosos del invierno. Un cuerpo sin alma espera tendido en la playa un rescate que llega demasiado tarde.

sábado, 23 de julio de 2011

Insomnio

Es una noche fría con el insomnio como protagonista. El cansancio se hace sentir, pero aún así no se asoma siquiera la voluntad de cerrar los ojos. Una taza de te caliente me acompaña, y de fondo, algún personaje me interpela desde el televisor encendido. No le presto atención, poco me importa lo que haga para que me concentre en él, mis pensamientos están muy lejos. No es una lejanía física, es temporal.
Todo mi ser funciona por inercia. Me pregunto dónde quedaron mis signos vitales, aquellos que se encendían de entusiasmo ante una nueva expectativa. Miro mis manos heladas y siento en ellas la resignación.
La luna, afuera, también está en soledad. Por momentos pienso que me observa, sin embargo un instante más tarde me río de la ridiculez de la ocurrencia. La oscuridad que la rodea, me envuelve. La humedad del rocío me hace tiritar. Hay tantas verdades que se desdibujan ante mi mirada confusa. La mezcla de niebla y cenizas del pasado me muestran fotos en sepia que creí olvidadas.
Quisiera borrar con el codo todo lo que escribí durante años. Nunca me di cuenta que la tinta era indeleble y que las huellas marcarían una trayectoria que ya jamás podría abandonar.
La infusión que sorbo casi con desesperación es un alivio para el clima gélido que me abruma, escaso bienestar que finaliza en el silencioso transcurrir de mis lentos pesares cristalinos. Perdí la noción del tiempo. Estoy condenada a morir en mi propio infierno. Algún juez maléfico se encargó de hacerme padecer mi castigo. Tal vez esté perdiendo la razón, pero sé que aunque es casi imperceptible, el fantasma de tu ser aún está conmigo.

miércoles, 1 de junio de 2011

Irracional

Hizo todo lo contrario de lo que siempre hubiera querido. No supo cómo resolver los enigmas que le presentaba la vida. Una y otra vez elegía la opción equivocada. Está viva, pero se siente morir cada vez más. Y si bien hay algo de verdad en eso, todos vamos muriendo cada vez más a medida que vivimos, ella se sentía ya en otro plano.
Tal vez haya sido la impunidad que le daba la muerte. O de verdad estaba al borde, en el límite entre la locura y la desesperación. A cada instante parecía empeñarse en hacerse cada vez más daño.
Sentía que nadie podía ayudarla. No fue capaz de pedir socorro. No encontró en su agenda un número que le sirviera, un contacto real que la contuviera. Estaba inerte, como parada en una cinta transportadora que la llevaba de un lado a otro sin tener voluntad para elegir algo que la rescatara.
Se preguntó mil veces si aún seguía viva. Se desesperaba cada vez que sentía que seguía perdiendo oportunidades. Nunca supo cuál era el sentido de su vida. No pudo encontrarlo. Tampoco el de su muerte, y ahora sufre en su propio infierno.
Hay quienes dicen que un día va a despertar. Yo no lo creo. Y ella tampoco.

jueves, 21 de abril de 2011

Asuntos pendientes

No quise hablar. Tampoco me interesaba escucharlo. Sabía cada palabra que me diría, y no quería una vez más que la cantinela se repitiera infinitamente. Supe desde hace mucho tiempo que no iba a poder cambiar su forma de ver las cosas. Tampoco sus actitudes, y mucho menos sus acciones.
Desde que tengo memoria todo ha tenido un sentido trágico a su alrededor. No porque tuviera una mirada negativa de las cosas sino porque su manera simplista y cerrada de pensar terminaba por generar consecuencias indeseables para todos, menos para él.
No recuerdo que alguna vez nos hayamos mirado a la cara de un modo directo y en paz, todo lo contrario. El único móvil era la discusión. Hasta que un día decidí que ya no discutiría y simulé que no estaba en mi vida, y que podía continuar con esa ausencia. Una ausencia que fue doble, física porque él no estaba, y mental porque yo procuraba no pensar en él. Sin embargo, había una tercera ausencia que yo pretendía que no existía, pero que en cambio, me ha acompañado dolorosamente desde siempre.
La carencia de su afecto en los hechos, en la cotidianidad de los días, de la reciprocidad mutua que se suponía debería existir entre nosotros, pero que no estaba, eso sí era una constante.
Ahora que lo veo a través del tiempo, más avejentado, aunque igual de terco, me doy cuenta que no lo conozco. Sé que a su manera cree que me acompañó y que siempre estuvo conmigo. Yo creo que nunca estuvo. Sé que me quedan muchos asuntos pendientes, pero no tengo crédito para cancelar mi deuda, una deuda que no es de él, sino mía.

