domingo, 15 de abril de 2012

Desencanto

Es cierto, algo de magia hubo en aquel instante único. Quizás sólo fueron chispazos que confundimos con una luz mucho más importante. La lumbre nos dio una calidez suave como la de una caricia. En la oscuridad del universo, el juego de luces y sombras se volvió confuso y nos devolvió mínimos gestos proyectados en señales enormes. Era fácil confundir el mensaje, y nos llevó tiempo decodificarlo correctamente.
Cuando pudimos articular las piezas, ya era demasiado tarde.Creímos en una sensibilidad que no teníamos. Las ilusiones que fuimos dibujando en una construcción cotidiana se escabulleron entre los dedos como se escapa el agua fresca a través de los serpenteos de la montaña. En caída libre nos encontramos de pronto en una cascada de incógnitas que golpeaban fuertemente contra las rocas de nuestros desaciertos.
Las noches de estrellas habían sido un refugio para las historias que elegíamos contarnos. También fueron las que pusieron su manto de oscuridad y silencio sobre lo que ya no tenía remedio. Su inmensidad nos cubrió pero de una forma abismalmente diferente. Su frío intenso de agosto golpeó dos veces. El primero fue de sorpresa, el segundo, fue el de gracia. El eco de su estridencia aún resuena como una apenas perceptible música lejana.
Como si un espejo se hubiera deshecho contra el piso y sus esquirlas se hubieran desparramado de un modo irreparable. Así fue el momento preciso en que aquel encanto que nos había hechizado, migró de pronto a distorsionar otras realidades. Nunca más volvimos a dar con él, pero sin embargo, nos quedamos más ciegos que antes.