viernes, 8 de enero de 2010

Capítulo IX. Romina.

Delgada, pelo largo, estatura normal, llamativa por su carácter extrovertido, por sus curvas, por la femineidad manifiesta en su forma de arreglarse. Divertida, sonriente, alegre. Decidida, delicada, sugerente. Así era Romina. Sus características la ubicaban en un extremo opuesto de lo que él había conocido hasta entonces, y se sintió lógicamente atraído.Romina estaba sola. Venía de fracaso tras fracaso en sus últimas relaciones. El era un viejo conocido. No tenían mucho trato, sólo alguna que otra vez se habían cruzado en algún evento fortuito. Después de mucho tiempo, ya no sabe cómo, no le prestó atención al detalle, pero él reapareció una vez más en su vida. El era tan solidario a veces, que no iba a dejarla sola en un momento de crisis. La invitó a tomar un café. La cita era un lunes por la tarde, era un encuentro desesperado. Nadie se junta un lunes por la tarde. El se arregló para esa ocasión. Buscó en su cajón una de las remeras que más le gustaban, se puso perfume, y se fue nervioso, mintiendo obligaciones. Ya en el lugar se dejó capturar por los ojos inquietos, por el halo de desprotección que la cubría y por su sonrisa. Decidió que se enamoraría de ella en el mismo momento en el que estaba sucediendo.Romina estaba sola. No tenía nada que perder frente a un hombre que se mostraba interesado, que la hacía sentir hermosa, que resaltaba todos sus atributos y que era capaz de patear el tablero para elegirla a ella. Cómo no iba a decidir ella también darse una nueva oportunidad.El le mandaba mensajes con frases de canciones, le escribía extensos correos electrónicos tratando de contarle toda su vida y pidiéndole más datos para conocerla más, para apropiarse cada vez un poquito más de ese ser que quería para sí. Cada día la llamaba para darle los buenos días. Le hacía regalos, la invitaba a salir. La exhibía como un artículo de lujo frente a sus amigos, se sentía en el séptimo cielo.La fantasía no podía ser más intensa. El amor flotaba por todos lados. La vida era posible después de decidirse a pegar el volantazo y cambiar de dirección. Los planes no tardaron en llegar. Romina era la mujer perfecta y él no quería perderla, quería aprovechar cada instante con ella, quería que la vida durara una eternidad y que esa eternidad reprodujera siempre ese instante de felicidad.Romina era amiga de sus amigos. Romina se llevaba bien con su mamá. Romina cocinaba. Romina era alegre. Romina era divertida. Romina era un ángel que cayó del cielo, y él estuvo dispuesto a curarle las heridas. Había perdido tanto tiempo, y ya no quería seguir haciéndolo. Todo lo que no había tenido hasta ahora, lo tenía con Romina, y lo que estaba por venir, sería con ella.Pintar las paredes, cambiar los muebles, reordenar los espacios. En sólo un par de meses los planes de casamiento estaban en marcha. Que la fecha, que la fiesta, que el civil, los invitados, el catering, los regalos, la luna de miel, que el vestido, los padrinos, la iglesia.Entre tantos detalles, habían olvidado en ese mundo idílico las diferencias. El se decía ateo, aunque sus padres lo habían bautizado, le habían hecho tomar la comunión y su madre formara parte de la liga de madres de familia de la iglesia del barrio. Ella dijo ser creyente no practicante de una religión tan conocida como otras, pero con menos adeptos que las más populares. Los planes estaban en marcha. Ya todo estaba medianamente definido, sólo faltaba esperar. Fue cuando las diferencias, empezaron a surgir.

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