sábado, 9 de abril de 2011

Bebe

Me mira. Me sonríe a veces. Sus ojos claros me muestran su picardía. Juega con mi pelo. Se duerme en mis brazos en ocasiones. Hay una conexión que es fugaz pero simpática e intensa.
¿Dónde estaba cuando todo estaba pasando? me pregunto mientras la observo. Inevitablemente pienso en el paso del tiempo. Hay un abismo que nos separa entre su generación y la mia. Seguramente las cosas van a darse vuelta un día y seré yo quien no la comprenda. Probablemente mi mirada sea de desolación e incertidumbre.
Allí está, pequeña, sonriente, llorona a veces. Balbucea sonidos, juega. Mueve sus manitos sin coordinación, inspecciona un objeto, luego otro. Es inquieta, veloz y curisosa. Descubre el mundo a cada paso y todo lo que sucede a su alrededor le llama la atención. Imagino que en su micromundo es feliz.
Sé que crecerá antes de que pueda darme cuenta de la velocidad con la que transcurre el tiempo. Algún día se irá y yo quedaré extrañando la indescriptible suavidad de sus caricias inocentes. Es sólo una beba, pero pronto, no sé cuándo, dejará de serlo.

sábado, 2 de abril de 2011

A donde vas cuando no tenes escapatoria?

¿A dónde vas cuando no tenés escapatoria? Se hizo esa pregunta cientos de veces. Nunca encontró otra respuesta más que permanecer inmóvil esperando a que el final suceda. Se pasó años recorriendo el mismo camino para llegar siempre a los mismos lugares. No le encontraba sentido a veces, es cierto. Pero nunca se atrevió a encarar otro destino, o no supo cómo hacerlo.
Ahora está allí sentada, con sus pensamientos desparramados por cualquier lado. Se siente desamparada y sola. Sabe que no tiene escapatoria. Intenta que la música la aturda. Pone la radio a todo volumen. Escucha las canciones pero no les presta atención. Llora, como siempre llora. Es como una niña pequeña acurrucada en un rincón purgando una penitencia por haber cometido una travesura. ¿Cuántas veces va a sucederle lo mismo? Innumerables.
Dicen que el camino del dolor hay que atravesarlo una sola vez. Pero ella no puede dejar de ir y volver por ese trayecto. Está como atrapada en un laberinto inmenso que la agota, la consume, la neutraliza.
Está perdiendo todas sus oportunidades. Ya ha perdido bastantes. Si sólo se tratara de suerte, el azar nunca la acompañó. Si se trata de accionar, nunca sabe qué hacer, y sus elecciones no han resultado afortunadas. Se ha quedado inmóvil desde hace tanto tiempo, que no sabe ahora cómo seguir. Como hace tanto que no lo sabe. Se ha dejado estar. Anduvo dando vueltas en círculo, pretendiendo llegar a un lugar distinto. Nadie la acompaña, y se siente perdida.
Nadie podría acompañarla tampoco. No sabe estar en soledad, y no sabe dejarse acompañar. Ahora, mientras la música suena. Mientras afuera hay un sol radiante. Ella está ahí, viviendo la noche de su vida, y preguntándose una vez más, a dónde va a ir, si ya sabe que no tiene escapatoria. Y la respuesta está ahí mismo, en esa actitud pasiva, resignada. No va a ir a ningún lado. No tiene monedas para el colectivo.

