viernes, 8 de enero de 2010

El reencuentro

En el momento en que sonó la chicharra y me di vuelta para mirar hacia la puerta, supe exactamente lo que iba a suceder. Fueron algunos de los segundos más extensos de mi vida. Todo parecía desarrollarse en cámara lenta, muy lenta. El único pensamiento que tuve es que no iba a dejar que me avasallaran más allá de lo que podía evitar. Nunca me había sentido parte de una situación tan violenta. Nunca me había sentido tan vulnerada y tan estúpidamente vulnerable. Pretendí gritar y las palabras no me salían. Escuchaba una voz ronca que desesperada se ahogaba en mi garganta y lo único que dejaba fluir era un sonido gutural de ultratumba al que esas dos delincuentes no le harían caso. Apenas se llevaron veinte pesos, un botín demasiado escaso como para merecer tal denominación. Sin embargo, en ese contexto de crisis donde estaba sin trabajo y los recursos que tenía eran extra limitados, eran una auténtica fortuna. Pero realmente no fue sólo eso. El impacto fue mucho mayor. No podía dejar de llorar. Cuando llegué a mi casa no sabía cómo explicar lo que me había sucedido. Y si bien la había sacado literalmente muy barata, la angustia que me provocaba era indescriptible. Las lágrimas fluian a montones. Durante muchos meses estuve muy sobresaltada y me sentí muy insegura en la calle. Aún hoy conservo vestigios de esa sensación. El recuerdo de esa situación, ocurrida casi una decena de años atrás, me hace pensar en que muchas veces se actúa del modo contrario al que se pretende. O tal vez no. El inconsciente es infinito, dicen. Y aparentemente sabio. "Todo tiene que ver con todo" y "te traicionó el insconsciente", suelen ser argumentos suficientemente contundentes para justificar cualquier acontecimiento ¿casual? Fue un momento traumático al que respondí con gritos casi silenciosos. Hace casi dos años encontré (otra vez) en la no expresión la manera más evidente de decir aquello que no podía expresar. Así como entonces, la oralidad se llamó a silencio cuando las palabras se enredaban, se atragantaban unas contra otras. No pude hablar. No pude, o no quise, digitar. ¿Fobia? No lo sé. ¿Debilidad? Tal vez. ¿Torpeza? Seguramente.Otra situación compleja. Otra forma de violencia. Sentimientos encontrados. Una realidad hecha pedazos. Un destino irremediable. Una angustia que no tiene fin. Perdí el oficio de escribir. Una estúpida manera de atentar contra el propio ser. Me sobraban las palabras. Todo me parecía redundante. Creo que creí que me autotraicionaba. Desconfié de mi misma. Todavía me cuesta encontrar firmeza en mis actos. No sé si lo que hago está bien. No sé si lo que digo es lo que quiero. Pero puedo decir que hoy quiero decir.Bienvenidos al reencuentro.

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