lunes, 22 de noviembre de 2010

Loser

Hay un sabor que no se puede explicar. Una forma de mirar las cosas en general, y la vida en particular que lo ensombrece todo. La filosofía del "pero" siempre presente. Pensamientos que nadie puede comprender, argumentos que no son fáciles de explicar. La contundencia de los hechos, sin embargo, se convierte en una muestra incontrastable de la crudeza de la realidad.
Navegar contra la corriente no es una elección, es una actitud de supervivencia que termina convirtiendo en víctima al héroe inexistente que se esconde detrás del manotazo de ahogado.
Sin lugar a dudas, en las mismas circunstancias a otros les irá mejor. Nadar, nadar, y nadar, siempre con esfuerzo, con responsabilidad, con empuje, sólo para dejarse hundir centímetros antes de llegar a la orilla.
Los desafíos son afrentas no elegidas, formas de disfrazar todo lo que resulta imposible, magnánimo e irreal, y que no obstante, para el común de los mortales no dejan de ser banalidades. Arriesgar la vida en cada una de esas instancias y sentir el amargo pesar de la derrota. Morder el polvo tantas veces que se pierde la cuenta, total, una mancha más qué le hace al tigre!
Y sí, es cierto. El vaso siempre está medio vacío. Es una trampa del destino. Mientras que en otros casos la copa derrama el champagne de la felicidad, allí está a medio camino un ineludible símbolo que nos pone una vez más en el lugar del último orejón del tarro.
No hay bien que por mal no venga. Entonces, más vale una vida gris que traiga sorpresas exultantes de felicidad porque seguro detrás de ese efímero momento habrá una factura muy alta que pagar, al punto de terminar maldiciendo esa miserable gloria fugaz.
Si algo tiene que salir mal, seguramente saldrá de ese modo. No importan los conjuros que intenten hacerse contra los hechizos de la mala suerte. Los ruegos no surtirán efecto, los amuletos tampoco. La ley de Murphy termina siendo la biblia de una religión a la que los loser rinden tributo con cada nueva desgracia.
La vida del loser no es fácil. Y dejar de serlo, tampoco. Se sufre de un modo descomunal por pequeñas cosas, y no se disfruta de lo que vale la pena. Empezar por darle otro enfoque a las cosas implica la necesidad de una nueva vida. El loser está condenado al fracaso. Sabe, de antemano, que cualquier esfuerzo será en vano. Nació estrellado, y habrá pasado por esta vida sin pena ni gloria. Es un loser, y esa nostalgia hace que su vida haya tenido sentido. No pretenderá homenajes, ni el más mínimo recuerdo. No querrá flores porque sabe que tienen espinas. Añorará el final de su vida, pero cuando ese momento llegue llorará porque sabe que arrastrará un karma para su próxima vida.
No hay que intentar consolar a un loser, sólo hay que dejar lo ser.

sábado, 20 de noviembre de 2010

Helado de frutilla

Siempre sentí rechazo por la cocina y las tareas domésticas. He declarado hasta el hartazgo que soy una perfecta inútil en materia culinaria. Las ollas no se hicieron para mí, y las sartenes mucho menos. En las raras ocasiones en las que no me quedó otra alternativa que cocinar algo para subsistir, recurrí al nunca bien ponderado "sanguche" de huevo frito. Allí estaba yo, haciendo malabares a un metro de distancia para que el aceite no me salpicara.
Hubo un tiempo, sin embargo, que se me dio por incursionar en ese ámbito tan ajeno a mi y lo hice airosamente. Por una vez hacía algo que merecía la aprobación de mi familia. Pero como todo aquello que no se practica, terminó por quedar en el olvido.
En un ataque de nostalgia hoy me levanté decidida a recuperar un poco de la gloria pasada. Compré la crema de leche, una caja de gelatina, leche condensada. Hacía un par de días había comprado abundante cantidad de frutillas. Sin embargo, no pude recordar la receta. Acabé por poner algunas frutillas en un vaso, agregarle azúcar y comerlas mientras miraba la tele. El helado se derritió en mi memoria, sin embargo, me dejó cierta reflexión flotando en mi cabeza.
Entendí que así como se derriten los helados, se desvanecen los recuerdos. Que a veces el sabor de un buen recuerdo es mejor que la cruda realidad, y que hay ciertos recuerdos que mejor no congelar. Que sin recetas hay ciertos objetivos que no se logran. Y que en última instancia, es bueno tener un plan B que nos permita descubrir que hay cosas que pueden saborearse de otra manera.
Definitivamente la cocina no es lo mío... Y el helado, tampoco.

jueves, 11 de noviembre de 2010

Vacaciones

Armé las valijas. Saqué el pasaje. A la hora señalada me vi esperando el tren. Un viaje loco, desenfadado. Temor, adrenalina, curiosidad, coraje y un poco de bronca. Necesidad, desesperación, ahogo. Todo eso había en mi equipaje. La mochila era pesada, muy pesada. Me dolía la espalda. Me acostumbré tanto a llevar esa vida de caracol que a veces el dolor se me hace imperceptible. Otras veces, como ahora, siento que tengo una cruz que me obliga a torcer mi pose, que me debilita y que cobra nitidez al más mínimo movimiento.
Un viaje largo, interminable por momentos. Lo había percibido todo: la tarde calurosa, el polvo cubriéndolo todo, el andar lento y agobiante. El silencio. La distancia.
Hice mis planes mentales. Compartí algunos de ellos con gente que conocía. Hubo quienes aprobaron, no faltaron, sin embargo, los que desestimaron la más mínima posibilidad. Le di vueltas en mi cabeza a la idea durante varios días. Hice cálculos, imaginé circuitos.
Escuché los grillos en la noche. Observé la oscuridad más absoluta en las noches silenciosas. Me aislé del bullicio del resto de los pasajeros. Construí relatos de situaciones que llamaron mi atención. Escribí fragmentos de mi experiencia en mi cuaderno de viajes. Tomé cientos de fotografías que nunca iba a conocer en otro formato que no fuera el digital.
Exploré todo lo que pude. Disfruté a pleno. Pero cuando abrí mi billetera, todo se desvaneció en el aire.
Vi irse el tren. La mochila me sigue pesando, y mi cuaderno aún está vacío.

martes, 19 de octubre de 2010

Portazo

No esperaba una torta de chocolate. Ni siquiera de crema. Los regalos, a causa de la decadencia de la economía, y los magros sueldos, sabía que serían escasos. Era un día especial, y sin embargo tenía un transcurrir similar a cualquier otro. La misma rutina, pesada, densa, dolorosa rutina.
Había que cumplir los horarios, verle la cara a la misma gente que en su interior no terminaba de reconocer como parte de su entorno. La incomodidad había empezado a carcomerlo desde el momento cero. La padeció, primero lentamente, languideciente. Después cada vez más tortuosa, insoportable desesperación.
Había aprendido a enfrentar siempre las adversidades de la vida. Pero no se sentía con fuerzas para enfrentar una causa a la que no le encontraba sentido. El cuerpo en un lugar y la cabeza en otro. Era lógico que no tolerara esa separación por mucho tiempo más. Necesitaba volver a ser uno.
Se preguntó secretamente cuánto hacía que no desafiaba sus propios límites. Sentía cómo el peso que llevaba sobre sus hombros se iba expandiendo por todo su cuerpo hasta convertirse en un cosquilleo inquietante. Tortura china, dirían algunos.
Instante deliberado en el que la decisión antes dilatada cobraba forma. Impunidad del acto inconsciente. Sensación irrepetible de libertad absoluta. Otra vez el síndrome Truman atacó con fuerza, y ya no hubo vuelta atrás.
El síndrome Truman es el momento mágico en el que el protagonista de The Truman Show, luego de padecer una feroz tormenta que lo puso al límite de sus posibilidades, descubre que en el horizonte había una puerta que lo conducía fuera del set de grabación donde todo el tiempo ojos indiscretos seguían el detalle de cada uno de sus movimientos. Su vida no era una vida como la de cualquiera, y todo estaba digitado desde la producción y la dirección. La puerta era una vía de escape, una salida a la realidad, un abandonar lo conocido y animarse a lo nuevo. Era un patear el tablero. Abrir la puerta y simplemente salir.
Hoy es su cumpleaños, y aunque no es Truman, decidió abrir la puerta y salir de esa zona gris en la que se encontraba. Seguramente se encontrará con incertidumbres, cuestionamientos, riesgos. Pero también una sensación de libertad amplia, enorme, hermosa como pocas. Es como andar en bicicleta cuesta abajo, sentir el frío del viento en la cara, vivir plenamente una fracción de tiempo que hace que todo valga la pena.
No esperaba que hubiera tortas, globos ni piñatas. Hubo un deseo, y él se encargó de hacerlo realidad.
Feliz Cumpleaños!

martes, 12 de octubre de 2010

Desconocido

Insistió en hablarme. Su presencia me irritaba, y le respondí casi sin mirarlo. Sabía, ya lo había visto, que deambulaba de mesa en mesa tratando de ofrecer algunos productos que simulaban un trabajo artesanal pero que a simple vista podía advertirse el engaño.
Me abstraje de la situación y no levanté la mirada hasta que se fue.
Nunca he sido muy paciente, y con el tiempo mi intolerancia se disparaba hasta niveles inusitados. Me insistió. Varias veces volví a rechazar su presencia.
Creo que te conozco me dijo, e hizo un esfuerzo para mirarme a la cara, directo a los ojos. Por supuesto que volví a negarme, y otra vez le aseguré que no era así sin mirarlo. Bueno, está bien dijo con bronca. Para mis adentros lo putee, pensé que si yo no lo molestaba por qué tenía que molestarme él. Mientras lo vi alejarse, se dio vuelta para obtener una mirada general del lugar. Entonces lo pude observar con detalle. Después de tanto tiempo, después de tanto silencio, después de tanto dolor, allí estaba. El azar lo había traído una vez más hasta mis orillas, y de la misma manera lo dejé escapar. Se fue. Definitivamente nunca nos habíamos conocido.

sábado, 25 de septiembre de 2010

Roma

Todos los caminos me conducen lejos tuyo. No sé cómo voy a encontrarte, si sé que no estás allí. Te busco, en cada lugar te busco. Te busco, a cada momento te busco. Pero no sé dónde encontrarte. Sé dónde no estás, pero no sé donde sí puedo hallarte.
Cuando nuestros senderos se bifurcaron fue para siempre. No lo supe entonces. Y me cuesta asimilarlo ahora. Vas donde yo no voy. Estás donde no estoy. Opongo resistencias a los desvíos que me empujan muy lejos, pero de nada sirven mis intentos.
Tardes de sol pleno, brisas húmedas de nostalgia, crudeza gélida que lastima, sudestadas otoñales, todo da igual. El tiempo pasa, pero vos no.
He recorrido rincones inhóspitos de la ciudad. Me he enfrentado a mis temores más profundos. Sufrí tu ausencia de un modo desconsolado. Te esperé infructuosamente.
Ahora estoy cansada. Mis expectativas están difusas. Pero en el instante de lucidez que me queda, advierto que ya no recuerdo tu cara. Sé que no estás, que no sé nada de vos, que no voy a saberlo, y siento alivio por ello. Ya no sé dónde vivis, ni cómo sos, ni qué sentís. Desconozco si algún recuerdo te sorprende a veces. Ignoro tus deseos y tus caprichos, ya no comparto tus alegrias ni acompaño tus tristezas. Después de todo, no sé si alguna vez lo he hecho. Sólo sé que no estás, y que aunque no quiera, te espero. Aún cuando me asuste no reconocerte o tenga miedo de verte, aún cuando sé que no estás en Roma, y todos los caminos me conduzcan hacia allá, aún así te espero.