Cuervos

Cuervos. Son cuervos. Negros. Oscuros. Feos. Comen mi carroña. Me despedazan. Se hacen la fiesta con los pedazos de mi vida. Me asechan. Están expectantes. Me vigilan. Me persiguen con su mirada condenatoria. Me miran con recelo. Me cuestionan. Me huelen. Miden mis pasos. Me rodean. Simulan que son otra cosa, pero son cuervos. Horribles. Feroces. Perversos.
Sobrevuelan mi andar para todos lados. Se pelean por los restos de mi cadáver. Les entregué mi vida, pero su apetito no fue saciado. No tengo más que ofrecerles, y lo toman todo con sus picotazos que me dejan sin energía. Me chupan la sangre como si fueran vampiros. Me roen como si fueran ratas. Me asustan con sus ojos enormes y amenazantes, pero me resigno no sin dolor.
Me consumen envida mientras esperan mi muerte. Los conozco a todos. Sé como son, uno a uno les conozco las mañas y sé que nadie va a privarse de celebrar mi último respiro. Saben que me clavaron el puñal de la decepción hace tiempo. Que aunque sobrevivo, morí hace mucho tiempo. Vivo con ese dolor desde que descubrí que les salían sus primeras plumas y sus corazones se volvían cada vez más oscuros. Son cuervos. Yo los crié y ahora me están sacando los ojos.

Ilusión

Frasquitos de colores de pronto se convierten en esperanza. Dejar atrás el pasado, sentirse seguro, adquirir confianza, recuperar la inventiva, la creatividad, tender lazos de comunicación, propiciar la fe, generar emociones, entrar en sintonía con el universo. Si todo fuera tan sencillo.
No hay armonía que me conduzca hacia vos. Intento alternativas pero me desoriento en el laberinto de incongruencias, incógnitas que nunca se resuelven, temores que cuesta enfrentar. Aferrarse una y otra vez a fantasías que nunca van a concretarse, ideales que no existen, pensamientos imposibles que se consumen toda la energía. Marchar a media máquina con un itinerario incierto.
Comprar la ilusión y pagarla en efectivo. Llevarla atrapada en doble envase para que no se escape. No tiene un gran costo económico, pero si todo fuera tan sencillo, entonces no dejaría de ser elitista porque para todo aquel que no pueda tener su pócima, no existe más alternativa que el azar.
Me siento incluida en ese ejército de seres expectantes de los deseos de la buena o mala fortuna. Creo que aunque tenga mi frasquito, algo fallará. No obstante, la incertidumbre, la expectativa que genera la posibilidad de que sí funcione, me llena de ilusión. Entonces pienso que el precio en realidad paga ese momento. La decepción posterior se pagará en cuotas.

Furia

Escribe rápido, como si quisiera sacar con furia las palabras que se le atragantan irrefrenables y confusas. No conoce otra forma de gritar silenciosamente. Sabe que todas esas frases se pierden en el mismo momento en el que las deja salir. Nadie más las leerá. Ella imagina que le cuenta sus pesares a alguien que la escucha, porque ya no tiene a nadie que la escuche. Ni ella misma quiere escucharse.
No tiene habilidad para escribir frases geniales. También perdió la claridad que tenía en otro tiempo su escritura. Son sólo frases que arma como si recortara las palabras de un diario y las pegara en una hoja. No es un mensaje anónimo ni es una amenaza, ni tampoco es la tarea del colegio. Es un instante desesperado en el cual necesita simplemente sobrevivir.
Todo lo que escribe termina en la basura. Siente que todo lo que le pasa no es nada más ni nada menos que eso, residuos de una vida que si hubiera podido elegir, hubiera seleccionado otra. Pero es la que le tocó y no sabe qué hacer con ella.
Su vida es un invierno. Fría, gélida. Permanece congelada en el tiempo. No deja de tiritar de miedo, de inseguridad, de fracasos que le generan escalofríos continuamente. El castañetear de sus dientes se escucha como una melodía agobiante que se vuelve insoportable cada vez. Es una vida gris, lacerante, desolada, como la noche más fría de julio.
No se hace preguntas existenciales. No cree en milagros. Ya no tiene esperanzas. Lo único que la desespera es no saber cuándo llegará el final. Sabe que la primavera nunca brillará. Sus ojos grises no pueden percibir otra gama de colores. No siente la calidez de un abrazo, ni la tibieza de los afectos. Descubrió que nada de todo eso existe, que las personas se dejan engañar con la fantasía de cariños que no existen, valores que se traicionan, compañías virtuales que esconden individualidades francamente egoístas. Ella no puede con todo eso. Nunca supo disimular lo que sentía. Pecó de ingenua infinidad de veces. Ha sido torpe otro tanto. Y se quedó sola definitivamente cuando descubrió que ya no podía confiar en nadie, ni siquiera en ella misma.
Ahora escribe con rapidez. Una palabra, otra, frases inconexas, sin sentido. Furia. Dolor. Tristeza. Cobardía. Soledad. Angustia. Desesperación. No relee lo que escribe. Todo se reduce a un montón de papeles arrugados cuando descubre que las palabras también la traicionan.

