lunes, 22 de noviembre de 2010

Loser

Hay un sabor que no se puede explicar. Una forma de mirar las cosas en general, y la vida en particular que lo ensombrece todo. La filosofía del "pero" siempre presente. Pensamientos que nadie puede comprender, argumentos que no son fáciles de explicar. La contundencia de los hechos, sin embargo, se convierte en una muestra incontrastable de la crudeza de la realidad.
Navegar contra la corriente no es una elección, es una actitud de supervivencia que termina convirtiendo en víctima al héroe inexistente que se esconde detrás del manotazo de ahogado.
Sin lugar a dudas, en las mismas circunstancias a otros les irá mejor. Nadar, nadar, y nadar, siempre con esfuerzo, con responsabilidad, con empuje, sólo para dejarse hundir centímetros antes de llegar a la orilla.
Los desafíos son afrentas no elegidas, formas de disfrazar todo lo que resulta imposible, magnánimo e irreal, y que no obstante, para el común de los mortales no dejan de ser banalidades. Arriesgar la vida en cada una de esas instancias y sentir el amargo pesar de la derrota. Morder el polvo tantas veces que se pierde la cuenta, total, una mancha más qué le hace al tigre!
Y sí, es cierto. El vaso siempre está medio vacío. Es una trampa del destino. Mientras que en otros casos la copa derrama el champagne de la felicidad, allí está a medio camino un ineludible símbolo que nos pone una vez más en el lugar del último orejón del tarro.
No hay bien que por mal no venga. Entonces, más vale una vida gris que traiga sorpresas exultantes de felicidad porque seguro detrás de ese efímero momento habrá una factura muy alta que pagar, al punto de terminar maldiciendo esa miserable gloria fugaz.
Si algo tiene que salir mal, seguramente saldrá de ese modo. No importan los conjuros que intenten hacerse contra los hechizos de la mala suerte. Los ruegos no surtirán efecto, los amuletos tampoco. La ley de Murphy termina siendo la biblia de una religión a la que los loser rinden tributo con cada nueva desgracia.
La vida del loser no es fácil. Y dejar de serlo, tampoco. Se sufre de un modo descomunal por pequeñas cosas, y no se disfruta de lo que vale la pena. Empezar por darle otro enfoque a las cosas implica la necesidad de una nueva vida. El loser está condenado al fracaso. Sabe, de antemano, que cualquier esfuerzo será en vano. Nació estrellado, y habrá pasado por esta vida sin pena ni gloria. Es un loser, y esa nostalgia hace que su vida haya tenido sentido. No pretenderá homenajes, ni el más mínimo recuerdo. No querrá flores porque sabe que tienen espinas. Añorará el final de su vida, pero cuando ese momento llegue llorará porque sabe que arrastrará un karma para su próxima vida.
No hay que intentar consolar a un loser, sólo hay que dejar lo ser.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Helado de frutilla

Siempre sentí rechazo por la cocina y las tareas domésticas. He declarado hasta el hartazgo que soy una perfecta inútil en materia culinaria. Las ollas no se hicieron para mí, y las sartenes mucho menos. En las raras ocasiones en las que no me quedó otra alternativa que cocinar algo para subsistir, recurrí al nunca bien ponderado "sanguche" de huevo frito. Allí estaba yo, haciendo malabares a un metro de distancia para que el aceite no me salpicara.
Hubo un tiempo, sin embargo, que se me dio por incursionar en ese ámbito tan ajeno a mi y lo hice airosamente. Por una vez hacía algo que merecía la aprobación de mi familia. Pero como todo aquello que no se practica, terminó por quedar en el olvido.
En un ataque de nostalgia hoy me levanté decidida a recuperar un poco de la gloria pasada. Compré la crema de leche, una caja de gelatina, leche condensada. Hacía un par de días había comprado abundante cantidad de frutillas. Sin embargo, no pude recordar la receta. Acabé por poner algunas frutillas en un vaso, agregarle azúcar y comerlas mientras miraba la tele. El helado se derritió en mi memoria, sin embargo, me dejó cierta reflexión flotando en mi cabeza.
Entendí que así como se derriten los helados, se desvanecen los recuerdos. Que a veces el sabor de un buen recuerdo es mejor que la cruda realidad, y que hay ciertos recuerdos que mejor no congelar. Que sin recetas hay ciertos objetivos que no se logran. Y que en última instancia, es bueno tener un plan B que nos permita descubrir que hay cosas que pueden saborearse de otra manera.
Definitivamente la cocina no es lo mío... Y el helado, tampoco.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Vacaciones

Armé las valijas. Saqué el pasaje. A la hora señalada me vi esperando el tren. Un viaje loco, desenfadado. Temor, adrenalina, curiosidad, coraje y un poco de bronca. Necesidad, desesperación, ahogo. Todo eso había en mi equipaje. La mochila era pesada, muy pesada. Me dolía la espalda. Me acostumbré tanto a llevar esa vida de caracol que a veces el dolor se me hace imperceptible. Otras veces, como ahora, siento que tengo una cruz que me obliga a torcer mi pose, que me debilita y que cobra nitidez al más mínimo movimiento.
Un viaje largo, interminable por momentos. Lo había percibido todo: la tarde calurosa, el polvo cubriéndolo todo, el andar lento y agobiante. El silencio. La distancia.
Hice mis planes mentales. Compartí algunos de ellos con gente que conocía. Hubo quienes aprobaron, no faltaron, sin embargo, los que desestimaron la más mínima posibilidad. Le di vueltas en mi cabeza a la idea durante varios días. Hice cálculos, imaginé circuitos.
Escuché los grillos en la noche. Observé la oscuridad más absoluta en las noches silenciosas. Me aislé del bullicio del resto de los pasajeros. Construí relatos de situaciones que llamaron mi atención. Escribí fragmentos de mi experiencia en mi cuaderno de viajes. Tomé cientos de fotografías que nunca iba a conocer en otro formato que no fuera el digital.
Exploré todo lo que pude. Disfruté a pleno. Pero cuando abrí mi billetera, todo se desvaneció en el aire.
Vi irse el tren. La mochila me sigue pesando, y mi cuaderno aún está vacío.