No ser

Perdida en el tiempo. También en el espacio. No hay brújula que sirva para construir un destino. Sin orientación, sin esperanzas. Ser. Estar. Permanecer. Despropósito de la naturaleza. Error de cálculo. Donde quiera que vayas hay confusión.
El vacío late, crece. Tiene vida propia. A medida que se expande es aún más doloroso y más cruel. Es infinito. Lentamente a veces, y a gran velocidad la mayoría de las ocasiones, su voracidad es ambiciosa y fagocita grandes tramos de vida. Está por todos lados, un pulpo con tentáculos que asfixian. No hay otra realidad más que la que permite la irrealidad de la supervivencia.
Ecos de un pasado que no acaba. Su presente se desvanece apenas intenta reaccionar. Sabe cuál es su final y cada vez lo siente más cerca. No le importa. No lo entiende tampoco.
Se siente atormentada, toda su vida ha sido así. Vive una dualidad que ya no puede sostener. La pesadilla la ha devorado, y ella ya no sabe quién es.

jueves, 26 de agosto de 2010

Escritos

Podría arrugar cientos de papeles mientras intento escribir algo decente. La tecnología probablemente haya salvado de la masacre salvaje a miles de árboles a los que mi falta de destreza posiblemente hubiera condenado. Unir una letra a otra e intentar darle un sentido a las palabras, un contenido a las frases, un mensaje al texto. Ensayo y error que no asegura el éxito de la tenacidad.
El cursor va y vuelve. La tecla delete es la más gastada. Nada me deja conforme. Finalmente las palabras me parecen vaciadas de contenido y la conclusión a la que llego es que no hay nada que pueda decir que ya no haya sido dicho. Tonterías que se me ocurren. Burlas de la memoria que traduce burdamente recuerdos en anécdotas insignificantes. Pensamientos que ya no me pertenecen, torpeza que se acrecienta.
El síndrome de la pantalla en blanco me atrapa. Querer decir algo y no saber expresarlo, expresar algo que no es lo que se quería decir. Palabras, montones de palabras amontonadas en un territorio indómito que me rehuye, que esquivan el viento y que me abandonan.

miércoles, 28 de julio de 2010

Piano

Una tecla, luego otra. Lentamente van conformando una melodía que suena espaciada, que va dibujándose despacito. Adquiere formas indefinidamente tiernas. En simultáneo una gota, luego otra, se van adhiriendo a los gélidos vidrios de la ventana hasta cubrirla toda. La oscuridad aporta un manto de soledad y nostalgia. Adivino tu sombra que se mantiene distante en la habitación contigua. Afuera hace frío. Adentro vamos construyendo un microclima que nos une lentamente también .
Escucho una voz que me embriaga de una forma poco frecuente. Me resulta irresistible. El relato armónico de frases breves, de sensaciones que nos identifican nos dan un escenario ideal para el encuentro. Estás ahí, dejándote llevar por tus pensamientos, sintiéndote parte de un universo que nadie más que nosotros conoce. Te sentís en tu casa, y me sabés parte de tu vida. Suena el piano, me abrazás y nos quedamos escuchando el repiqueteo de gotas en la ventana, el golpeteo del viento enfurecido, la música, nuestro silencio. Me abrazás largamente, y sin decirme nada, me regalás uno de los momentos más intensos que cabe en un recuerdo.
Luego, todo se transforma en oscuridad y silencio. Imágenes difusas me confirman que tu esencia se fue con el viento. Sin embargo, a lo lejos, muy tenue y muy suave, sé que todavía puedo escuchar algunos acordes. Y vos también.

lunes, 5 de julio de 2010

Tecnologia

Cuando lo obsoleto pierde fuerza hay sin embargo una fuerza que lo hace permanente. Recuerdos que no se van. Objetos que no se tiran. Cambios que se dilatan.
Cuando el mundo tira para abajo es mejor no estar atado a nada, diría Charly. Es difícil desatar los nudos que nos ligan a cosas, personas, sentimientos, sensaciones que nos atraviesan y sin embargo siguen su rumbo.
Desapego a lo material dirán los budistas y seguidores de filosofías orientales, y no tanto. Aferrarse a los propios objetivos y seguir adelante, impulsarán los adeptos a los libros de autoayuda y el marketing de uno mismo.
Confusiones del ser y sus circunstancias. Deambular entre extremos o afiliarse al partido del centro, un gris que se mantiene entero frente a cualquier ataque. Mecanismo de defensa cuyas barreras de contención a veces permiten filtraciones y toda la estructura tiembla.
Renovar la tecnología es empezar por algún lugar. De alguna manera obliga a cambiar la cabeza, procurar nuevas destrezas, aprender nuevas habilidades. Atravesar el túnel del tiempo de apenas un par de años. Todo lo necesario para el confort de la vida moderna al alcance de la mano. Necesidades que luego serán reemplazadas por otras. Satisfacción momentánea con fecha de vencimiento, probablemente anterior incluso que la última cuota de un plan de pagos. Curiosa forma de adquirir realización personal.
Comprender la necesidad de renovar los objetos que nos rodean nos lleva a entender que a veces es imprescindible el cambio en el entorno. Las personas que nos rodean ya no son las mismas que nos rodeaban tiempo atrás, ni serán las mismas, probablemente que nos acompañen después. En algún lugar los senderos se bifurcan.
No es fácil identificar el preludio de la separación. Pero tanta renovación me invita a alejarme de vos.

Patetica

Escucho la música que compartíamos y no puedo evitar la nostalgia. Ya entonces me transmitía una sensación de nostalgia y soledad que no alcanzaba a comprender por qué calaba tan hondo aún en tu compañía. Atardeceres tirados en el sillón con ganas de ninguna otra cosa más que escuchar la música y dejarnos llevar por sus acordes y nuestras caricias.
Encontré el disco buscando otras cosas. Hacía tanto que no escuchaba esa música. No la hubiera conocido si no era a través tuyo. La última vez que compartimos un momento juntos con esas canciones de fondo no pude evitar las lágrimas, como no puedo evitarlas ahora. Entonces apagaste el equipo y ya no hubo música, como no hubo nada de lo que habíamos conocido juntos.
A veces cuando te recuerdo me encuentro con el patetismo de una imagen que me llena de amargura. Me falta comprensión en esos instantes que suelen ser eternos. Esclava de un tiempo que pasa y de fantasías que no se hacen realidad, observo pasar la vida a través de las arrugas que se dibujan lentamente en mi rostro.
Maldita bisagra la que divide el antes y el después. Magia misteriosa que derrumba presagios y abre paso a pesadillas inimaginables. Secretos que se hunden en la profundidad del ser. Respuestas que nunca van a llegar.

Pasado

La mirada lo dice todo. Esa mirada suya que está empañada de ayer. Se extravía a veces. Reconozco en esa pérdida una inevitable fuga hacia el pasado. La escucho hablar y es como si el abismo siguiera llamándola a arrojarse sin miramientos, en un acto de decisión infinito que la deja sin aire, le hincha el pecho hasta explotar y la deja caer con peso de plomo para hacerse añicos una vez más.
Sus palabras se entrecortan. Se nota el nudo que tiene en la garganta. Hace esfuerzos por disimular la humedad de sus ojos. El tiempo es su calvario. No ha aprendido a vivir de otro modo. Un halo de soledad la embarga, la inunda, la rodea, la absorbe continuamente a pesar del lento transcurrir de los inviernos que le han congelado en tantas ocasiones el alma.
La resignación no termina de dibujarse en ese rostro de arrugas incipientes. La veo distante y aunque lo intento no puedo imaginar cuáles son los pensamientos que la embargan. Sé que construyó respuestas imaginarias para aquellas preguntas para las cuales la providencia no le ha dado respuesta. Aprendió, sí, que en ocasiones no tiene sentido hablar. Quizás no haya ahorrado en tantas cosas como en palabras. Su mutismo le otorga un halo de misterio que seduce a las curiosidades más ansiosas. Sin embargo no hay nada extraño detrás de ese rostro sin sonrisas.
Alguna vez me dijo que su vida había concluido en el mismo instante en que descubrió que nunca más podría reconstruir los fragmentos en los que se había convertido su corazón básicamente porque ya no podría soportar ninguna otra fisura. No lo creí entonces. Me pareció una exageración producto de su reciente decepción. Sin embargo, desde entonces no he visto en ella más que a un fantasma. Comprobé con el tiempo que era un ser sin alma. Deambuló anestesiada por todos los círculos del infierno, sin embargo su castigo peor fue no haber podido jamás perder la memoria de todos aquellos recuerdos que la atormentaban y que aunque los deseara con toda ansiedad, nunca más iban a hacerse realidad. Muy tarde aprendió que cuando una oportunidad se desperdicia, no se puede volver atrás.

Distancia

Una grieta profunda que no termina. Un abismo infernal. Una muralla china. Dos mil años de Historia. Ochenta mil leguas de viaje submarino. Galaxias desconocidas. Un millón de años luz. Mesetas áridas desparramadas en la inmensidad de la extensión planetaria. Océanos salvajes de lágrimas turbulentas e irrefrenables. Terremotos implacables. Terrorismo global. Avance tecnológico. Distancias infranqueables. Silencios eternos. Lenguaje irreal. Desiertos de soledades agobiantes. Calor insufrible que quema la piel. Tortura lenta y desaprensiva. Pensamientos anclados en algún rincón del tiempo. Vacío permanente. Barreras de hielos continentales. Selvas impenetrables. Músicas de acordes conocidos y letras incomprensibles. Campos minados de incógnitas que laten como bombas a punto de estallar. Inviernos repetitivos y gélidos, muy gélidos. Montañas enormes cuya cima inalcanzable nos mira altiva desde las alturas. Desafíos perdidos. Basurales de recuerdos inútiles. Conglomerado de vivencias que oscurecen el transcurrir de los días. Obligaciones mundanas. Mutismo absoluto. Negación. Empecinamiento. La vida. El desarraigo. Continentes enteros de poblaciones masivas. Pelotón de promesas incumplidas. Orgullo perenne. El paso del tiempo. Aves migrantes que huyen en bandadas de un extremo a otro del planeta. Ejércitos de redes sociales. Conversaciones de relaciones virtuales. Bibliotecas grandilocuentes con fórmulas acerca de todo. Textos magistrales que juegan a llenar espacios. Costas acantiladas que se desgastan con el viento marino. Estrellas fugaces suicidas en su afán altruista de captar deseos y pretender hacerlos realidad. Sueños confusos. Kilómetros de vías férreas recorridas. Lluvia ácida. Guerra mundial bacteriológica. Cosmos supremo. Incredulidad manifiesta. Campos de resignación maltrecha. Piquetes que protestan ante la injusticia que no deja de azotar al mundo y dejarlo sin respuestas. Pesadillas sin fin. La muerte. Corazas sin corazón. Tormentas tropicales que lavan todas las culpas y las vuelven a generar. Huracanes perversos. Eclipses oscuros. Señales que se apagan. Esperanzas que se esfuman. Bosques arrasados por el fuego. Contaminación ambiental. Crímenes indescriptibles. Estadios de fútbol repletos. Insoportable presión en el transporte de hora pico. Resistencia elevada a la máxima potencia. Todo eso hay entre vos y yo. Y no hay un faro que me conduzca hasta vos.

viernes, 25 de junio de 2010

Magia

Su voz me atrapa. Sus palabras me cautivan. Sus frases me dibujan. Imposible evitar el viaje al que me invita. Melodías sensibles que apuntan a la profundidad de mis sentimientos, desnudan mis recuerdos.
Me entrego a la tristeza con él. Imagino un mundo posible y fantaseo con otra realidad. Creo que disfrutar es posible y que el mundo puede ser una maravilla. Me dice cosas hermosas al oído que no quiero dejar de escuchar.
Captar la sensibilidad y traducirla en una composición armónica es mérito de un poder sobrenatural. Una belleza inaudita. Su reproducción infinita hasta la banalidad es tal vez la aberración a la que nos expone lo masivo pero es también lo maravilloso del pop.
Si algo es mágico seguramente tiene un origen inexplicado y un final inesperado. Es caprichoso el destino a veces. Es cruel también. No es tan simple soñar en ocasiones. Me ofreció un canal para hacerlo muchas veces. También me predijo cosas que hubiera preferido ignorar.
No sé dónde está, pero sé que está en algún lugar. No puedo imaginar qué sucederá en su interior, y qué pensaría de sí mismo en la situación actual. Está ajeno a todo. Sé que probablemente nunca más vuelva a verlo. Me desconsuela pensarlo, pero me argumento que peor hubiera sido privarme absolutamente de su esencia.
Emprendió un viaje silencioso. Como Truman abrió la puerta y simplemente se bajó del show. Ya lo había hecho antes y por un breve instante, al cabo de un tiempo se volvió a subir. Esta vez creo que es definitiva. Creo que se va a ir para siempre. Pero al menos, me dejó su magia.

Ojos de ayer

Es una visión sesgada. Un tamiz que distorsiona. Una realidad que no fluye. Una historia que condena. Insólita mirada que abruma. Actuar en función del pasado. Vivir sin futuro.
La mirada sepia condena al fracaso. Todas las acciones tienen destino de nada. Es una decisión sutil pero cruel. No hay voluntad ni capacidad de reacción.
El desgarro interior no encuentra alternativas de cura. No importa lo que haga. Allí está, esperando a que algo por fin suceda.
Torbellino de circunstancias que revuelven las hojas amarillas generando el caos más absoluto y total. Apenas percibe el cambio de estación, un día es similar a otro. Las variaciones son esporádicas. A veces se oculta detrás de excusas tontas. Ni puede creerse las cosas que inventa. Excusas para vivir, aunque sea con ojos de ayer.

Vuvuzela

Es la vedette del momento. Le quitó protagonismo a todo. La pelota perdió fuerza en su eficacia y a nadie llamó la atención. Su interferencia generó quejas por la interrupción de la comunicación entre los técnicos y los jugadores. Las transmisiciones deportivas se vieron afectadas en su calidad de sonido. Los canales más sofisticados se ocuparon de equalizarlas. Pero aún así, el mundo todo habló de ella.
La mostraron en los programas deportivos, en los noticieros. Los famosos la exhibieron, la criticaron, la odiaron. Hablaron de su precio en Sudáfrica, y en los comercios del Once. Su sonido se hizo popular... vulgar forma de estar en la pomada dirían los más anticuados.
Más importante que Maradona como técnico, se la escuchó más que a las declaraciones de la selección francesa luego del escándalo, se hizo más famosa que la modelo paraguaya cuya única virtud fue realizar una grandiosa campaña de marketing de sí misma a partir de la exhibicion gratuita de sus pechos apretujados. Más liberadora que la política del apartheid.
Su nombre ya debe figurar entre los más mencionados en el último tiempo en el libro de los records. Pasó de ser una ilustre desconocida, a ser la más top. Algo así como Tito, el guardaespaldas de Ricardo Fort. Todos la nombran, todos la quieren, todos la critican, pero todos la tocan. Es, sin dudas, la vedette del momento. No importa quién resulte campeón, ella ya ganó.