lunes, 21 de febrero de 2011

Muerte

El tiempo está dejando su huella en mi cara. También en mi figura y en mi pelo. La mirada nunca pudo reflejar otra cosa que la tristeza del pasado. Me vuelvo vieja, lo sé. Es parte del ciclo vital. Pero la confusión en mi cabeza no deja de torturarme. Hasta aquí nunca he comprendido el sentido real de la vida. Es como jugar una carrera que se sabe se pierde. Desde qué lugar de entusiasmo y expectativa podría vivirse. Nunca he sabido jugar ese juego. Siempre ha sido una incógnita para mí. Me he sentido fuera del mundo desde que comencé a razonar por mí misma. He mirado la vida siempre con recelo, de costado. A mi manera intenté subirme a ese tren que pasaba delante de mis ojos. Nunca he sacado la sortija. No he sido buena para jugar. La suerte tampoco me ha acompañado.
A veces pienso que la teoría de la reencarnación es cierta. Imagino que fui un ser cruel en mi vida anterior y eso hace que sufra mucho en ésta. Entonces pienso, que si no puedo recordar de qué se trató mi pasado, la lección no puede aprenderse, porque voy a morir sin encontrarle un sentido a este fragmento de la historia. Sé que puedo consolarme creyendo que la revancha la tendré en la siguiente vida. Es cuando ansío el fin, cuando deseo morir. Avanzar las páginas del libro para ver cómo termina. Y si no fuera así, y si no hay otra vida. Entonces vuelvo a cuestionarme sobre esta vida que llevo. El por qué y sus para qué. Muchas veces creo que mi existencia es producto de un error. No he podido salir del borde ni atravesar fronteras. Siento que ya he muerto, y sólo soy un fantasma que deambula por allí. ¿Y si fuera así? Lo único que sé es que estoy fuera de juego, y ya no tengo fuerzas para seguir participando.

Pesadilla

No es cierto que esas calles me recuerden a vos. Todo me recuerda a vos. No hay instante de mi vivencia actual que no tenga un hilo conductor hacia el pasado. Y en el pasado estás vos. No hay nada más que vos. Antes de vos no hay nada.
Recorro esas calles y nos veo de la mano, acariciándonos, besándonos, y hasta incluso discutiendo. Son cachetazos de recuerdos que me invaden, sensaciones que me angustian, sentimientos que persisten.
Éramos muy jóvenes cuando todo eso sucedía. El tiempo, y nuestros propios desencuentros se ocuparon del resto. Circunstancias inesperadas me llevan a transitar aquellos recuerdos. Te pienso y adivino a cada paso tu presencia que me acompaña. Sin embargo ya no estás. No sé qué fue de tu vida. No sé qué ha sido de la mía.
Pasó tanto tiempo desde la última vez que nos vimos que siento que fue en otra vida. A veces me pregunto si realmente exististe o todo es producto de mi imaginación. Me cuesta pensar en que recorrimos tanto camino juntos, que nos gustaban los mismos lugares, que obligatoriamente transitábamos los mismos sitios, y aún así nunca más volvimos a vernos.
Estuve durmiendo durante mucho tiempo. No sé cómo, cuándo, de qué manera se pasó el tiempo. Hay en mi vida una brecha de años que no puedo justificar. Sé que soñaba cuando estaba con vos. Pero ahora que ya desperté la pesadilla se hizo realidad.

