viernes, 8 de enero de 2010

El vacío

La mirada se pierde en un espejo que parece fallado. No hay reflejo. Acaso se haya disuelto la imagen. Lo cierto, es que los ojos pasean lentamente por cada centímetro de ese rectángulo que debería mostrar una imagen que no está. Un cambio de perspectiva permite advertir que en realidad no es el espejo el que está vacío. Es la mirada la que no ve. Al perder la esencia, no encuentra el rumbo. La desesperación crece. Tantos años haciendo la misma rutina. Desde que tiene uso de razón recuerda haber actuado mecánicamente. Mirarse a través del espejo durante algunos minutos tratando de reconocerse a sí mismo, aprendiendo cada uno de los detalles que lo caracterizan. Así como los modelos o los artistas se pasan horas buscando su mejor perfil, creía que mirándose a los ojos iba a llegar a la profundidad de su alma. Supo de sus transformaciones. Descubrió sus primeras señales de crecimiento y se alarmó con los primeros signos del envejecimiento. Miles de caras y gestos dibujados en su rostro expresaron sus sentimientos más diversos como en una película, mostrando una sucesión de momentos transcurridos delante del espejo. Tiene 83 años. La diabetes hizo estragos con su vida. Ahora está de pie mirando fijamente un horizonte que no alcanza a delimitar. Adivina que está a escasos centímetros, más por costumbre que por intuición. Extiende su brazo y con la mano empieza a recorrer la superficie plana, fría, homogenea. Se siente ausente. De alguna manera debe estar agradecido porque las canas abundantes, las arrugas implacables, la amargura de sus facciones, ya no forman parte de su realidad. Sabe que él ya no está allí. En su lugar sólo hay vacío.

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