Bubuzuelos

Todos embobados. El mundo es una pelota y la pelota es un mundo hiperreal. Nos topamos con ese mundo globalizado a cada instante. Fanatismo extremo que algunos critican y otros asumen. Espacio de libertad donde todo lo que tenga que ver con la redonda, esa que tiene un nombre que me recuerda a un jacuzzi, pero que en realidad parece que es menos confortable porque dicen que no entra en el arco, y eso, lejos de descontracturar como si fuera un spa, crispa los nervios de más de uno.
Allí están todos. Hombres, mujeres, niños, ancianos. Los únicos discriminados son los que falsamente pretenden abstraerse de esa efervescencia díscola y descomunal. Todos opinan. Todos saben. Todos miran. La ñata contra el vidrio de los trabajadores que no pueden pagarse la consumición y miran la tv desde afuera. La fiebre consumista que se cura con un LCD en cincuenta cuotas. Todos locos por el fútbol. Con frío, con curiosidad, con esperanza... y en el peor de los casos, con desolación y tristeza. Ilusiones rotas en apenas 90 minutos, siempre y cuando no haya alargue porque entonces la esperanza y la agonía se prolongarán por un rato más. Lágrimas de emoción ante un veterano jugador que confirma el eslogan de la marca deportiva que dice que nada es imposible.
Ser y pertenecer a esa especie mundialista que son los fanáticos exitistas elevados a la máxima expresión. Licencia que una vez cada cuatro años nos llena de bubuzuelos por todos lados. Prode entusiasta que sube y baja posiciones, competencias entre preferencias, negocios monumentales, información geográfica, cultural, social y una música comercial que martilla las cabezas más intensamente que el pajarito de Twistos. Finalmente, la pelota es redonda y sigue girando. La gloria es pasajera, y la decepción, también.

viernes, 4 de junio de 2010

Truman

Pocas imágenes han quedado tan registradas en mi memoria como aquella. Tal vez no sea muy significativa en sí misma, pero lo es por lo que representa. Un tipo que simplemente se detiene unos instantes, duda pero finalmente se decide y con firmeza abre la puerta y sale.

Qué significa ese instante en el que la persona se para frente a una pared, luego descubre que hay un picaporte, y al advertir que es una puerta, duda. Qué le dispara esa duda respecto de eso que está viendo, y qué lo impulsa a abrir la puerta y salir. Lo que no se cuenta es qué hace cuando está del otro lado. Cuáles son los pasos que sigue.

Muchas veces me ha sucedido sentir que estoy frente a una situación límite, frente a una puerta cuyo picaporte no me animo a tocar. Muchas veces me he quedado atrapada pensando cuál sería la salida, y si efectivamente esa era la salida. No he tenido ni la resolución ni la firmeza, me agoté en la duda, la indecisión, y el miedo.

El miedo paraliza, es cierto. Enloquece a veces. Me he visto tantas veces frente a una pared sin llegar a distinguir la puerta. He visto la salida y no me he atrevido a cruzar el umbral. Elegir por miedo. Miedo a elegir.

Truman vive un mundo distinto. Su realidad es otra. Nada de lo que sueña es un sueño real, nada de lo que imagina está librado al azar. Todo está previsto, diagramado, diseñado en función de las expectativas de los demás. Hay una planificación encubierta donde cada quien cumple un rol. Toda su vida ha sido un engaño. Sin embargo, frente a la puerta, Truman se decide a dejar ese mundo de fantasías. Desafía su destino. No sabe qué hay del otro lado de la puerta. No sabe cuál será su futuro. No tiene idea de qué va a hacer en esa realidad que será más real. Se anima, abre la puerta y simplemente sale.

No se ha sabido qué sucedió luego. A nadie le importó tampoco. Truman es un mediático al que todos espían para no animarse a mirar la propia vida y aplicar los correctivos que correspondan para llegar a un resultado mejor. Es más fácil mirar la vida ajena y juzgar desde la cómoda butaca que está frente al televisor. Meras distracciones. Refugios que nos muestran lo que queremos ver.

Truman simplemente abrió la puerta. Dejó de lado la rutina conocida, la gente que hace y dice siempre las mismas cosas y que luce sonrisas artificiales. Yo, a diferencia de Truman, sigo sometiéndome a tormentas implacables que me paralizan. No tengo su firmeza, pero sé que hay un ojo que me está mirando.

jueves, 3 de junio de 2010

De pie

Pensé que el caudal de humedad que fluía entonces no iba a acabarse nunca. Estaba convencida que iba a ser capaz de crear un nuevo océano con la salinidad que desbordaba mis ojos. Es cierto que se humedecen, y que me arden cruelmente aún. Ya no hay, sin embargo, inundaciones eternas como solía haberlas. No importaba que quisiera crear diques de contención imaginarios, la necesidad de rebalsar todo lo que me excedía era ya una rutina. No importaba dónde, cuándo ni con quién. No había defensas que pudieran soportar tanta presión.
No es lo mismo ahora. Acaso mi rostro conserve las huellas de un curso de agua seco que sólo de tanto en tanto vuelve a ser recorrido por el dejo de nostalgia. No hubo puentes, sin embargo pasó mucha agua. El puente que había fue destruido antes de que pudiera darme cuenta y no hubo manera de restablecer el vínculo y transitar el mismo camino.
Las pesadillas me persiguen, de todos modos. Fantasmas que surgen a veces, pero aprendí a convivir con ellos. Son parte de mi cotidianidad que paulatinamente fueron acosándome hasta volverme muy loca, y luego, con la misma tenacidad se fueron retirando. Ya no importa si están más o menos presente, a veces no me doy cuenta. Me acostumbré, sí.
Caminar las mismas calles de las que antes huí, sentirme acompañada dentro de la soledad que construí. Reemplazar un vacío por otro y en el trayecto advertir la certeza del golpe, el crecimiento irremediable, la desesperación absoluta, la tormenta más intensa y encontrar que aún así puede haber calma. Estoy de pie.
No voy a negar expectativas que languidecen con el paso del tiempo, ni esperas que permanecen en algún rincón inesperado del pensamiento haciendo guardia inexplicablemente. No es sencillo abandonar las ideas proyectadas, ni las sensaciones más profundas. La imposibilidad material no suele ser un buen argumento.
Pude hacer cosas que creí imposibles. Renuncié a otras con las mismas características. Me entregué al precipicio más sofocante y me hice añicos contra el fondo. Un poco machucada, pero estoy entera.
No sé si soy la persona que era. Probablemente desconozca incluso quién soy. No me reconozco en este presente cuando aún estoy atada al pasado. Pero inevitablemente soy este ser inasible, complicado, y enrevesado que todos ven. Seguramente sea ese mi único signo de identidad que trasciende. Así ando por la vida con toda mi carga a cuestas. Se disparan los pensamientos, los recuerdos, las asociaciones de ideas. Mi mano ya no te busca, y casi podría decir que mi piel ya no te extraña. Pero puede ser que mi cabeza me mienta, mientras mi corazón me desenmascara.

martes, 25 de mayo de 2010

Gato encerrado

El momento mágico de pronto desaparece. Nadie sabe el preciso instante en el que todo sucederá de un modo distinto. Habrá quienes estén más y mejor preparados para dar el vuelco, muchos otros quedarán en el camino preguntándose acerca del por qué de las cosas, tratando de encontrar una alternativa, o muriendo en el intento. Buscar desesperadamente un cambio que permita que las cosas se mantengan en el mismo sitio y de igual manera.
Un cordón que envuelve el cuello y lo asfixia lentamente pero sin compasión, todo lo contrario, con la perversión del dolor. Andar a la deriva tanteando respuestas que aplaquen a los interrogantes que hacen turbulenta la existencia. Nunca se va a dar un paso definitivo. La seguridad que construye la inseguridad es casi inevitable. Ningún terreno es seguro. Nadie conoce lo que había antes, y la falta de certezas hacia el futuro no son la opción más alentadora.
El gato se pasea de un lado a otro. Repite a cada instante las mismas piruetas. Se siente encerrado, desesperado. Lo miro deambular sin un objetivo, y no puedo dejar de establecer un paralelismo. Cuestión de naturaleza seguramente.
No todo es tan sencillo como parece, y nadie tiene, finalmente las garras tan afiladas para defenderse.

viernes, 21 de mayo de 2010

Puente

No recuerdo cuándo fue que supe de su existencia. No sé en qué instante pasó a formar parte de mi vida. Mucho menos soy capaz de identificar cuándo fue que comencé a quererlo.
Es cierto que lo ignoré durante mucho tiempo. Lo resistí también en varias oportunidades. Finalmente caí en sus redes y ya no puedo dejar de quererlo.
Puso en palabras aquellas sensaciones que no supe cómo traducir, tampoco interpretar. Me transmitió una sensibilidad inusitada. Hizo bellas hasta las situaciones más tristes y dolorosas. Adornó recuerdos. También fue objeto de rivalidades.
Hay una conexión infinita, secreta, impredecible, y ahora nostálgica. Si las cosas no suceden por azar, seguramente alguna razón habrá para que mi vida se haya cruzado con la suya. Tal vez no sea otra cosa que una realidad virtual, pero es cierto que es más real que la propia realidad y más virtual que cualquier virtualidad.
Desnuda mis sentimientos. Los expone de un modo delicado. Cosas que son imposibles se vuelven mágicamente reales por fracciones de segundos. Honestidad absoluta, pero ya no brutal. Esa tiene otra esencia aunque también es sumamente especial. Claridad de conceptos, poesía cruel, sinceridad a corazón abierto, recuerdos como películas de guiones que se redefinen y recrean dejando los finales siempre abiertos.
La piel se eriza al tacto de sus acordes, garabatos que escapan del pentagrama y recorren íntimamente todo mi ser. Diluvios incesantes que traducen emoción, nostalgia, amor. Tristeza infinita que me inunda cuando se apaga tu voz. Un secreto compartido que sólo conocemos vos y yo.

domingo, 16 de mayo de 2010

Celos

Te habla. Te escucha. Te tiene de un modo que yo nunca podría. Compartís cosas que no nos unen. Se ganó tu simpatía. También tu fidelidad. Está ahí, en el medio. Y yo me corro de lugar. Nunca he tenido argumentos. No los he creído necesarios. No puedo evitar la postura de guerra ni el virtual enfrentamiento, pero de todos modos te dejo ir.

Me rindo. No hay margen de batalla, la causa está perdida. Probablemente no pueda precisar ni el qué, ni el cómo, ni el cuándo. La magia se terminó. Como un imán que pierde su capacidad de atracción, así me siento frente a vos.

Ya no tengo ganas de hablarte, mucho menos de compartirte. Te dejo en libertad. Cuando me habla de vos siento que puede ofrecerte y pedirte mucho más de lo que yo soy capaz. Te veo fascinado. Sin querer elegiste. Tal vez inconscientemente me abandonaste.

Primero fue una grieta. Luego un abismo. Estás tan lejos que apenas si puedo tocarte. Te quiero, pero ya no puedo manifestartelo de un modo que me haga feliz. Andate, no quiero que te quedes. No quiero retenerte. Tus palabras ya no me acompañan. Son construcciones que están vaciadas de sentido. Te quise solo para mí, burbuja de un mundo imaginario cuya fragilidad se resquebraja, se agrieta. Fantasías que desaparecen por el impulso del viento.

Llegaste un día sin pedir permiso. Del mismo modo sé que te vas a ir. Voy a extrañarte durante un tiempo, el resto fingiré que nunca estuviste aquí.

Shhh...

Economía de palabras. Estruendos que es mejor evitar. Frases poco afortunadas que desbordan de infelicidad. Silencio. Evitar ponerles nombre al cúmulo de sensaciones que puja por estallar. Puñales que lastiman de una forma poderosa. Guerra sutil que no ahorra crueldad.
El objetivo nunca fue construir misiles. Destinos que se convirtieron en blancos inesperados. No sirven los llamamientos de paz. Tensa calma, diría el periodismo más amarillista y contradictorio. Construcciones de una realidad distinta según quién la elabore. Razón de la sinrazón.
Sus pensamientos construyen redes inexplicables que se funden en miseria y dolor. Sus ojos no disimulan la tristeza. No entiende el sentido de la vida. No sabe cómo volver el tiempo atrás. Tampoco como seguir. Todo está desordenado en un rompecabezas que no llega a completar. Piezas desparramadas por cualquier lugar.
Se mira al espejo y trata de disimular las imperfecciones de su rostro. Sabe que su mirada la delata. Todos se lo han hecho saber. Sin embargo, se empeña en escaparse por la tangente de una templanza que no tiene y una fortaleza que se derrite. Mientras el pincel se pasea por su rostro tratando de dibujar una imagen distinta, los fragmentos de su interior se confunden de un modo caprichoso. No puede mentirse a sí misma. Se ve al espejo y encuentra un ser que no reconoce. La mirada vidriosa la traiciona. Se apura a terminar su obra antes que los colores y texturas con las que acaba de cubrirse se fundan en una masa cocoliche que la muestre cruelmente desnuda. El espejo conoce la verdad que incluso ella misma se empeña en desconocer. Antes de irse le dirije una mirada suplicante que no es necesario traducir. Por un instante se tranquiliza, sabe que ese enemigo silencioso se puede resquebrajar, pero nunca va a revelar la verdad.

