jueves, 26 de agosto de 2010

Escritos

Podría arrugar cientos de papeles mientras intento escribir algo decente. La tecnología probablemente haya salvado de la masacre salvaje a miles de árboles a los que mi falta de destreza posiblemente hubiera condenado. Unir una letra a otra e intentar darle un sentido a las palabras, un contenido a las frases, un mensaje al texto. Ensayo y error que no asegura el éxito de la tenacidad.
El cursor va y vuelve. La tecla delete es la más gastada. Nada me deja conforme. Finalmente las palabras me parecen vaciadas de contenido y la conclusión a la que llego es que no hay nada que pueda decir que ya no haya sido dicho. Tonterías que se me ocurren. Burlas de la memoria que traduce burdamente recuerdos en anécdotas insignificantes. Pensamientos que ya no me pertenecen, torpeza que se acrecienta.
El síndrome de la pantalla en blanco me atrapa. Querer decir algo y no saber expresarlo, expresar algo que no es lo que se quería decir. Palabras, montones de palabras amontonadas en un territorio indómito que me rehuye, que esquivan el viento y que me abandonan.