viernes, 8 de enero de 2010

Mi mundo en el lugar

Era chiquito. Algunos podrán decirle limitado. Para mí era suficiente. Tenía la calidez de un aromático café recién hecho. La previsibilidad de lo conocido. La sensación de locura cuando decidíamos romper con las estructuras. Lo entretenido de los proyectos. No eran grandes cosas, pero nos entusiasmaban. A veces minimalista, despojado de todo. Otras veces, era retorcido y complejo como el mismisimo arte barroco. Grandes aventuras surgieron de charlas simples e impensadas. Grandes discusiones, también. En ocasiones era difícil ponernos de acuerdo. Nunca llegamos a tirarnos con los platos (y ninguno de los dos fumaba como para tirarnos con ceniceros), pero varias veces nos quedamos con las ganas. Nos reíamos de pavadas. Nos entendíamos con la mirada. Nos enojábamos con mucha frecuencia. Nos conocíamos. Nos adivinábamos. El oleaje crecía poco a poco. Primero un remolino, luego un tsunami. Nos ahogábamos en la tempestad. Cuando el milagro sucedía, nos podíamos considerar sobrevivientes. Entonces era como nacer de nuevo. Volver a descubrir cada cosa. Disfrutarlas nuevamente. O amargarnos con lo mismo que antes nos había embravecido. Ciclos a los que ya nos habíamos acostumbrado. Una dinámica en la que nos perdíamos y nos encontrábamos. Una lógica que nadie más podía comprender. Nosotros tampoco.Así anduvimos largo rato. Infinito espacio donde no hay antes y es difícil divisar el después. No sé si fue de repente, seguramente no. No pudimos, no quisimos, no supimos hacerle frente al viento y la marea. Un torbellino inexplicable. Un temporal que nos arrasó.Nunca volvió la calma. Las olas van y vienen. El viento sopla, a veces con fuerza, otras no. Siento el frío de la desolación, de la devastación. Miro el horizonte y no veo lo que espero. Nadie viene aferrado a una tabla buscando la salvación en la orilla. Tampoco hay un mensaje en una botella. De vez en cuando alguna brisa me acerca su voz. La salinidad del agua se mezcla con la humedad que fluye a través de mis ojos. Arrojo unas flores al mar. Un homenaje inútil e inexplicable. Ilusamente creo que eso me ayuda a mitigar el dolor y me da fuerzas para seguir.No hay caso. El único refugio para mi alma estaba en sus brazos. Todo mi mundo estaba en ese lugar. Pequeño. Diminuto. Sensible. Tormentoso. Rutinario. Agobiante. Cálido. Entrañable. Afectuoso. Amoroso. Apasionado. Ocurrente. Previsible. Así era ese universo creado a imagen y semejanza de algo que no podíamos definir, y que ahora sé, no era amor. A veces creo que su presencia todavía me impregna. Pero sólo se trata de huellas que aún el tiempo no puede borrar. Vestigios de un mundo que no existe. Sepulcro de un lugar que ya no está.

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