Quien sabe

El mundo se había desmoronado la noche en que él la dejó. Tenía en sus brazos a la pequeña que acababa de nacer, y de pronto todo lo que había soñado como una vida de felicidad se acabó. No supo entonces cómo resolvería su vida. Sentía el infierno en carne propia. Estaba herida por todos lados. El corazón destruido, la cabeza hecha un torbellino. Una hija que era como una espada que la atravesaba de pies a cabeza.
No había otra cosa que interrogantes. Cada pregunta era un cargamento de municiones pesadas que la lastimaban un poco más. Lloraba, más que la niña, lloraba. Cada día era una eternidad. La pequeña era su debilidad y su esperanza. Su frustración y su obligación. Si como dicen, sólo el amor salva, la niña estaba allí para recordarle que su misión era no dejarse rendir, no abandonarse, y si o si, salvarse.
Los detalles se me escapan en la inmensa tenacidad de los días que pasaron. De pronto es como si todo se hubiera acelerado hacia un nuevo final. Como esos juegos en los que hay que tirar el dado y la casilla dice volver a empezar. Así estaba ella, avanzando uno a uno los casilleros. No sé cómo fue que se encontró otra vez transitando las mismas cosas, pero de un modo distinto esta vez. El dado le marcó otro casillero, y allí estaba, viendo pasar los días junto a la misma persona a la que se unió una vez.
Es cierto que se le notan los años, que sus tres hijas la impulsan a seguir siempre un poco más. La hacen retroceder a veces uno o dos pasos, pero vuelve a arrancar. Tiene un pensamiento de familia de clase media, de esos que piensan en el amor para toda la vida, y que lo fundamental es asegurarle un techo a los hijos. En las noches secretamente se siente satisfecha por la vida que tiene, aunque no lo reconoce en su interior una voz le pregunta, cómo sería su vida si hubiera elegido otro camino. No lo sabe, evita la respuesta. Se entretiene pensando en cómo será la casa que comprarán.

Algo

No ha sonado ni una sola vez en meses. Tan solo un adiós, y avanzar con pasos inseguros sin volverse a mirar. No hay futuro, y ya no queda nada del pasado. No supo desde entonces el rumbo que tomaría cada día buscando una respuesta que la ayudara a seguir. No supo qué fue de él, nunca se animó a averiguar. Se fue llevándose todo. Absolutamente todo. Pensamientos confusos, recuerdos inútiles, ironías innecesarias.
Se dijeron adiós y sabían que era definitivo. Aunque lo esperaba, sabía que nunca volvería. Y no quería que lo hiciera. Pretendía odiarlo, aunque en su interior sabía que el amor era infinito. Su vida se acabó en ese instante que ya nunca retornaría. Probablemente ese instante trágico ni siquiera haya tenido que ver con él. Fue una revelación. Supo que su existencia comenzó en la suma de momentos que fue descubriendo a su lado. A pesar de su ausencia supo de su risa constante, de su sueño hecho realidad, de su felicidad instantánea y permanente. Supo del vacío irremediable que jamás podría volver a llenar, de sus fracasos crónicos y sus éxitos contundentes. Su despreocupación y sus ideas acérrimas, su facilidad para el olvido, la simplicidad de su egoísmo.
Silencio fantasmal. Ausencia. Adiós.

Musica

Me dejo llevar por la música que me transporta hacia vos. Me entrego a ella de un modo inexplicable, como jamás lo hice con vos. Estoy ausente cuando me atrapa con su marea de melancolías. No puedo pensar en otra cosa, no puedo pensar en ninguna cosa mientras me lleva hacia dimensiones que antes no había atravesado.
Siento una conexión secreta que me arrastra lentamente. Es mi última esperanza de aferrarme a vos.
Llegó muy tarde. Como casi todo en mi vida. La escucho y pienso en la distancia que siempre nos ha separado. También vienen a mi mente los caprichos, las rivalidades ridículas que nos impulsaban, la amargura de las discusiones y el abismo tras cada pelea. La violencia de actitudes que no nos condujeron a ningún lado.
El día y la noche están congelados en un tiempo que se diluye infinitamente. Qué enigmas nos unieron. Todo lo aprendí de vos. El egoísmo, el despecho, la cautela, la desolación. El misticismo, la decadencia, la vulnerabilidad. Tu camino y el mío se separaron cuando no hubo códigos que pudiéramos sostener, compromisos que respetar, valores que compartir.
Llegaste un día para iluminarme. Me diste un tiempo de calidez, de complicidad, de ternura y sensualidad. Me dejaste heridas incurables, una muerte súbita, un penar insoslayable.