Cortocircuito

Agarró sus cosas, las acomodó como pudo en el bolso, a las apuradas, casi de un modo desesperado, y se fue. Siempre se va. Hay una fuerza que lo impulsa. Es una sensación que está latente y de pronto crece con fuerza. Lo empuja, lo echa. No le importa nada en esa mezcla angustiosa de tremendo dolor, ansias de libertad y burdo escape.

Le sucede con frecuencia que la situación lo desborda. No ha aprendido con el paso del tiempo alguna forma alternativa para desatar el nudo que lo atraganta y lo deja sin respiración. Se llama a silencio. En algún punto descubrió que las palabras no tenían sentido. Hay cosas que quiere decir y otras que no se anima. Sabe que cualquier frase que exprese será una bomba de tiempo que arrasará con todo. Elige la calma, aún a pesar suyo.

Genética desconexión que los inunda. Cada parte segmentada en fragmentos irreconciliables de algo que no tiene sentido. En qué momento fue que los caminos se bifurcaron, nadie supo encontrar esa respuesta. No hay atajos que conduzcan al encarrilamiento. Adivina un destino final que lo conmueve por lo irremediable, por lo culposo, por lo insano.

Resquicios del tiempo que ya no volverá. Vidas comprimidas en rutinas inertes e inconexas. Pegamento rápido para situaciones extremas y luego volver a descomprimir y alejarse. Ideas confusas, visiones encontradas. Abismos que se profundizan. Silencios como anestesias. Desmembramientos que se consolidan en distancias absolutas, infinitas, irremediables.

Tiene ansiedad, tiene prisa. Mientras espera en una esquina un colectivo que lo lleve a cualquier lado descubre que no tiene a dónde ir. Cada vez que ha decidido huir se ha encontrado inutimente plantado en el mismo lugar. Aprendió a convivir con fugas intrépidas de corto plazo. No importa el destino, lo importante es ponerse en marcha, salir de la situación. Es como el vaso de agua en un momento de tos inagotable. Sensación de calma momentánea.
Mira a través de las ventanillas pero no ve nada. Sus pensamientos se concentran en aspectos que no puede manejar. Se deshacen en alternativas que no conducen a nada. Se sienta en un café y deja pasar la tarde. Sabe que por la noche irremediablemente volverá a domir en su cama.

miércoles, 12 de mayo de 2010

Esquirlas

La armonía se rompe en un instante. Cristales de un vidrio despedazado cuyas esquirlas se desparraman lentamente por doquier. Revoluciones eternas, quebrantos que se intensifican, soledades mudas de un todo defragmentado. Reconstruir pieza por pieza los cimientos que se deshacen como castillos de arena. Ciclos continuos que comienzan y se terminan inconclusos. Estancamiento eterno. Angustia de no ser.
El viento arrastra una hoja. La hace girar , la eleva, la empuja. Palidez saltarina que migra sin destino. Instantes antes se veía empalidecer prendida apenas a una rama ya mustia. Aferrada a ese hilo de vida no pudo contener el impulso. Ahora juega, se divierte. Por primera vez siente el placer de entregarse al soplido tierno que la convierte en un hada inquieta que desparrama magia por donde circunda. Instante supremo que vale lo que dura, toda una eternidad.
La imagino feliz. Inevitable sensación de angustia, de secreto compartido, de complicidad tácita. La veo caer de repente en un charco con agua, empantanada en el pavimento ya sin fuerzas para poder despegar.
Es una tarde tibia de otoño. Una brisa tierna se hace sentir en la piel y en los ojos húmedos. Los pies se hunden en veredas movedizas que también nos condenan a la soledad. Esquirlas de un pasado reciente que se prolongan por toda la eternidad.

viernes, 7 de mayo de 2010

Frío

Un súbito estremecimiento le recorre el cuerpo. Se encoge de hombros, se acomoda el cuello de la campera para abrigarse mejor. Rápidamente introduce sus manos resecas en los bolsillos. Camina derecho, rígido. Fumaría si pudiera, pero tiene frío y nunca en su vida ha fumado. Mientras camina imagina que una cámara lo sigue. Se siente dentro de una película. Un pensamiento se dispara y piensa en la influencia de los medios. Tantas teorías debatidas, tantos estudios realizados y otros más en pleno proceso acerca de los efectos de los medios en las personas. Se siente avergonzado cuando se sorprende pensando en que quizás la hipermediatización sí hizo estragos en su forma de mirar, ver, pensar, vestir, ser, vivir. Imagina que una cámara lo sigue y registra cada movimiento, como el Gran Hermano, o, mejor, como en una película. Sospecha que si gira su cabeza y mira de frente, más allá, fuera de los límites que puede percibir hay un puñado de personas mirando atentamente cada movimiento mientras come pochoclos y no puede olvidarse del teléfono celular ni por un momento. Alguien seguramente estará obstaculizando la atención que su proyección merece por un impertinente mensaje de texto o un llamado inoportuno. Al mismo tiempo cree que en lugar de ojos tiene cámaras donde él también registra imágenes y produce un documental distinto. Se siente una pieza más en un sistema que es perverso y tormentoso. Mira, y es mirado en un continuo de tiempo que burla la temporalidad de los medios y que al mismo tiempo les hace el juego. Se siente Truman, un poco tonto y otro poco inocente. Mira los carteles llenos de publicidad en las marquesinas e imagina que son parte del juego comercial de la publicidad no convencional. Los típicos "chivos". No se siente digno de un premio, más bien se sabe mediocre, sin capacidades para actuar, sin un libreto interesante. Ve pasar una y otra vez cientos de autos frente a sus ojos. Acaso como El Principito se pregunte si los que pasan ahora siguen a los primeros. Ve caras que le resultan conocidas y que se pierden en la multitud. Internamente sabe que no se trata de un deja vu. No sabe cuándo comenzó a rodar su película, menos aún sabe cuándo finalizará. Como Truman vive engañado y se deja engañar. A diferencia de él, no tiene la fortaleza para abrir la puerta animarse a vivir una vida distinta.
Camina con las manos en los bolsillos. Un frío abrazador lo envuelve justo cuando comienzan a pasar los títulos. Ese fue su fin.

viernes, 30 de abril de 2010

El traductor de la abuela

Diacronía del tiempo que hace su juego y entorpece los diálogos. Señora aletargada en el tiempo que se expresa en un lenguaje precario y obsoleto. Expresiones que ya quedaron de mode, figuraciones imposibles de explicar en un mundo diferente. Incomprensión absoluta, salto generacional que no llega a atravesar el abismo y se hunde en la complejidad de una época fragmentaria e inconexa.
Sus canas peinadas en rodete, su maquillaje excesivo, el pergamino de su piel, la abrumada memoria que más que memoria es olvido nada entiende de neolenguajes. Acostumbrada a llamar a las cosas por su nombre, su mirada se vuelve extraña cuando tiene que explicar cada término que utiliza. O peor, cuando nota que habla y ya nadie se detiene en lo que dice. La inmediatez impide detenerse a pensar demasiado.
El pequeño apenas tiene ocho años. Es un personaje ausente en esa relación confusa que su hermana adolescente tiene con la mamá de su mamá. Piensa en las múltiples manifestaciones de amor que ha recibido de esa mujer que cada vez está más chiquita y arrugada. No quiere perder la esencia de esa relación que sabe importante aunque no tenga una real dimensión de todo lo que esa señora representa. Imagina que es posible comprenderla, mantener diálogos increíbles y nutrirse de su experiencia. Quiere ser su compañía en las tardes al regreso de la escuela, y quiere acompañarla en el tiempo que le quede. Imagina que es posible tender un puente que los una un poco más, y al que se integre el resto de la familia. Le llevó tiempo armarlo, mucho más del que cualquiera se hubiera tomado. Un día lo presentó en sociedad. Un compilado de palabras, frases y expresiones. Un verdadero traductor de la abuela. Me encantaría que este fuera un final feliz, pero lo cierto es que la abuela hacía tiempo que había abandonado este mundo para cuando el traductor estuvo terminado. No obstante, el trabajo no fue en vano. Fue un documento único que hizo su aporte, aunque enseguida quedó tan obsoleto como si hubiera sido de la época de ñaupa.

Asesíname

Hay un grito que no se escucha. Se libera con ímpetu, se expande y repercute por todos lados. Nadie repara en él. Oscura espiral de silencio. Complot colectivo de abandono y desolación. La indiferencia gana por goleada. Nadie sabe. A nadie le importa. En un mundo de super abundancia de información, de ruidos, de auriculares full time, la muda solicitud de clemencia no logra llamar la atención del resto ni consigue un gesto de solidaridad.
Abandonada en un callejón sin salida. Tirada en un pavimento asqueroso de dureza y desazón, víctima de la incomprensión, de la locura y el odio.
No, no es odio. Es un ser ajeno, demasiado ausente en sus circunstancias como para odiar. Vagabunda en un mundo sin techo, insensible al dolor de tanto dolor.
Se acurruca en un rincón e intenta llorar. Le arden los ojos. No puede más. Ha derramado a través de su rostro dolores que a nadie puede explicar. Ya no tiene fuerzas. Le arden las pupilas, pero necesita llorar. Es una represa a punto de explotar.
Suplica, pide clemencia sin cesar. No soporta más. Repite una, otra vez. Una voz inaudible que se afana por estallar. Un tiro de gracia que la salvó al final.
La encontraron por la mañana con las manos entrelazadas en su postura diminuta. Estaba llena de golpes y heridas cortantes. Los investigadores cerraron el caso sin demasiados preámbulos. Nadie reparó en la sonrisa liberadora que expresaba ese rostro lleno de sangre y lágrimas. Sólo fue una más en la lista de ausentes víctimas de un dolor irremediable y de la vulnerabilidad extrema. Al fin su deseo se hizo realidad. "Asesíname" pidió, y alguien la escuchó.

Complejidad

Ambivalencia continua. Vorágine que fagocita deseos aniquilados. Ánimos ultrajados por los desechos que generan los sueños rotos. Pesadillas cumplidas que hacen estragos en un plano de asfixia y dolor que no permiten despertar. Perder la noción del tiempo en su denso transcurrir. La esencia ya no es la misma, los amaneceres ya no están llenos de luz.
Sentir la ausencia continua de una presencia latente que no está ni se fue. Espectro fantasmagórico cuyo espíritu no logra descansar. No hay reposo para el alma inquieta. Así como el mar agita las olas con virulencia entre las rocas que forman el acantilado, así se revoluciona todo el interior de un ser que apenas late.
Dormir y soñar con los ojos abiertos. Espera que se agota y se renueva en cada desesperanza. Círculos concéntricos de pasión que mutan en su transcurrir. Espina incrustada en un abanico de sensibilidades profundas que no resisten la menor rispidez.
Cúmulo de voces acalladas, silencios reparadores, aglutinamiento de pensamientos inexpresados, argumentos hirientes, razones inconclusas. Ocaso de fantasía, tiempo de desilusión. Verdades a medias que convergen en un terremoto interior de grietas que profundizan el abismo irreparable y que anulan al ser.

sábado, 24 de abril de 2010

Pequeñez

Ser uno en un millón. El caos inesperado en la tranquilidad más absoluta. Historias mínimas que crecen y se magnifican. Todo, absolutamente todo está contemplado en un universo minúsculo.
La pasividad del transcurrir de los días cargados con la misma emotividad cotidana. Momento de ruptura que irrumpe y la tempestad sobreviene. No hay salvavidas en una selva donde rige la ley del más fuerte. Pruebas para las cuales no hay preparación, y sólo a veces algún recuperatorio. El sol gira alrededor de un grano de arena. La luz se refracta para todos lados, por momentos enceguece. Perder la visión, no encontrar el rumbo. Conformarse con lo que antes no alcanzaba. Pedir, suplicar, rogar. Nada es suficiente para salvar la pequeñez del ser.
Sentimientos que van y vienen de un pensamiento al otro. La imaginación que atraviesa todos los límites aumentando el caos y la confusión. Cerrar los ojos y sentir que hay todo un mecanismo allá afuera que hace y deshace a gusto y placer. Entregarse a la resignación o luchar con vehemencia, una determinación que no se agota en si misma sino que muta de un instante al siguiente.
Espera engorrosa que no tiene fin. Ansiar el fin. No hay salida de emergencia. Padecer, sufrir, desesperarse, agotarse en la desesperación. Noche oscura, días grises, incertidumbre manifiesta, invierno permanente.
De pronto algo se modifica. Vuelve la luz. Alegría magnánima. Compartir el sentimiento con todos no alcanza. Ambición de inmortalidad. Alcanzar un momento de gloria, de plenitud, de eso que llaman felicidad. Saberse vulnerable, chiquito, enormemente pequeño pero sumamente importante. No hay principio ni final. Todo es posible. La pequeñez sigue existiendo, la perspectiva es otra. Una historia más para el anecdotario. Pero una historia con final feliz. A festejar.

