viernes, 8 de enero de 2010

Capítulo V. El engaño.

No necesitó más que unas palabras para saber la verdad. La suma de actitudes que le fueron dando las pautas de que algo andaba mal entre ellos las había ido captando de a poco. Si no les dio importancia a esas señales fue porque en el fondo se sentía segura, y porque en parte también estaba muy cansada. Más de una vez se despertó pensando si esa era la persona con la que quería estar toda su vida. Muchas veces sintió aburrimiento, otras tantas se sintió abrumada, en ocasiones llegó a sentir que no lo soportaba. No le gustaba que le respirara en la oreja cuando dormían abrazados. No le gustaba el mal aliento que tenía por las mañanas. Odiaba que se metiera los dedos en la nariz mientras miraban alguna película. No podía aguantar los eruptos, que para ella eran una muestra innecesaria de mala educación, falta de cuidado, respeto y delicadeza. No le gustaba que la abrazara con el sudor del verano, no le agradaba que quisiera desvestirla con sus manos heladas en invierno. Por momentos era demasiado sofocante y no le gustaba su eterna mañía de relacionarlo todo con el sexo.Por las mañanas era frecuente que él se levantara y pusiera la música que él quería a todo volumen. No le importaba si ella tenía que estudiar o si tenía que hablar por teléfono, o si simplemente le dolía la cabeza. Con frecuencia se peleaban por la posesión del control remoto, pero él era el dueño de casa, así que la victoria estaba asegurada.Otras veces lo miraba y veía en ese chico grande a un ser enormemente tierno del cual no quería despegarse nunca más. Amaba que la abrazara, se sentía contenida, y era muy feliz cuando tirados en la cama o en el sofá hacían planes e imaginaban el futuro sin dejar de abrazarse. Se moría de ternura cuando él se acurrucaba a su lado y ella le iba acariciando lentamente la cabeza. Jugaban a quererse mucho y para siempre. ´- ¿Me querés? -preguntaba ella.-Sí -aseguraba él.-¿Cuánto me querés?- Un montón!-Nada más que un montón? Y el resto de los montones?- Te quiero todos los montones.- Los montones de qué?- Contá todas las estrellas que existen y todo eso te quiero, todos los montones de estrellas que existen.- Y los montones de estrellas que no existen?- Te quiero todos los montones de estrellas que existen, existieron y existirán siempre.- Ah, bueno, entonces está bien -decía ella conforme.Esos diálogos podian repetirse varias veces al día, y siempre tenían la misma estructura, lo que iba variando era la medida siempre magnánima de manifestar el amor.El la cuidaba, estaba siempre pendiente de ella, buscaba complacerla siempre, y ella se complacía de que así fuera.Convivían en ella contradicciones muy fuertes. No podía imaginarse su vida lejos de él, pero muchas veces pensaba que habría un mundo de posibilidades sin él. Que quizás esa relación no funcionaría, que tal vez él no la quisiera tanto, que quizás fuera ella la que un día tuviera que pegar el portazo. Cuando discutían el mundo entero temblaba porque eran discusiones eternas, porque se cuestionaban todo, porque se lastimaban lo más que podían. Después venía la reconciliación y la calma, y de nuevo a empezar. Tuvieron momentos de turbulencia, pero con el tiempo se fueron conociendo y aceptando. Las peleas eran cada vez más esporádicas. Se entendían bien. Se complementaban. Se amaban. Tenían proyectos en común, y otros de los que preferían no hablar.El quería tener hijos, una familia. Ella tenía pánico de los hijos, no se animaba a formar una familia con él. No se sentía capaz de afrontar ese paso. El se convenció que quizás los hijos no serían una buena idea cuando la situación crítica de la economía hizo tambalear a todo el país. Ambos compartieron la idea de que el mundo era un lugar demasiado cruel para condenar a alguien más a padecerlo.Por esa época estaban viviendo una etapa de tranquilidad. Ella estaba muy concentrada en sus asuntos y casi no tenía tiempo para él. El se fue resignando a eso, y posiblemente haya sido el argumento que le sirvió como excusa. A ella le llamó la atención que él no le insistiera demasiado en ir juntos a la cama, y que la dejara sola as noches mientras él se iba a dormir. Fue una señal de alarma, pero ella prefirió interpretarlo como un rasgo de madurez y respeto de su parte. Después fue juntando unas palabras con otras, una actitud con otra, y en un segundo no le quedaron más cabos sueltos. Ella tenía esa capacidad de asociación que él nunca había entendido ni había sido capaz de descubrir.Cuando ella lo llamó y él le admitió que estaba tomando un café con una amiga, ella no necesitó más para darse cuenta de la gravedad de la situación. Le cortó la comunicación, juntó sus cosas y se fue. La mezcla de sentimientos que tenía en su interior hacían una revolución en su cabeza. En parte se sentía humillada, traicionada, bastardeada y también liberada.Lo que sucedió después fue un arsenal de pensamientos cargados de orgullo, de dolor, de miedo, de pánico, de incomprensión, de desazon, de desamor, de tristeza, de rencor, de soledad, de infelicidad. Emociones encontradas. Deseos enormes de no verlo nunca más, ansias de que todo sea una pesadilla, despertar y encontrarse nuevamente entre sus brazos.Nada fue como ella esperaba. En un abrir y cerrar de ojos el mundo se dio vuelta y ella no supo adaptarse a la nueva dinámica. El, en cambio, vivió una etapa de fantasía que evidentemente no duró toda la eternidad.

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