minero

Me fue dada la vida en un instante que nadie podría precisar. Sólo sé que llegué a este mundo para recorrer caminos laberínticos de dolor y tristeza. No he sabido resolver sus acertijos y las prendas aplicadas no han hecho más que desconcertarme.
No recuerdo nada de mis vidas pasadas. No entiendo la misión que me fue asignada en este mundo. He tenido muchas vidas, es cierto, y cada una me valió un círculo en el infierno. A veces me pregunto si todo fue tan malo, acaso podría haber sido peor.
Designios secretos me conducen a ciegas y no puedo hacer otra cosa que tropezar infinitas veces con abismos inexplicables. Mi única compañía es el desconcierto. También la soledad.
Mi legado es un manojo de incongruencias. Máscaras que no ocultan los dolores más profundos. Deseos hechos trizas. Imperfecciones innatas que conducen a montones de fracasos. Idealizaciones imaginarias que desvelan. Resignación. Latencia. Oscuridad.
Veo el mar con sus olas que llegan a mis pies, que me contagian su humedad y me siento hundir. En algún momento me traía brisas de paz. Toda su inmensidad fue mía en el instante mágico en que me susurró al oído “disfrutalo, es todo tuyo”.
Tengo mis manos ásperas de vacío. Acarician la aspereza de un dolor punzante que te envuelve en la lejanía. No puedo determinar si cuando te conocí empezó el fin de mi vida, o si fue a través tuyo que viví. Sólo sé que no puedo dejar de morir.
Todo tiene que ver con vos. Hasta el eclipse que me invade. Muchas veces me pregunto si en verdad exististe. Tal vez a vos también, como a los mineros, te haya tragado la tierra.

sábado, 19 de febrero de 2011

Moon

Durante años asumí la identidad que me dijeron que tenía. Un librito verde, rectangular, con un escudo en la tapa me decía que yo era esa persona. La misma que primero no tenía foto, y que a medida que fui creciendo debí ir actualizando. Me enseñaron a presentarme, a firmar de acuerdo con esa combinación de letras. Es cierto que la identidad se construye con el tiempo. También que puede destruirse de la misma manera.
A veces me sorprendo al ver cómo he ido mutando aún a pesar mío en la propia identificación de mi ser. Me cuesta reconocerme en un espejo. También es difícil acostumbrarse a otro nombre. Abandoné parte de mi identidad. Es como un sinónimo que me hace pensar en que soy la misma persona pero de un modo diferente. Elegí escapar de mi propia historia. Simular las raíces que conectan con el origen. Asumir una independencia de fantasía. Querer ser otro ser y no ser.
En el fondo mi propio yo me persigue. Soy esa dualidad que no puede definirse nunca. La bisagra que no termina de separar el pasado del presente.
Es en vano el intento, lo sé. Pero poco a poco me convenzo que ya no soy esa que he dejado de ser.

¿Moda?

Así como lo fueron las canchas de paddle, los parripollos, los locutorios, este negocio también prospera. No sé si es cuestión de moda, tendencia, necesidad, inconsciencia, falta de valores, banalización, carencia de escrúpulos o simple torpeza.
El todo por dos pesos marcó una época, es probable que las medialunas del abuelo también. Ahora la onda parece haber inundado las calles de la ciudad con pequeños panfletos berretas que ofrecen servicios sexuales propiciando la prostitución. Antes algunos hombres distribuían discretamente (o no tanto) algunos folletos a otros hombres que circulaban por algunas avenidas porteñas. Pero si algo quedaba de simulo en aquellos gestos rápidos de reflejos, ya esa metodología no parece rentable.
Hombres de cualquier edad, jóvenes, mayores, de escasa condición o no, allí van con pegamento en una mano y volantes en la otra. Los escasos teléfonos públicos que quedan son un destino obligado, pero no se salvan los postes de los semáforos, las persianas de los locales, los cestos de basura. Deliberadamente pasan primero el pegamento, luego la hilera consecuente de volantes. No pasará mucho tiempo hasta que pase otro volantero haciendo el mismo trabajo pero ofreciendo los servicios en otro lugar, o con otro teléfono, o con otra imagen. La competencia es feroz. De vez en cuando alguna mujer se indigna y arranca todos los volantes de una vez con la firme convicción de que aunque sea una lucha perdida, por lo menos hace su contribución en contra de la prostitución.
Por un lado abundan los programas que hablan de la trata de blancas, de la insuficiente legislación para terminar con los delitos vinculados a la esclavitud sexual. Por otro, se vuelve tan natural convivir en el paisaje de la ciudad con una oferta sexual que abruma. No es sólo una cuestión de moda, seguramente la ambición es protagonista.