viernes, 23 de abril de 2010

Limosna

Me pide cinco minutos de mi tiempo. ¡Cinco minutos! Demasiado para que su voz chillona me aturda los oídos. Suficiente para pensar un momento en la problemática ajena. Me cuenta que tiene dos hijos, uno de cinco años y el otro de dos. No sé si está embarazada, pero parece. No tiene reparos en exponer plenamente su miseria. En cinco minutos la vida privada se hace pública con absoluta naturalidad.
Lleva puesto un jean, una campera blanca con puños rosas. Su pelo no sé si es artificialmente amarillo, o es natural, es corto pero lo lleva atado atrás. Su tez blanca resalta en su cara regordeta. Tiene un bolso floreado que cuelga de su hombro derecho. En la mano izquierda exhibe un papel que nadie lee.
No espera autorización para hacer uso de los cinco minutos solicitados. Habla directamente, usurpa mi tiempo y el de los otros pasajeros ausentes también. Nadie dice nada. Su voz desmedidamente aflautada le imprime dramatismo a su historia. Me recuerda a la clase de ayer. El profesor cuenta que en la India hay una organización que secuestra niños y los mantiene en cautiverio para explotarlos. Cuenta que a los que tienen buena voz los ciegan para ponerlos a cantar en algún sitio donde puedan darle algunas monedas. Que esos niños son puestos en los lugares donde van los turistas que son quienes más pueden facilitarles una limosna. Crueldad miserable. Pienso que esta mujer no tendría chances. ¿Y aquí las tiene? Me pregunto si es víctima o victimaria.
Tiene SIDA, o al menos eso es lo que dice. Y sus dos hijos también. No tiene trabajo y sus hijos no tienen para comer. Ella pide porque en su casa le enseñaron a pedir, no a robar. Ese es el argumento que utiliza para dar cuenta de su honestidad. Me detengo a reflexionar en el discurso que construye y me da ataque de desesperación pensar en la naturalidad de lo que dice. En lo patético del contenido de lo que dice. En cuál es la enseñanza que esos supuesos niños tendrían.
Mientras pienso en todo eso y su voz sigue machacando en mi cabeza, me sorprendo al observar que su recaudación es muy buena. Pide una moneda de cinco o diez centavos, y recibe hasta billete de dos pesos.
Me provoca sorpresa imaginar cuál fue el argumento que motivó la entrega voluntaria de alguna dádiva por parte de muchos de los pasajeros. Hago un cálculo rápido y pienso en cuánto se llevará al final del día. Comparo con un día de trabajo mío. Conclusión: no sé cuál de las dos es más miserable.

martes, 20 de abril de 2010

Caracol

Lenta rutina. Todo lo que tiene está allí. Ir con la casa a cuestas hacia algún lugar. Cualquier sitio es ninguno. Ninguno es lo propio. Destino errante. Desarraigo constante.
Caracol col col, saca los cuernos al sol. Despertar un día fijado a una superficie cualquiera. Ponerse en movimiento casi con desgano. Acurrucarse y encerrarse bien adentro de uno. Coraza que cubre, que esconde, que oculta. Nada es lo suficientemente fuerte para sobrevivir a la crueldad, al descuido, a lo inesperado.
Fascinación mágica que asombra. Ser uno en el mundo, uno contra el mundo, uno en su propio mundo. Círculos concéntricos que conducen al propio infierno, instrospección que quema, cenizas del propio ser.
Tener todo y no tener nada.
Caracol de superficies confusas. Aletargamiento de melancolías. Transcurrir el tiempo más rápido que uno mismo. Caracol que saca los cuernos al sol, que los esconde al anochecer, que se somete al frío del rocío, que ve pasar el tiempo y no alcanza a reaccionar.
Caracol que sigue su propia lógica, que acepta su propia rutina.
No tiene una mansión, no tiene nada. Sólo una coraza que sin embargo, cualquiera puede destruir.

viernes, 9 de abril de 2010

Adiós

Esta ciudad me conoce. Me ha visto transitar sus calles una y otra vez. He compartido mis penas con ella. También mis alegrías. Alguna tarde me senté en su vereda a contemplar el paso de los autos como el paso de la vida misma. Llenó mis pulmones de contaminación. Me arrastró hasta sus orillas. Se volvió sofocante en los días álgidos de verano y muy cruel en las noches de invierno.
En sus bares me dio refugio en mis días de tristeza, en mis períodos de estudio, y aún ahora en los tiempos de internet. En ocasiones también me sentí expulsada. Marginación citadina. Gente por todos lados. Siempre algún corte de calle o alguna manifestación que provoca perturbaciones en el tránsito. Siempre caos. Sirenas, bocinas, bombos, petardos. Confusión de baldosas flojas, sorpresas de inundaciones inescrupulosas, arrebatos en cualquier esquina. Inhospitalidad irrespetuosa que te hace sentir extraño en su territorio, que dificulta el retorno como castigo por la imprudencia de haber invadido un espacio al que no se estaba invitado.
Marquesinas luminosas, intermitentes, constantes han sido un faro en las caminatas nocturnas. Un centro de atracción para despejar la mente. Una fantasía para formar parte de una película.
Esta ciudad no va a extrañarme cuando me vaya. La gente seguirá yendo y viniendo. Ningún bar va a dejr una mesa vacía. No habrá en sus rincones huellas de mi presencia. Será como si nunca hubiera existido. En esas veredas donde gasté mis zapatillas habrá espacio para que otros caminen. El tumulto, el caos y la confusión seguirán existiendo.
No estaré yo, pero entonces, nada habrá cambiado.
Igual que vos, esta ciudad ya no me quiere.

sábado, 3 de abril de 2010

Roedor

Todos los días carcomiendo sobre lo mismo. Ser un fantasma de presencia constante. Una sombra que no se va, una luz que no se termina de apagar. Silencio ruidoso, torturante. Vale más que mil palabras. Espectro ambulante que recorre cada rincón. Telarañas pegajosas de las que no se puede escapar.

Todo estaba en ruinas. Las paredes desvencijadas, evidentes manchas de humedad. Invasores monstruosos que se aprovechan del desgano. Empezar por ningún lado cuando todo acabó. Esperar el derrumbe para convertirse en indigente de la propia existencia.

Ratones asquerosos que dan cuenta de la miseria, del abandono, de la inmundicia. Deshechos de una vida que no llega a su fin. No hay tiempo para resucitar, los roedores están comiéndome a mi.

Luna llena

Redonda. Brillante. Muy brillante. Absolutamente definida. Tremendamente grandiosa.
Su luz plateada ilumina la noche oscura. La miro con asombro. Testigo secreto de tanta opacidad nostálgica. Me sigue con su presencia imponente. Me recuerda todo lo que quiero olvidar.
Tantas veces se introdujo por mi ventana, me presentó a sus amigas las estrellas y me llevó a fantasear un mundo mágico y posible. Me mostró su belleza más absoluta una noche de verano en la que emergió de un río calmo y se manifestó absolutamente como un regalo deslumbrante.
Ella me conoce. Me dejó abandonada en algunas ocasiones en las que la extrañé sin remedio. Ahora pienso que es un poco traidora. Que comparte su luz también con lo que me atormenta.
A veces miro el cielo y no la encuentro. Quiero que me ayude a borrar los fantasmas, espectros de la noche que se prolongan en el espanto diurno.
Bella, muy bella. Solitaria también. Imponente y temerosa. Enorme, trascendente, misteriosa.
Imagino que un pedazo de ese queso me pertenece. Que hay una conexión sideral que hace que me sienta parte de este universo, aunque no sepa muy bien para qué.
Un satélite que gira, noctámbula sin destino. Irremediable misión de lo eterno. Una cinta de moebius que se repite hasta el infinito. A veces más grande, a veces en estado latente. Ella está ahí, su presencia me persigue. Es cómplice de las caminatas urbanas, de las lágrimas derramadas.
Luna llena de expectativas, de luz. Intensidad lumínica que enceguece y que esconde lo que nadie quiere ver. Muda compañera que me abandona al amanecer.

viernes, 2 de abril de 2010

Otoño

Otra vez la nostalgia. El color ocre de los árboles. Las veredas alfombradas de una hojarasca esponjosa y molesta a la vez. Ramas que van quedando desnudas. Viento húmedo, juguetón, fresco. Días tibios. Anocheceres tempranos. Abrigos incipientes. Nunca un ciclo se me hace tan evidente como el otoño.
Su llegada es subrepticia pero sumamente evidente. Tres meses de profunda tristeza. Recuerdos que vuelven cuando aún no terminaron de irse. Vida mediocre.
He descubierto su belleza con el paso de los años. He visto su paisaje más hermoso en ocasiones inolvidables. Me he regocijado con su presencia. Me he asombrado con su variedad inescrupulosa.
En mis épocas de infancia cada año juntábamos las hojas para pegarlas en la carátula del cuaderno. El ritual consistía es buscar las hojas con las formas más definidas, el color más amarillo o más marrón. A veces era difícil encontrar hojas ya arrancadas por el viento y había que sacarlas prematuramente de su rama. Creo que los programas de estudio no han cambiado desde entonces, aunque puede ser que los árboles sean cada vez más escasos.
Desde hace un tiempo su llegada no deja de ser un puñal que marca el ocaso de mi vida. Es la antesala de la cruel realidad del invierno. Sé que el frío de mi alma es mucho más brutal. No hay abrigo que pueda contra eso. No hay nada que detenga el paso del tiempo.
Otoño. Nostalgia. Tristeza. Abrazos rotos. Silencios eternos. Un frío mortal se acerca, invade, inunda, congela.
Otra hoja que el viento se lleva.

Espejo

Vi su mirada huidiza. Percibí que no era feliz. No era necesario tener demasiada habilidad, se notaba en su rostro la tristeza de su alma. Era como un pájaro enjaulado que ve pasar sus días a través de las rejas que limitan su espacio del externo. No eran más que barrotes que la hacían sentir dueña de su propio infierno. Nunca había sido dueña de nada. Todo lo que tenía eran condicionamientos, un contexto que la marcaba, un destino predefinido. Alas que ella misma se había cortado. Una puerta que ella misma cerraba.
Escuché su relato. Lo cuestioné inclusive. Era tan fácil advertir todo lo equivocada que estaba! Le expuse mi punto de vista, la llevé hasta el rincón donde uno no tiene más que sincerarse consigo misma. Honestidad brutal, otra vez.
Vi sus lágrimas. Percibí su congoja. Escuché sus razones.
No sentí pena por ella. Me desesperó no poder ayudarla.
De pronto me encontré a mi misma diciéndome las cosas que me hubiera gustado escuchar poco más de diez años atrás cuando todavía había tiempo para torcer el destino.
No soy la única que comete errores.
Y no soy la única que es incapaz de solucionarlos.
Se fue con su tristeza a cuestas. Con su falta de decisión, con su falta de elección. Resignación, una condena a muerte de la que, a veces, es difícil escapar.
Un espejo roto. Siete años de mala suerte. Yo le avisé. Ella no quiso escucharme.

miércoles, 17 de marzo de 2010

Terroncito

Bordes rectos casi perfectos. Forma rectangular casi olvidada en algún rincón del tiempo. El envoltorio es de papel blanco, apenas interrumpido por una leyenda identificatoria del lugar, que no da cuenta del contenido. Uno sobre otro se apilan en el pequeño receptáculo disponible para que los clientes puedan servirse algunos.
Desenvuelvo uno, lo coloco en la cuchara y lentamente lo voy sumergiendo. Mientras veo cómo el terroncito de azucar se va tiñendo de color café, mis recuerdos me transportan a la infancia.
Mi papá solía traer de cuando en cuando una caja, entonces jugábamos a ver quién hacía que el terroncito durara más tiempo a medida que se inundaba con te, café o mate cocido. Por esa época, mamá nos repartía las galletitas variedades para que no nos peleáramos con mis hermanos por ver quién agarraba más de los anillitos. Nos repartía en partes iguales, pero siempre maliciábamos las de los demás. Desconfíabamos de si aquél que terminara más rápido recibiría más o sólo se quedaría con las manos vacías viendo cómo los demás administraban mejor su preciado botín. La secuencia era la siguiente: poner primero un terroncito de azúcar, ir sumergiéndolo de a poco. Luego repetir la operación con el siguiente, y finalmente continuar con las galletitas.
Crecimos. Con el tiempo nos olvidamos que el azúcar también podía encontrarse en terroncitos. Seguramente la habíamos reemplazado por el edulcorante. De pronto, casi sin querer, un terrón, varios de ellos, están ahí, inocentes, acarreando con su presencia un montón de recuerdos.

