viernes, 8 de enero de 2010

Capítulo XI. Reincidencia.

No quiso verlo, tampoco llamarlo. Pero su insistencia fue más fuerte y logró doblegar la decisión de ella.¿Realidad o ficción? Ella no podía creer el juego macabro del destino que otra vez la ponía a prueba y la obligaba a tomar una decisión. Otra vez a romperse la cabeza contra una pared de dudas, mentiras, engaños y no pudiendo dejar de oír a sus sentimientos verdaderos, y mientras tanto, entregarse a la corriente y dejarse llevar por la situación. Un cuestionamiento tras otro. ¿La razón o el corazón?, ¿qué era lo que debía elegir?, y ¿por qué tenía que hacerlo? Estaba tan sola frente a esa situación, nadie más que ella misma podía decidir y no había quién pudiera ayudarla. Ninguna de las recomendaciones que le hicieran parecía abarcarla. ¿Cómo negarse otra oportunidad?Si alguien le hubiera advertido el rumbo de las cosas, probablemente hubiera elegido otro camino. Nada era tan mágico, ni tan fácil, ni tan tierno como podría haber esperado. Increíblemente todo resultó más áspero de lo imaginado. Volver a poner los pies en su casa y encontrarla tan cambiada. Sentir la presencia fantasmal de un pasado reciente. Encontrarse tan fuerte y tan débil al mismo tiempo. Lidiar permanentemente entre la fantasía y la realidad, entre ser y no ser, estar, permanecer, transcurrir, e irse definitivamente. Un recuerdo superpuesto con otro, la comparación inevitable, el dolor permanente.Cuando ella desapareció de la vida de él, es probable que su existencia haya permanecido entre él y su nueva historia aún a pesar de él, aún a pesar de ella, aún a pesar de Romina. Ahora era Romina la que ya no estaba, pero para ella y creía que él, seguía estando. Definitivamente todo resultaba un juego muy perverso donde era difícil identificar a los ganadores y perdedores. Quizás no se tratara de algo tan simple y la situación no se definía en esos términos.El nunca supo por qué Romina se alejó de él. Ella creía que lo había abandonado porque se había dado cuenta que en verdad no lo quería, que tampoco le había resultado fácil ocupar un lugar definitivo en la vida de él, y que él tampoco era dueño de una personalidad simple. El no encontró respuestas y eso lo hacía sentir peor. Romina prefirió recluirse en la religión, en sus familiares y en sus amigos antes de entregar su vida a un proyecto que no la convencía. Cuando el encanto inicial pasó, ella pudo descubrir que no estaba haciendo lo que realmente quería y que no quería realmente a esa persona. Igual le costó tomar la decisión. Apenas unos meses después se sintió afectada por una enfermedad y volvió a llamarlo. El estuvo con ella, pero pasado el susto, volvió a distanciarse.Esa espina clavada no lo dejó en paz, se sentía eternamente en el limbo. Las imágenes se le confundían, sus deseos también. Perdió el eje y se sintió muy solo. Odiaba esa sensación, por eso insistió con volver a su pareja de años. Ella le fue funcional, lo ayudó a salir adelante, lo acompañó, lo abrazó fuertemente. Sin querer iba proyectando cosas, y cuando se daba cuenta que en realidad nada era como antes, volvía a sentirse frustrada. El, entonces, se encargaba de hacerle creer que todo podía ser mejor que antes. Salían a comer afuera, paseaban por los lugares que ya conocían y por otros nuevos. Buscaban reencontrarse con las cosas que los unían y con las que se sentían bien. Volvieron a estar juntos, a planear viajes, a pensar de a dos. Pero no hubo caso, él nunca cumplió sus promesas

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