viernes, 8 de enero de 2010

Capitulo IV. Antes.

Tenía una familia reducida. Era hijo único, y sus padres podrían haber sido sus abuelos. Casi no tenía otros parientes, sólo un primo que aunque era cercano, siempre había vivido una realidad lo suficientemente distinta como para que formaran mundos aparte. Probablemente estas características familiares le hayan valido lo suficiente como para forjarle una personalidad rebelde. Se consideraba a sí mismo independiente, pero en realidad más que independiente era egoísta. El abismo generacional que tenía con sus padres lo hacía vivir en desfasaje permanente. Le molestaban las preguntas inquisidoras, cuestionadoras, inefables. Odiaba tener que dar explicaciones y sobre todo por duplicado. Cada vez que su madre lo escuchaba entrar o salir siempre le hacía el mismo interrogatorio: ¿a dónde vas? ¿a qué hora volvés? ¿venís a comer? ¿cómo te fue? Antes de que llegara a la puerta nuevamente se enfrentaba a las mismas preguntas, pero esta vez por parte de su padre. No les tenía paciencia, la edad no le resultaban un atenuante y se irritaba con frecuencia.Una mañana de invierno una situación de emergencia lo sorprendió y por más que voló en un taxi rumbo a la clínica que quedaba apenas a unas calles de su casa, no hubo nada que hacer. Probablemente ese haya sido el golpe más duro de su vida. Acaso el hecho de que sus padres hayan dado cuenta de su grandiosa longevidad le hicieron construir el imaginario de que estarían para siempre. La dureza de la realidad hizo estragos en él, y su fortaleza se derrumbó. Durante mucho tiempo se sintió afectado por la pérdida. Al principio iba cada mes al cementerio, luego cada tanto hasta que finalmente dejó de ir. Para él, la vida seguía, y ya no había caso, no tenía sentido seguir yendo.A ella la muerte le daba pánico, los cementerios la llenaban de una sensación extraña que prefería evitar. No le gustaba la tonalidad gris oscura que veía por todos lados, ni la sensación de la muerte acechando por todos lados. Nunca antes había tocado un cajón y rechazaba los velatorios. La noticia del fallecimiento de su padre fue un baldazo de agua fría. La enfrentó con sentimientos muy fuertes. Por un lado ella tenía que estar con él, quería contenerlo, quería cuidarlo. Pero por otro se sentía paralizada por la situación. "El amor y la muerte", pensó. No había opción, en el combo, venían las dos alternativas juntas.Siguieron meses muy difíciles donde él no terminaba de acomodarse a la nueva estructura familiar y se aferró mucho más a su madre. Fue doña Elvira quien lo ayudó a comprar el departamento para que pudiera mudarse, y la que decidió qué departamento iba a comprarse. Fue la que lo asesoró con los muebles, la que le contrató una muchacha para que hiciera la limpieza, la que le sugirió el color de las paredes, la que le llenó la heladera y le lavó la ropa entrando y saliendo de la casa todas las veces que quisiera que para eso tenía su propia llave. A él no le importó nada de eso. Estaba feliz de su nueva adquisición y pensó en un futuro más concreto y posible junto a la persona con la que tanto tiempo habían compartido.La primera vez que la llevó al departamento le tapó los ojos y recién le permitió ver cuando estuvieron en el medio de la sala. Era un dos ambientes bien iluminado, en el décimo piso del contrafrente de un edificio relativamente nuevo. No había muchos arreglos para hacerle. "Este va a ser nuestro nidito de amor", le dijo. Pero no lo fue. A la distancia ella imagina que ese lugar era un poco como el cementerio donde otra vez se juntaban el amor y la muerte. En su memoria lo recuerda todo en la gama del blanco y negro y piensa, como en la canción, que no habrá flores en la tumba del pasado.

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