Ojos

El cansancio se hace sentir también en la mirada. Hay imágenes que se vuelven difusas, y otras que creo ver y no sé si en realidad ocurren o son un producto mental. Siento como si hubiera fuego dentro de mis pupilas, me arden. Me quito los anteojos y con la mano derecha refriego primero un ojo y luego el otro. La calma es momentánea, realmente me queman. Quisiera cerrarlos para siempre, no sentirme perdida, difuminada entre una marea inabarcable de nada, de todo, de confusión. No hay paz. Todo se apaga cuando cierro los ojos pero la procesión va por dentro. Una parte de mi se niega a ver, y la otra responde con una visión distorsionada de las cosas.
Sé que la respuesta interior es cruel y que aunque pretenda no la puedo acallar. Todo me supera. Lo cierto es que no hay una mirada límpida y clara a través de mis ojos. Estoy ciega. Deambulo por la vida dando tumbos entre las paredes, tropezando con las veredas rotas y el asfalto lleno de baches. No veo. Nada me permite percibir más allá que la oscuridad de mi mundo. Tomar un puñado de arena y encontrar que al cabo de un instante todo se evaporó. Sentir el vacío más absoluto entre la oscuridad y la nada. Cerrar los ojos y no ver, abrirlos y seguir presa de la confusión, la noche y el hastío. Sentimientos tristes que trascienden la calidez de los momentos, la fraternidad de los amigos, una mirada que habla y dice muchas cosas. Un silencio que se escucha. Un reflejo de luz que nunca vuelve a encenderse.

viernes, 5 de marzo de 2010

Implosión

Es una idea. A veces un capricho. Una ansiedad. Una mezcla de desesperaciones. Angustias incesantes que en la búsqueda por darles una salida y dejarlas escapar por fin, se hacen más profundas, más enrevesadas, más macabras.
Ya no recuerdo como era entonces. Como si la vida recomenzara cada vez en un instante mísero de recuperación o pérdida definitiva. La elección es evidente. Dar una y otra vez la cabeza con la misma piedra supone cierto goce que no alcanzo a comprender. Me desconozco. Todo el recuerdo que tengo de mí es este ser que hoy se encuentra oculto en una maraña indescifrable de máscaras lamentables que no alcanzan a esconder la patética imagen que se trasluce a través de mis facciones, de mi piel.
Desesperación, ansiedad, vergüenza, fantasía, realidad, irracionalidad. No podría describir el instante en el que se produjo la metamorfosis. La autolástima de la cucaracha de Kafka, tan patética como irremediable. Acercarse lo más lejos posible de la gente. Un gusano que nunca llega a mariposa. Un insecto que no sabe qué hacer con las alas. Una naturaleza sofocante que conduce una y otra vez hasta el mismo pedestal que se erige magnánimo e indiferente, a cuyos pies se elaboran súplicas y rezos que nadie va a escuchar.
Las mismas preguntas, la misma falta de respuestas. Acciones inexplicables que no pueden sostenerse y que sin embargo contribuyen un poco más a la autodestrucción. El ataque suicida nunca termina de ejecutarse. Dolores conocidos, errores repetidos, burbuja permanente. Decadencia absoluta. Dónde fue tu fortaleza, qué pasó con tu inteligencia, para qué tanta educación. Instintos perversos te llevan por caminos perdidos hacia ningún lugar. Espíritu errante, inconsciente, torpemente entregado a perecer. Sucede cuando la única opción de volver a la vida es la muerte.

viernes, 19 de febrero de 2010

El sabor del encuentro

La selección de los jueves quizás haya sido un poco arbitraria. Era lo que las circunstancias permitían. A medida que se sucedía, se fue transformando en un hábito, una rutina, un compromiso tácito pero que por alguna razón podía romperse. Entonces se hizo móvil. Ya no se trata sólo de jueves. En ocasiones sucede los lunes, otras los martes. Los miércoles eran de locura, pero también cedieron su espacio. Por ahora sólo escapan los viernes porque no nos convoca a todos, apenas si nos fragmenta.
Compartir es el verbo que mejor justifica su existencia. Comentarios, opiniones, anécdotas, revelaciones increíbles, risas disparatadas, antojos que a veces pueden traducirse en licuados, otras en panqueques, helados, medialunas, pizzas y todo lo que la carta ofrezca.
Son horas que se entregan a una experiencia grupal. Quizás en algún punto es cierto que pueda llegar el aburrimiento. Puede que la vida se encargue de eso decidiendo por nosotros y entonces las salidas de los jueves serán también un recuerdo.
Horas que permiten el olvido, la distracción, que llenan un espacio, que evitan determinados pensamientos, relativizan creencias, mezclan ideas absurdas, construyen mitos y permiten la observación minuciosa de gestos, actitudes y personas que nos diferencian del resto.
El lugar puede variar, la ubicación también. Eso genera disidencias en ocasiones, pero de alguna manera llega el consenso. De preferencia cerca de la ventana, lejos de la puerta y asientos cómodos para una estancia de horas. Seguramente la carta será visitada más de una vez, la elección nos lleve más tiempo de lo habitual y apenas hayamos seleccionado algo nos quedemos con algún asunto pendiente que no nos permitirá abandonar el lugar hasta no concretarlo.
Ansiedad por hablar, o por callar otras cosas. Dejarse llevar por el momento. Nada hay que no haya sido dicho antes. Sensaciones que aún están, sueños rotos, fantasías inconclusas, delirios esperanzadores, tristezas recurrentes, enojos momentáneos, incertidumbres y nostalgias. Es imposible no dejar todo eso de lado a cambio de un momento de distensión. Al cabo de la reunión volverán otra vez a hacerse presentes. Es una renuncia momentánea que al menos permite disfrutar de las salidas de los jueves.

sábado, 13 de febrero de 2010

Sin ti

Te extrañé. Te esperé. Tenía cosas para contarte. Muchas. Todas. Pero nada importante en verdad. Me devolviste una sensación que hacía tiempo no sentía. Pusiste distancia donde no la había. Te fuiste llevándote todo, y otra vez me quedé vacía.
Me guardé las anécdotas. Reservé nostalgias, conversaciones remanidas. Textos que quise comentarte, palabras que quise transmitirte, abrazos que se disolvieron en la espera, exigencias que no correspondían. Todo quedó escondido en algún lugar. No quise encontrar un teléfono. Le adjudiqué al cansancio el desgano de escribir. Dejé que las frases se perdieran en laberintos de pensamientos confusos, que el viento revolucionara mis ideas como lo hacía con mis cabellos. Tuve mi propio terremoto, soporté todas sus réplicas.
No estoy de pie. El sismo me arrasó. Una y todas las veces que pudo me sacudió dando vueltas todo a mi alrededor. Torbellino de crudeza. Desesperación, muerte y desolación. Sobrevivir aunque no haya fuerzas. Entregarse a los milagros de la naturaleza. Bipolaridad que atraviesa, que juega, que hace mella, que lastima, que perfora, que se rie a carcajadas. La tierra devastada me fagocita sin dejarme respirar. Desierto de esperanzas. Tristezas encarnadas. Ilusiones extrañas, fugaces, vanas.
Imagenes desgarradoras de un corazón abierto de par en par. Mutilación absoluta. Desangrada soledad. Desprotección inaudita, imposible de remediar. Indiferencia con preocupación virtual. Perdí la alegría, me deshice en lágrimas que volvieron al mar. Supe siempre que te irías, aunque no te dejo de esperar. No sé qué será de mí, pero mucho menos sé qué será de ti.

Apariciones

Fugaces, mínimas, chiquitas. De la nada, de un gesto, de una frase, de una melodía, de cualquier lado surge un recuerdo que te trae nuevamente.
Alguien me habló de vos. No te conocía, pero pudo apreciarte lo suficiente. No lo conocés, ni vas a conocerlo, pero casi por accidente te arrastró otra vez frente a mí.
Fantasma vagabundo. Fugitivo errante. Apariciones inexplicables.
Estás en ningún lugar, y estás en todos. Una especie de dios maléfico y pueril.
Confusos recuerdos, pensamientos inconclusos, frialdad de sensaciones. Mirada esquiva, verdades inobjetables, silencios complacientes, palabras que fluyen sin querer, por su propia voluntad.
Relatos sintéticos, fantasía o realidad. Ilusiones muertas en el jardín de invierno. Apariciones que desaparecen una vez más.

lunes, 1 de febrero de 2010

Un parto. Una muerte. O dos.

Estaba sola. Nunca se había sentido tan sola. Mientras atravesaba el pasillo veía pasar rápidamente los tubos de luz fluorescente que le nublaban la vista. Lloraba. Lenta y silenciosamente, lloraba. Escuchó que la enfermera le dijo algo, palabras que intentaban calmarla, pero se sentía demasiado triste para prestarle atención.
Entró a la sala de parto con una amargura que nunca había imaginado. Ya había estado en una sala así en otras ocasiones, pero nunca había sucedido de este modo. Casi por impulso se acarició el vientre, apenas suavemente. Le dolía un poco, como le había dolido desde el día anterior. Aguantó todo lo que pudo, pero cuando ya no soportaba más se dirigió al hospital.
No hubo nadie que la acompañara. Por la noche había dado vueltas y vueltas en la cama. Por la madrugada se levantó, dio algunas vueltas más. Miró el bolso que ya estaba preparado más por experiencia que por precaución. Sola. No podía ir sola. Tampoco podía esperar a que su marido se despertara. Estaba dormido profundamente desde que lo dejaron en la puerta entregado al alcohol. Se decidió por fin. Agarró el bolso, cerró la puerta y se fue.
Apenas entró al consultorio, el médico la revisó. La derivó con urgencia al hospital. La ambulancia encendió su sirena y minutos más tarde estaba en una camilla rumbo a la sala de partos. Ese día su vida dio un vuelco.
El parto fue natural. El bebé nació muerto. Hacía días que estaba en ese estado. Ella nunca se lo hubiera imaginado. Hacía una semana que su obstetra la había controlado y todo estaba en orden. Faltaba casi un mes para la fecha prevista para el natalicio. Inexplicablemente el mundo se hizo auténtica y cruelmente injusto. No hubo palabras que le acercaran algún consuelo. No tenía fuerzas, sólo quería morir. Sin embargo, tenía otros hijos a los que debía cuidar. En ese instante hubiera deseado no tenerlos y permitirse también ella dejarse llevar por la muerte.
En cierta forma lo hizo. Cuando el padre de la criatura se hizo presente en la sala, ella sólo atinó a mirarlo con todo el dolor que era capaz de sentir. Fue suficiente. No tuvo coraje para enfrentarla así que se dio media vuelta y se fue. No supo de él hasta varios días después.
Cuando ella regresó a su casa, él no estaba. Fue un trago tan amargo para ella encontrarse rodeada por la mirada de incomprensión de sus otros hijos. Preguntas que no llegaban a formularse se quedaban sin respuesta. Cómo se hace para vivir cuando la vida no tiene sentido, cuando ya nada ni nadie importa. No tenía fuerzas, no tenía ganas, no tenía nada.
Se miraba al espejo de tanto en tanto, veía su silueta deforme, su cara demacrada, sus pechos inflados. Se preguntaba cómo unir todos los fragmentos en los que se había convertido su vida. Por las noches lloraba desoladamente. A veces buscaba su bolso intacto y acariciaba una y otra vez la ropita suavecita, diminuta. Lloraba. Lloraba sin consuelo. No faltaron los irrespetuosos que quisieron comprarle las prendas, total ya no iba a necesitarlas. Ella no decía nada, pero las iba regalando de a poco. Entendía que si alguien se atrevía a mencionarle la idea era porque indefectiblemente debía tener una necesidad muy grande. No hubiera sido capaz de comerciar con aquellos símbolos de su dolor. Mucho tiempo después aún conservaba algunas batitas. El marido nunca volvió. Ni siquiera tuvo el cobijo de sus abrazos. Los necesitaba, le hacían falta, pero frente a cómo habían sucedido las cosas, lo despreciaba. En realidad no era así, pero necesitaba creerlo. Ella hubiera deseado en lo profundo de su ser que nunca la hubiera abandonado. Sin embargo, se fue tras las huellas de una mujer que lo dejó antes de que él pudiera darse cuenta.
Se convirtió en un espectro, una sombra de sí misma. Nunca más volvió a vivir, en su lugar sólo hubo vacío.

miércoles, 20 de enero de 2010

Libro


Por la época en que dejamos de vernos estaba planeando la edición de su libro. Era una recopilación de cuentos y relatos varios que había ido escribiendo a lo largo de los años. No me parecían una genialidad, ni mucho menos, pero para él eran diamantes en bruto que fue puliendo borrador tras borrador. Era su ópera prima, y como tal, le inspiraba un deseo irrefrenable de darla a conocer.