miércoles, 16 de febrero de 2011

Viaje

Me preguntó con qué personaje me identificaba. Mencionó una película que apenas podía recordar. Es cierto que era un clásico del cine argentino, y un entrañable film para la mayoría del público común y corriente. Pero lo cierto es que nunca me he reconocido como demasiado común ni demasiado corriente. No porque fuera algo extraordinario, sino por estar siempre un escalón más abajo que el resto.
No le presté demasiada atención, pero le respondí con honestidad. Seguramente esperaba una respuesta graciosa. Todos los personajes eran simpáticos en ese largometraje que apenas puedo recordar. En cambio, mi afirmación bien hubiera valido para que los miembros de la escuela de psicólogos de la ciudad se hiciera un gran banquete. "Con la muerta", le respondí.
Sus ojos expresaron sorpresa. Después, pensó unos instantes y repitió "Con la muerta... y por qué con la muerta¨. "Porque estoy muerta", le dije.
Reflexionó unos instantes, no muchos, pero sí los suficientes para saber que el diálogo no sería lo demasiado fructífero. No obstante, insistió un poco más: ¨qué haría que te sintieras viva?"
Le dije que si tuviera que pensar en una película, la sensación que esperaría sentir sería similar a la de Héctor Alterio en Caballos salvajes. Sí, esa sensación de que vale la pena estar vivo.
No se lo dije, o tal vez sí, pero de pronto me di cuenta que hacìa mucho que no tenìa expectativas, ni sorpresas, ni algo que me movilizara lo suficiente para sentirme viva. Hice una cuenta mental del tiempo que hace que no me voy de viaje hacia algún lugar que me permita sorprenderme y sentirme agradecida de conocer bellos paisajes. Me vi ahì en mi cajón, vi los personajes de la película llorando (o simulando que lo hacían) y me ví inmovil, callada, dura, quieta, tanto como ahora a pesar de los movimientos que sì puedo ejercer con mi cuerpo.
Supongo que adivinó mis pensamientos. Casi sonriente, y un poco cómplice, me dijo, "yo tengo la solución, algo que te va a hacer sentir viva". Sacó de su mochila un recipiente circular que contenía en su interior el pasaje hacia destinos imaginarios. Pero ése no era el viaje que yo esperaba. Me quedé en mi cajón, pero él se fue de gira.

Aprendizaje

Teníamos discusiones que se repetían casi a diario. Cualquier cosa era justificativo suficiente para el enfrentamiento. Nos habíamos acostumbrado a ellas. El dolor era parte de la desgastante relación que habíamos construido. Un juego peligroso que nos llevaba al extremo de nuestras posibilidades.
Tensión. Orgullo. Rabia. Capricho. Estupidez. Todo eso se juntaba en momentos que resultaban abrumadoramente turbulentos, de los cuales nos costaba salir y recomponer el diálogo. Cuando te fuiste, el torbellino se fue con vos. Me quedé extrañando la desolación de aquellos momentos sin los cuales ya no sabía vivir. Me fui acostumbrando a la tranquilidad rutinaria de la soledad. Todo lo que nos atormentaba, nos separaba y nos volvía a unir pasó, como pasan las hojas que arrastra el viento durante los días de otoño.
Sé que no vas a volver, y espero que los días de tormenta nunca más vuelvan a mi vida. Pienso en lo inexplicable de nuestras reacciones y me sorprendo más de una vez observando cómo se pelean las parejas en la calle. Imagino que esa tormenta que nos devastó hará lo propio con ellos. Tal vez sea una etapa inevitable, parte de un aprendizaje al que nos obliga la vida de a dos.
Acaso las decisiones no sean tan definitivas, o la experiencia nos lleve otra vez por los mismos caminos. Hoy pienso en otra persona, y sin embargo, creo que la nube se aproxima.

