lunes, 26 de septiembre de 2011

Tumba

Creí que había muerto. Vi cómo los puñados de tierra iban cayendo sobre su tumba. Sentí la agonía del paso del tiempo y el dolor apagándose en su intensidad. Vi marchitarse las flores. Escribí cientos de epitafios en su honor. Lloré su ausencia. Extrañé su ternura. Olvidé su lado oscuro. Lo idealicé.
Soñé con él cientos de veces. Rogué por él. Recé.
Imaginé que no había vida después de él, que su muerte se había llevado todo. Las hojas amarillas del otoño cubrían cada temporada su refugio perdido entre la soledad y la tristeza.
Sabía que su fantasma seguía rondándome todo el tiempo. Me atormentaba con su presencia invisible. Aún así seguía burlándose de mí.
El había muerto, es cierto. Yo también morí con él. No conozco su infierno, pero sí el mío.
De pronto, un puente me conecta de nuevo. El azar tiene misterios inexplicables. Pero ya no te quiero seguir padeciendo.