La conversión de aquellos escritos en un ejemplar disponible en librerías era casi una utopía, el único modo posible era hacer una impresión por cuenta propia y contratar a alguien que se encargara de la distribución en algún que otro punto de ventas. Se necesitaba dinero, la inversión era importante, para él no era problema.

Me mostró cada uno de los relatos cientos, inifinidad de veces, casi los conocía de memoria. No necesitaba leerlos una vez más, pero me lo pedía con tanta insistencia que no podía negarme, y allí estaba yo, obligada a sorprenderme cada vez.

No supe de su proyecto en mucho tiempo. Cuando volví a verlo me contó que había logrado materializarlo, aunque en los hechos había perdido ya mucho de su magia. Me regaló un ejemplar para mi cumpleaños. No tenía dedicatoria, y no deseaba que la tuviera tampoco. Pasaron algunos días hasta que me decidí a leerlo y a reencontrarme con esas historias. Comprobé que mi percepción no había cambiado demasiado. Eran cuentos de amor, de locura, de muerte. Entre los relatos encontré un texto que no conocía. No fue difícil identificarme en aquellas palabras. No era explícito, pero yo sabía que eso tenía que ver conmigo. Me trajo sentimientos de tristeza, de pérdida, de nostalgia.

-¿Leíste el libro? -Me preguntó al cabo de una semana, o dos.

- Sí -Le respondí escuetamente.

- ¿Qué te pareció?

- Bien. -No quise abundar en precisiones, en realidad no quería hablar del tema. Sabía que para él era importante, y para mí... para mí no dejaba de ser una compilación de relatos acumulados a lo largo del tiempo. No eran obras maestras, pero yo sabía que había algo de mi impronta en cada uno de ellos.

- Hay un cuento que escribí pensando en vos... - me dijo- ¿te diste cuenta?

- Ah... sí, lo ví.

- ¿Y qué te pareció? - me preguntó sin ocultar su ansiedad.

- Bien...

Definitivamente no quería hablar del tema. Eran historias que tenían que ver con nuestra historia, y como tal, ya se habían puesto amarillas. Nada de lo que había allí era real y nosotros ya habíamos perdido noción de cuál era la realidad. No tenía caso.
No recuerdo bien qué me llevó a hacerlo, sólo sé que una tarde puse el libro en la mochila y salí con él sin un rumbo fijo. Casi sin pensarlo, o habíendolo pensado mucho, no había diferencia, saqué el libro y poco a poco fui arrancando sus hojas. A medida que iba encontrando cestos a mi paso, les arrojaba los vestigios de aquellas palabras transformados en rompecabezas que nadie más armaría. "Al fin y al cabo, todo esto no es más que basura", me dije a mí misma.

No sé qué fue de él, nunca más lo volví a ver. Sus palabras se esfumaron en el viento, seguramente estarán reacomodándose en nuevas historias que nunca llegaré a leer.

martes, 19 de enero de 2010

Silencio

No dijo nada. Lo miré a los ojos, me miró a su vez. No hubo palabras. No pude evitar el llanto. Miré la tarde gris, las hojas revolvíendose en los árboles y dejándose arrastrar por el viento. La nube de polvo no tardó en levantarse y golpear con fuerza con todo lo que encontraba a su paso. Tantas veces lo había imaginado, y de pronto ahí estaba. Parecía un espejismo del desierto, una alucinación irremediable.
Llegó hasta allí buscando un poco de tranquilidad. Sentía que su cabeza era una máquina de girar a cientos de revoluciones por segundo. No podía con sus recuerdos, lo atormentaban demasiado. Se sintió muchas veces un ser miserable. Otras tantas se sintió incomprendido.
El oleaje del río pegaba cada vez con más fuerza contra las piedras de la costa. Ya no quedaba nadie en el lugar, todos habían huido espantados por el temporal. Cuando lo vi estaba sentado en la orilla. No manifestó sorpresa al verme. No podía creer que lo estuviera viendo. Sólo al cabo de un rato vi deslizarse lentamente las lágrimas en sus ojos. No me dijo nada, tan solo me abrazó. Supe entonces que él estaba allí verdaderamente, que desgraciadamente nunca había muerto y que yo volvía a ser su inefable prisionera.

Nadie

No supe quién era. Su rostro impávido me era familiar, no obstante, no pude recordarlo. Su mirada inquieta me seguía con disimulo. Vi su expresión ruda, sus rasgos tensos, su mirada nostálgica. Me miraba como sin verme. Me incomodaba. Me obsesionaba. Inútilmente buscaba en mi memoria. No podía recordarlo.
Se sentaba a lo lejos pero lo suficientemente cerca para no perderme de vista. No había sitio en el que no estuviera. Era silencioso, como una sombra. Nunca me atreví a hablarle.
Me hice cientos de preguntas. Me detuve en cada detalle. No hubo forma de saber quién era. No me atreví a compartir la intriga con nadie más. En silencio me sentía acompañada por esa mirada constante que apareció un día sin pedir permiso y de la misma manera se fue.
Esta tarde el doctor me dijo algo que no alcancé a comprender. Desde el accidente, todos hablan de demasiadas cosas que nunca llego a entender.

sábado, 16 de enero de 2010

Intruso

Invade, es su naturaleza. Acecha, no sabe de otros métodos. Acorrala. Aturde. Está ahí. Es la amenaza en estado latente. Irrumpe con su barbarie trayendo consigo su ejército de aliados.
Todo estaba en su normal desorden antes de su llegada. El mecanismo de ruptura se activó inmediatamente con su presencia insoportable. Es el rey del lugar, el resto son súbditos a sus pies. La lógica cambia, la dinámica se quiebra. Luchas internas. Clima tenso. Densidad atmosférica. Palabras no dichas. Silencios que lastiman. Gritos. Llantos. Dolor.
El intruso está aquí. Los enemigos íntimos se exilian, el destierro es la única solución.

Irracional

Cuando el corazón late fuerte, cuando la cabeza va a mil revoluciones por minutos. Cuando el mundo no deja de girar y no hay margen para bajar. Los pensamientos fluyen, arman historias, giran también en círculos concéntricos, atormentan, hostigan.
Buscar la paz, una calma momentánea, una distracción inocente. Nada hay inocente en la desesperación. Se pierde el control y no hay frenos para parar. Inventar excusas, pensar, pensar y pensar. Qué decir, qué hacer... sobrevivir.
Asuntos pendientes que golpean por dentro. Una película sin final. Empieza siendo una comedia y termina en un trágico final. Títulos. Sin embargo la secuela no termina allí. Detener la proyección. Cerrar los ojos para no ver. Al abrirlos la escena terrorífica obliga a mirar. Tormentos que enloquecen. Torturas de las que no se puede escapar. Sudar miedo, irracionalidad, angustia. Entrar en el círculo de la vergüenza, la lástima y la humillación. Ocultar. Mentir. Autocompadecimiento. Un secreto llevado a la tumba. Un fantasma. Un acto irracional.

domingo, 10 de enero de 2010

Límite

En qué momento los sueños se vuelven pesadillas. Cuándo el amor se convierte en desamor. Qué hace que una presencia se torne en ausencia. Cómo un siempre se transforma en un nunca, un nunca en un jamás. Cuál es el punto de inflexión donde una risa se hace llanto, y la alegría, tristeza. La esperanza se pierde en el cruce de la desolación y la resignación y la soledad vira hacia la hosquedad. Una palabra se disfraza de puñal, un gesto en un tiro de gracia. El recuerdo se vuelve rencor. En qué instante el deseo se vuelve frustración, y el objetivo una obsesión.
Cómo identificar las fronteras de la metamorfosis donde el presente se hace pasado. El instante exacto en que la oruga se convierte en mariposa. La plenitud se torna decadencia. La consciencia en inconsciencia. El riesgo en error. La certeza en duda. La decisión en egoísmo. La amistad en compañerismo, el compañerismo en distancia, la distacia en olvido. La reflexión se vuelve locura. El miedo, pánico. La confianza, inseguridad. El secreto, infidencia. La lealtad, traición. El sentimiento, dolor. En qué momento lo bueno se vuelve malo, y viceversa.

sábado, 9 de enero de 2010

Búfalo

Dicen los que saben que el búfalo es un animal de características especiales. Hablan de su parsimonia, de su constancia y tenacidad. Su capacidad de trabajo es inagotable, es un emprendedor por naturaleza. Por su tamaño infunde respeto. Suele ser tranquilo si nadie se mete en sus asuntos, pero puede dar pelea frente a cualquier amenaza.
Hay personas que suelen tomar esas características y hacerlas parte de su vida. Así como los bueyes van arrastrando el arado por los campos en los cuales fecundarán los frutos de su trabajo, hay quienes se apropian de ciertos valores y los sostienen a lo largo del tiempo, seguros de que también darán sus frutos. La confianza en su fortaleza, en sus convicciones, en su saber hacer son las que lo llevan a concentrar la energía en resultados positivos. Quizás no sea tan cierto que sea un solitario, forma parte de un todo junto con su campo de cultivo y el arado. Es posible que su experiencia adquirida en otros ámbitos le haya permitido reconocer la importancia del trabajo en equipo y que le haya impulsado a conservarla amparada en un criterio, una idea, un concepto.
No es fácil ser líder. Para algunos es algo natural, otros tienen que aprender. Todo forma parte de un proceso de crecimiento. Contar con un terreno fértil para el crecimiento de la semilla requiere cierto criterio, cierta destreza en la elección del campo. También es importante que la semilla prenda en la tierra y empiece a generar lazos. Mientras la planta crece, la esencia se conserva.
Pero a veces es necesaria la rotación. Cambiar el cultivo o cambiar el campo. Si los resultados son buenos, no hay motivos para cambiar el cultivo, en cambio es más próspero seguir llenando otros campos con las mismas semillas, con los mismos lazos, con los mismos valores. Puede que sea más fácil mantenerse en el mismo territorio y sólo verificar que todo siga su curso natural. Sin embargo, es difícil que eso suceda sin que exista estancamiento. Un buen líder siempre busca un nuevo desafío. Mascar una decisión. Pensarla. Elaborarla. Llevarla a la práctica.
Sentir que hay una nueva fuerza que impulsa, un deseo aún no cumplido, una expectativa que crece. Arriesgarse. En la elección misma hay todo un mérito.
Paso firme. Andar certero. Convicciones que se llevan a cuestas. Elegir un camino. Seguirlo. Tener destreza para cambiar el rumbo si es necesario. Ser un búfalo y querer serlo.

viernes, 8 de enero de 2010

Olvido

Veo una redondez que crece. Desde hace tiempo viene aumentando sus dimensiones. El seguimiento es continuo y cada detalle es un descubrimiento. Acaricia esa panza con movimientos suaves y circulares. Apoya la cabeza y espera sentir algún movimiento brusco. Tiene una sonrisa inmensa. No terminar de ser chico y ya convertirse en padre. Tantos años esperando ese milagro y ahí está creciendo día tras día. Hay una ansiedad latente. Hay proyectos, impulso arrollador.Sucede, simplemente sucede. Un día cualquiera recibís la noticia y ya tu vida toda gira en torno a ese acontecimiento minúsculo y mayúsculo a la vez. Todo lo que quiere está ahí. Nada más importa. Y de vos, quién se acuerda ya de vos...

Muerte

Espero... Hago de cuenta que no, pero espero. Mis pensamientos van, pero siempre vuelven. Miro de reojo, casi sin mirar, pero miro, y nada. Reviso una y otra vez. Nada. No llego a convencerme, sigo esperando. Pienso en una nueva meta, voy corriendo poco a poco la linea final. No quiero. La resistencia sigue vigente a pesar del tiempo.Etapas que culminan, ciclos que se cierran y vuelven a empezar. Que algo cambie para no cambiar, decía Fito en alguna canción. Sentir la desesperación del paso del tiempo y no poder hacer nada para evitarlo. Se escapa, y con él todas las posibilidades. Vacío. Cómo compensar el dolor aún vigente de las heridas. Quedarse sin aire, intentar respirar y sólo sentir la asfixia. Querer abrirse el pecho para poder liberar el alma. Puras fantasías, la realidad es todavía más cruel.Pasa un tren, luego otro, y así sucesivamente. La gente medio dormida y medio despierta padece un insomnio trasnochado que la vuelve torpe, indeseable, errante. Me siento uno más de ellos. Nada cambia. Todo sigue su rutina diaria, y por dentro me muero un poquito más. No importa cuánto lo espere, no llegará. No importa cuánto lo desee, nunca se cumplirá. Perdí el turno, y no puedo volver a comenzar. Todo sigue una lógica que no puedo comprender. Soy como un fantasma que deambula sin encontrar la paz.Vuelvo a mirar. Nada. Sé que es en vano esperar, pero no lo puedo evitar. Sé que no hay más excusas, pero busco una nueva fantasía para huir de la realidad.El reloj de arena se hizo añicos, ya no hay forma de volver el tiempo atrás.Imagino que todo es una pesadilla, pero no puedo volver a la cotidianidad. Todos los espacios, todos los tiempos, todos los recuerdos, todos los sentimientos, todos los proyectos quedaron congelados en un momento que ya nunca volverá. Las preguntas no tienen respuesta. Ni nunca las tendrán. Tu muerte me hiere y aunque lo intente, no te puedo resucitar.