viernes, 28 de enero de 2011

Soñando realidades

Estabas allí. Eras tan real, tan real.
Nos reconocimos al instante. Recobramos la complicidad de antaño en un instante. No pude rechazarte cuando quisiste besarme, y mi cuerpo buscó tu abrazo de un modo tan espontáneo y natural que volví a sentir que había recuperado mi lugar en el mundo. Me besaste, y te besé tan tiernamente como pude. Como si fuera una oportunidad única, sentí que que si había alguna manera de demostrarte mi amor, tenía que aprovecharlo. Nos reímos mucho, nos sentíamos muy cómodos, éramos nuevamente los dos. El mundo exterior no importaba demasiado, y acaso cometíamos sin querer las mismas torpezas de cuando éramos dos jóvenes que la pasaban bien y se divertían.
Me entretuve unos instantes, pero luego fui a tu encuentro. Seguías allí, parecía un sueño, pero estabas allí. No existía el pasado, y no había más que ese presente mágico. Tal vez un deja vu de algo que ya nos había sucedido. Me revelaste entonces como verdadera una realidad que yo había previsto e imaginado durante mucho tiempo. No hubo sorpresas en tu revelación, pero sí en la forma impactante en la que tu cobardía burlonamente seguía hiriéndome.
Me confesaste que habías engendrado a tu hijo en el mismo día en que nos dijimos adiós. Que a consecuencia de ello te habías casado, y que tu mundo se había llenado vertiginosamente en una serie de incertidumbres entre las que te debatías. Que no querías mentirme. Y que ahora, viéndome, y viéndonos, te dabas cuenta de tu error y que ya no sabías que hacer. Que tu matrimonio había fracasado, y que ahí estabas, extrañandome.
Sentí una vez más el puñal de la traición, no porque me dijeras algo que en mi interior yo ya sabía, sino porque una vez más pretendiste engañarme.
Te describí en pocas palabras todo lo que yo sabía a partir de tanto conocerte. Nadie me había contado nada. Nunca más había vuelto a saber de vos. Sin embargo, sabía exactamente cómo se había desarrollado tu vida en los días que le sucedieron al instante del adiós. Lloré. Lloré como lloro cada vez que te recuerdo. Te confesé que una parte de mi no entendía cómo habíamos podido alejarnos si en el fondo seguíamos siendo uno. Que te seguía esperando, que te seguía amando. Que toda mi vida se había derrumbado la primera vez que me traicionaste. Pero que te volví a entregar mi corazón la segunda vez que nos reencontramos. Que el impacto de esa nueva oportunidad había sido más profundo y certero. Que a pesar de todo lo que te había esperado, que a pesar de todo lo que había sufrido, ya no estaba dispuesta a más.
Te quedaste allí, desolado en tu confusión creciente. Tu pequeño hijo te acompañaba. Ni siquiera te dije adiós. Sólo desperté.

jueves, 27 de enero de 2011

Esquina

Recuerdo exactamente dónde fue la última vez que te vi. Como si un monolito me recordara el preciso momento en el que nos dijimos adiós, sé que parte de tu esencia permanece aún allí, suspendido en aquel abrazo chiquito pero definitivo.
La memoria me juega malas pasadas a veces. Te veo, y me veo, como si mirara la última escena de una película. Como un espectador fanático, miro una y otra vez el mismo film, e imagino que alguna vez vas a volver y que entonces voy a secarme las lágrimas de tristeza y que allí estarás para el final feliz que corona toda secuela.
Cuando nada tiene sentido, es difícil reconocer la fantasía de la realidad, el pasado, el presente, la mentira, la verdad. Tu recuerdo me persigue, y un pedazo de nuestra vida me aguarda en cada esquina. Sé que el tiempo te ganó la pulseada, y sé que aún se divierte jugando conmigo. Sé que ya no voy a reconocerte. Y sé que nunca exististe.

Smile

Era pequeña pero con actitud de grande. Para esa época ya había olvidado lo que significaba sonreir. No recordaba tiempos que pudieran ser felices, la dureza de la vida se había manifestado demasiado pronto.
Estaba rodeada de hermanos, y también de mascotas. Había en la casa un espacio grande para jugar, y un par de árboles que servían como aditamento para las travesuras.
Hace esfuerzos por recordar aquel pasado. Revive aquellos ciruelos en flor, las frutas pequeñas que se van haciendo más grandes y más rojas con el correr de los días. Cuando maduraban, y caían al piso eran el alimento preferido por las gallinas.
El parral era el lugar que daba fresco a la casa. En las noches de verano sacaban la mesa afuera y cenaban bajo ese techo de hojas y uvas. En los días calurosos era habital que su madre se instalara allí a coser la ropa de sus hijas o encargos ajenos.
Como si se tratara de postales bucólicas, ella recuerda con esfuerzo aquellos fragmentos lejanos de su vida. No puede identificar el instante preciso en el que todo cambió.
Aquella madre paciente y entregada a sus quehaceres domésticos y al cuidado de su familia, se convirtió con el tiempo en un ser radicalmente distinto. Cuesta identificarla en aquel pasado que acaso haya sido feliz, aún sin que ellos lo advirtieran. La familia se desvirtuó y nunca nada volvió a ser lo que era.
Apenas consigue recordar, pero su rostro ya no se inmuta. Hace tiempo que perdió la sonrisa, y dicen, los que presagian, que ya nunca la va a recuperar.