viernes, 8 de enero de 2010

El oso

Allí estaba él con su fisonomía exótica. Tierno y llamativo, raro. Un color marrón intenso daba profundidad a su pelaje. Era el típico oso norteamericano, esos que siempre aparecen en las series y dibujos que vemos en la tevé, sólo que más oscuro. Tenía un moño rojo que rodeaba su cuello. Inmóvil, tieso, adorablemente distinto. Un poco feo, un poco lindo... belleza exótica diría un comercial. Lo saqué de su escondite, una oscura bolsa de plástico en la cual estuvo alojado durante mucho tiempo. Lo miré una y otra vez. Lo acaricié, y lo volví a encerrar. Muchas veces quise desprenderme de él, nunca pude.Recuerdos, me traía muchos recuerdos, acaso con la misma mezcolanza de lo lindo y lo feo. Fue lindo el momento en que me lo regaló. Me sorprendió su extraña forma y me llamó mucho la atención. No podría asegurar que me gustó, pero era un tierno oso de peluche, se supone que debía adorarlo inmediatamente. Pero no fue así. Lo miré, lo acaricié como ahora, lo acepté pero con una sensación de extrañeza también. No se lo dije, no quería decepcionarlo. Siempre me provocó la misma sensación... y quizás mi oso de peluche estaba destinado a representar sentimientos encontrados.Fue un regalo de cumpleaños. No recuerdo cuántos cumplía. Sé que momentos más tarde de haberlo recibido lo estaba rechazando por una discusión que terminó arruinándolo todo. Después, cuando la tormenta pasó, me lo devolvió. Lo conservé durante años.Tiempo después vuelvo a sacar al oso de la cueva donde ivernó todo este tiempo. Lo miro y no dejo de sentir nostalgia. En su carita se ve la expresión como de quien sabe que es portador de un perfil particular. Es como si le costara ganarse el afecto, la confianza de quienes lo observan. No le resulta fácil entrar en el corazón de los demás. Lo miro y pienso que no cumple ninguna función, que no puedo seguir conservándolo, que quizás sea tiempo de darle otro destino. Y mientras lo pienso, me arrepiento y mientras me arrepiento lo voy depositando en una bolsa junto a otros animalitos de peluche mucho más adorables. Imagino que los niños podrían jugar con él. Lo pienso deshecho y todo sucio en algún descampado. Me cuesta deshacerme de él. También me cuesta deshacerme de los otros. Pero no tiene sentido que los siga conservando. Pienso en que se acerca el día del niño. Recuerdo un cartel que hablaba de una escuela en Corrientes. Me imagino que los chicos se pelean por él. Un pensamiento atroz fabula con que alguna mano anónima lo rescate de ese destino y lo utilice para generar una nueva conquista. Supongo que alguien podría pensar en sus propios niños. Me resisto a entregarlo. Lo miro y no me convence la idea de que esté haciendo lo correcto. Pero mientras pienso todo esto, lo deposito en una caja junto a otras donaciones. Siento tristeza, si llega a su destino, es posible que ningún chico pueda imaginar todo lo que ese oso significa. Se me escapa alguna lágrima, me cuesta desprenderme de él, pero aún así tengo que hacerlo. A veces, despegarse de las cosas que no nos gustan, también cuesta.

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