Sólo por hoy

Voy a evitar la ansiedad. Nunca me gustó comerme las uñas, y no voy a hacerlo ahora. Nunca fumé, y nunca ví la necesidad de hacerlo. No bebo, y no encuentro motivos racionales que me indiquen sus beneficios. Me gustan los chocolates, es cierto, pero me disgustan los excesos. En momentos de angustia oral quizás lo dulce me atrape con mayor facilidad. Voy a evitar también eso. No se trata de reemplazar un vicio con otro ni de sacar un clavo con otro.Que mis pensamientos se disparen hacia otros sitios. Que mis proyectos empiecen a hacerse realidad. Sólo por hoy voy a tratar de superar la contradicción. Imaginar otros caminos tal vez me hagan conocer otras geografías y me conduzcan hacia un lugar al que no sé ir. Sólo por hoy no voy a pensar nada más que en hoy. Voy a proponerme metas cortas, alcanzables, que no me llenen de frustración. Es un paso a paso para empezar a caminar despacito e imaginar que alguna vez podré correr. Que no necesito muletas ni bastón, mucho menos una silla de ruedas o una cama que soporte mi postración.Sólo por hoy voy a fantasear con que nunca te he conocido, que un golpe me hace perder la memoria y que puedo volver a empezar. Que tengo la mente en blanco para llenarla de nuevos recuerdos y que hay vida después de vos.Sólo por hoy es la fórmula de la que el mundo se apropió para dejar de fumar, para bajar de peso, para dejar las adicciones. El juego, el alcohol, las sustancias tóxicas, la comida, encuentran su salida de emergencia en un cartel que los guía. Lo demás no importa, no existe. Todo se reduce a un acto simple, un momento de esfuerzo que se multiplica en el suceder de los días. En cada jornada el "sólo por hoy" de la puerta de salida es la clave para iniciar un nuevo camino, un reencuentro con lo propio, con uno, con lo que hay en el interior del ser y con los deseos que se quieren realizar. Es una fórmula simple y quizás por eso a veces falla en su eficacia. Se abandonaron dietas, tratamientos antitabaquismo, etc., etc, etc. Acaso este sea el último de los recursos en esta granja de recuperación donde lo único que espero, es olvidarme de vos.

Ahí donde no estás

Ahi donde no estás hay vacío. Hay silencio. Hay tristeza. Cuándo fue que se nos acabaron las palabras, cómo fue que ya no pudimos mirarnos a los ojos y reconocernos en la mirada del otro. Hay una ausencia constante, un dolor permanente. Hay temas que no puedo escuchar sin recordarte. Hay caricias que no se han borrado de mi piel, hay rastros de cicatrices que me dejaste, hay abrazos que no puedo arrancarme. Extraño tu mano enlazada con la mía. Te llevaste una parte de mi. Ahi donde no estás, también falta mi identidad.Hay esquinas en las que dice prohibido pasar, hay calles cerradas a mi tránsito. Hay deseos reprimidos. Fantasías incumplidas. Películas con finales abiertos. Falsas expectativas. Desolación. Hay cien años de soledad.Donde no estás hay amigos, compañeros, gente que ocupa tus espacios sin llegar a cubrirlos. Hay salidas que prefiero evitar, encuentros que quisiera concretar. La ansiedad de un llamado, un mensaje, un correo, una señal. Fantasmas. No me acompañas en mis fracaso. No festejás mis alegrías.Ahí donde no estás hay fotos que materializan un pasado que fue, recuerdos que se vuelven sepia, que se confunden y se mezclan. Hay espera. Cuándo termina la espera, cuando llega lo esperado o cuando te resignás a que ya no llegará. Hay palabras que me faltan, aliento que necesito. Lágrimas que no se agotan. El tiempo que pasa. Compras compulsivas. Actos irracionales. Pensamientos tormentosos. Necesidad irrefrenable de escribir. Proyectos que no existen. Hay miedo. Hay vida. Hay muerte.Ahi donde no estás, aún estás.

Desolación.

Silencio. Un envase vacío. Una tarde sin sol. Una noche sin luna. Un invierno sin abrigo. Un desierto sin oasis. Domingos híbridos de siempre. Insomnio incontrolable. Pensamientos infinitos, constantes, tortuosos. Preguntas sin respuestas. Ruido insoportable de una canilla que gotea. El sabor desagradable del pan al que se olvidan de colocarle la cantidad necesaria de sal. El estómago hambriento y ni un peso en el bolsillo. Un cumpleaños sin saludos. Un teléfono que no suena. Una navidad sin regalos. Un corte de luz inesperado que dura más de lo deseado. Una gaseosa caliente. Una taza de café frío. Un colectivo que se va cuando estás llegando a la parada. Una palabra no dicha, frases no escuchadas. Una canción que te genera recuerdos. La ausencia permanente. Galletitas húmedas. Un mensaje escrito y borrado muchas veces, un envío no realizado. Una fantasía que se diluye en la nada. Un limón sin exprimir. Boletas sin pagar. Primicias de ayer. Canciones tristes. Auriculares que no funcionan. Celulares sin crédito. Lentitud en la red. Motor sin combustible. Mago sin trucos y a la inversa. Una casa vacía, muebles desvencijados, el paso inevitable del tiempo. La incomprensión en su máxima expresión. Cuentas que no dan. Resultados que no conducen a nada. Espera interminable. La certeza de que no estás.

Capítulo XII. El final definitivo.

Ella lo veía distante. El estaba distante, un cosquilleo incierto lo recorría de pies a cabeza desde hacía unos días. Se sentía confuso. A veces la miraba y se reconocía en ella, otra veces sentía que había perdido la conexión y la veía extraña, desconocida.Ella también estaba distante. Desde la vuelta sólo lo tenía por momentos. Lo reconocía en su risa loca, en su mirada tierna, en sus movimientos endemoniados al ritmo exagerado de la música. Por sus hábitos de lectura nocturno, su pasión por la cocina, sus caricias suaves, sabía que se trataba de la misma persona a la que había amado todo lo que podía recordar que era capaz de amar. Su preocupación por lo superficial, su dependencia de amigos virtuales, los mensajes y llamados misteriosos de números desconocidos o nombres poco frecuentes la hacían dudar. Su indiferencia le hacía darse cuenta que lo había perdido para siempre. Con todo el dolor que la decisión implicaba, se alejó de él. Pero su firmeza nunca era absoluta, y cedía ante la impulsiva y reiterada aparición de él.Nunca era capaz de decirle que no. Se sentía un títere, y ya no sabía si era más infeliz cerca o lejos de él. Sólo cuando se dio cuenta que ella ya no era ella, que él ya no era ni volvería a ser la persona a quien quería, y que él nunca volvería a elegirla, se sintió desoladamente sola. Cada día le costaba una eternidad. Miraba su teléfono infinitas veces por día y aunque con su mirada parecía rogarle que sonara, que vibrara, que hiciera algo, nunca era la señal que esperaba. Volvió a temer encontrarselo en cada calle, en cada esquina, en la entrada del cine, en un bar cualquiera, en los lugares que solían recorrer. Volvió a esperarlo y a desesperarse, a sufrir y llorar en soledad. Pensó que por algún motivo el boomerang le estaba jugando una mala pasada, algo debía haber hecho mal. Estaba segura que él estaba ahora con otra. Lo imaginó armando nuevos planes, conviviendo con ese nuevo fantasma, esperando un hijo, formando una familia. La imagen de su cara sonriente y feliz la torturaba como si fuera una burla constante. Ella, otra vez, se veía humillada y reducida a la nada. Efectivamente él estaba con otra, y no pasó mucho tiempo hasta que la llevó a vivir a su casa, pero no fue por amor, fue por soledad. Más de una vez se arrepintió, pero cuando veía crecer la panza de ella, se sentía cautivo e incapaz de hacer nada. El dinero comenzó a no alcanzarle, y la rutina lo fagocitaba. No era esa la vida que quería para él, pero acaso era lo que merecía. Ella ya no tuvo fuerzas para volver a empezar. No entendió, no supo, no pudo, no soportó. Una conjunción de emociones y sentimientos volvió a confundirla, a aturdirla. Lo amaba, y no podía evitarlo.Ese atardecer se sintió perdida. Su vida no tenía sentido, sus preguntas no tenían respuestas y las respuestas no le servían para encontrar una salida. Ya estaba casi oscuro. Prácticamente no lo dudó. Vio acercarse las enormes luces blancas, escuchó el ruido, pero ella ya estaba ausente.Sólo de vez en cuando él viajaba hacia el conurbano. Le gustaba llamar con ese término al territorio de la provincia de Buenos Aires cercano a la Ciudad, de alguna manera era como establecer una diferencia no sólo geográfica, sino también cultural. Venía de cobrarle una deuda a un cliente. Cuando el tren quedó detenido, puteó como la mayoría de los que estaban a bordo. Maldijo la ocurrencia de quien había elegido ese momento y ese lugar para llevar a cabo su acto final. Llegó a su casa a duras penas. Había viajado muy mal, estaba cansado. Encendió la tele, puso el noticiero. Informaban acerca del accidente. Mientras miraba la pantalla sonó el teléfono. Cuando dieron los datos de la víctima, él estaba en plena conversación. Nunca se enteró que su destino y el de ella se habían unido y separado aquella tarde por última vez. Pasó un tiempo incluso hasta que él volvió a cruzarse con el mensaje de ella en su teléfono. "Te amo, no puedo evitarlo", leyó por última vez antes de pulsar delete.Fin.

Capítulo XI. Reincidencia.

No quiso verlo, tampoco llamarlo. Pero su insistencia fue más fuerte y logró doblegar la decisión de ella.¿Realidad o ficción? Ella no podía creer el juego macabro del destino que otra vez la ponía a prueba y la obligaba a tomar una decisión. Otra vez a romperse la cabeza contra una pared de dudas, mentiras, engaños y no pudiendo dejar de oír a sus sentimientos verdaderos, y mientras tanto, entregarse a la corriente y dejarse llevar por la situación. Un cuestionamiento tras otro. ¿La razón o el corazón?, ¿qué era lo que debía elegir?, y ¿por qué tenía que hacerlo? Estaba tan sola frente a esa situación, nadie más que ella misma podía decidir y no había quién pudiera ayudarla. Ninguna de las recomendaciones que le hicieran parecía abarcarla. ¿Cómo negarse otra oportunidad?Si alguien le hubiera advertido el rumbo de las cosas, probablemente hubiera elegido otro camino. Nada era tan mágico, ni tan fácil, ni tan tierno como podría haber esperado. Increíblemente todo resultó más áspero de lo imaginado. Volver a poner los pies en su casa y encontrarla tan cambiada. Sentir la presencia fantasmal de un pasado reciente. Encontrarse tan fuerte y tan débil al mismo tiempo. Lidiar permanentemente entre la fantasía y la realidad, entre ser y no ser, estar, permanecer, transcurrir, e irse definitivamente. Un recuerdo superpuesto con otro, la comparación inevitable, el dolor permanente.Cuando ella desapareció de la vida de él, es probable que su existencia haya permanecido entre él y su nueva historia aún a pesar de él, aún a pesar de ella, aún a pesar de Romina. Ahora era Romina la que ya no estaba, pero para ella y creía que él, seguía estando. Definitivamente todo resultaba un juego muy perverso donde era difícil identificar a los ganadores y perdedores. Quizás no se tratara de algo tan simple y la situación no se definía en esos términos.El nunca supo por qué Romina se alejó de él. Ella creía que lo había abandonado porque se había dado cuenta que en verdad no lo quería, que tampoco le había resultado fácil ocupar un lugar definitivo en la vida de él, y que él tampoco era dueño de una personalidad simple. El no encontró respuestas y eso lo hacía sentir peor. Romina prefirió recluirse en la religión, en sus familiares y en sus amigos antes de entregar su vida a un proyecto que no la convencía. Cuando el encanto inicial pasó, ella pudo descubrir que no estaba haciendo lo que realmente quería y que no quería realmente a esa persona. Igual le costó tomar la decisión. Apenas unos meses después se sintió afectada por una enfermedad y volvió a llamarlo. El estuvo con ella, pero pasado el susto, volvió a distanciarse.Esa espina clavada no lo dejó en paz, se sentía eternamente en el limbo. Las imágenes se le confundían, sus deseos también. Perdió el eje y se sintió muy solo. Odiaba esa sensación, por eso insistió con volver a su pareja de años. Ella le fue funcional, lo ayudó a salir adelante, lo acompañó, lo abrazó fuertemente. Sin querer iba proyectando cosas, y cuando se daba cuenta que en realidad nada era como antes, volvía a sentirse frustrada. El, entonces, se encargaba de hacerle creer que todo podía ser mejor que antes. Salían a comer afuera, paseaban por los lugares que ya conocían y por otros nuevos. Buscaban reencontrarse con las cosas que los unían y con las que se sentían bien. Volvieron a estar juntos, a planear viajes, a pensar de a dos. Pero no hubo caso, él nunca cumplió sus promesas