viernes, 8 de enero de 2010

Analízame

16:30 hs. Allí estaba yo, llegando a las apuradas, buscando imprecisa la calle, luego la altura. Frente al conjunto de botoncitos me decidí a pulsar el que marcaba 8 F. Me atendió la misma voz que había hablado conmigo por teléfono. "Ya bajo", me dijo, y mientras esperaba me imaginé el viaje en ascensor... y odié la idea de una charla sin importancia... ocho pisos me parecían eternos de solo pensarlo.En la práctica la situación no fue muy distante de la imaginada. Que el clima, que el portero, que eso de subir y bajar a abrir la puerta. Momento chicle, podría definirse. En tanto más pisos ascendía, más me arrepentía de estar allí.Entramos. Otra decepción. Tenía expectativas de un ambiente diferente, lo que encontré era demasiado casero, para mi gusto. Me senté en el lugar que estaba destinado para mí en el sillón. Recorrí con la mirada el lugar, y de nuevo pensé en que no debía haber ido. Pero ya estaba ahí y no hubiera podido encontrar argumentos para escapar.Me desconcertó el termo con el mate colocados sobre la mesa ratona, la misma sobre la que había un porta sahumerios (por suerte no había ninguno encendido, los detesto), y una vela blanca apenas utilizada, algunos adornos pequeños y un cenicero. Las paredes empapeladas en colores pastel con algunas láminas enmarcadas de obras célebres.No sé qué sensaciones le habrán aflorado a ella, pero pude ver en su rostro distintas expresiones. Del modo que fuera, allí estábamos ambas. Dos extrañas, mirándonos, analizándonos, midiéndonos. Cada una con lo suyo. Ella tenía sus planillas perfectamente ordenadas esperando ser llenadas con mis datos. Eran como una sentencia. Todo lo que allí se escribiera podría ser usado en mi contra, pensé. Yo traía la vorágine de pensamientos, confusiones y angustias. Venía provista de varios paquetes de pañuelos descartables que comencé a utilizar ante la primera pregunta.Me imaginaba un cuadro patético. Una señora ya entrada en años, con un caudal de experiencia escuchando problemas ajenos, instalada cómodamente en su casa tomando mate hasta que le cae una persona absolutamente desconocida buscando algún símbolo de paz y llorando fervientemente a cada palabra que emitía. Pero sí, ahí estaba yo, contándole a una perfecta desconocida todos mis problemas. En vano esperé que ella comenzara a gritarme como Billy Crystal en su rol de terapeuta a una paciente que ya le había sacado de sus casillas. Pero vi las expresiones, los gestos de su cara. "Otro caso difícil", debe haber pensado. Entonces no imaginé cuánto de premonición había en aquel semblante. En cierta forma me condené a mi misma aquella tarde en que fui a verla. Pasaron ya cuántos años. No puedo saberlo. Hace tiempo que perdí la noción del tiempo. Al principio, creo, la medicación me hacía bien. Me ayudó a renacer cada vez que quise morir. A veces su cara se me aparece y la escucho diciéndome palabras tranquilizadoras, pero intento hablarle y no me escucha, abro los ojos y no está. No sé si su imagen es real o ficticia. A veces imagino que toco el timbre y ella no está. En esas ocasiones me siento libre. Pero luego escucho sus risotadas perversas y sé que ya no puedo escapar.

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