viernes, 8 de enero de 2010

No siempre triunfa, solo a veces

Nunca había imaginado una situación parecida. No solía tener actos de arrojo, más bien siempre había sido mesurada y conservadora. No supo entonces, y no lo sabe ahora qué impulsos la llevaban a actuar de esa manera, pero allí estaba, inmóvil por momentos, expectante, temerosa.Ya no recordaba el motivo de la discusión, sus pensamientos habían volado hacia otras latitudes, y se habían enroscado en las secuencias que sucedieron. La esencia se había diluido. Acaso tuviera en su fantasía imágenes de películas o telenovelas donde sin importar lo que suceda, los enamorados siguen siempre enamorados y el amor triunfa por sobre todos los obstáculos. Las escenas más trágicas y dolorosas pueden suceder, pero el amor es infinito y nada pude separar a los amantes que siempre terminan de blanco frente al altar destinados a ser felices y comer perdices. Esa tarde había discutido, y en el fervor y frente a las incongruencias de los argumentos expuestos, había dicho que todo se acababa en ese mismo momento, y se dio media vuelta y se fue. El, también enfurecido, se dio media vuelta en dirección opuesta y ambos se fueron cada uno por su lado con la decisión de nunca más volver a reunirse dejándolo todo en el olvido y maldiciendo el momento en que se conocieron.A poco de caminar los pasos se iban calmando, y el enojo empezaba a disminuir. Unas cuadras más y él ya estaba arrepentido. Sintió ganas de volver sobre sus pasos y pedir disculpas y hacer de cuenta que nada había sucedido. Pero pensó en que ella era menos permeable al sosiego y calculaba que ya estaba seguramente mucho más lejos del punto en el cual se habían distanciado. Se tomó el colectivo y en unos minutos ya estaba en su casa. Todavía estaba un poco nervioso por la situación, dio un par de vueltas más por el departamento. Encendió el equipo de música, la música siempre era un relajo. Miraba de vez en cuando el teléfono esperando que sonara. Cuando no aguantó más la ansiedad levantó el auricular, marcó el número y escuchó la señal de llamada. Del otro lado sólo recibió un frío "tu-tu-tu". Era evidente que ella seguía furiosa y le había cortado directamente. La actitud le molestó aún más por lo que repitió la llamada una, dos, tres, cuatro veces más hasta que por fin le respondió. Hubiera sido mejor que no lo hiciera. Los gritos se filtraron a través del teléfono, y el enojo y nerviosismo crecieron. De nada le valió a él mostrarse conciliador, a ella eso la enojaba más porque sentía que él no la entendía. Estaban en un círculo vicioso del que no podían escapar. Cansado, fue él quien finalizó la llamada. A ella no le gustó que la dejara con la palabra en la boca asi es que lo llamó y le dijo todo lo que pensaba, lo hirió todo lo que pudo destilando todo el veneno del que era capaz. Al otro día la situación se repitió. El llamándola, ella rechazándolo. Al tercer día ella esperaba continuar con la pelea. A esas alturas no recordaba ya ni por qué peleaba, todo se reducía a una cuestión de ego. Pero el tercer día, él no la llamó, el cuarto tampoco, al quinto ella hizo un llamado y el le cortó directamente. Dos días más tarde ella no podía dormir porque comenzaba a arrepentirse, a extrañarlo y porque se daba cuenta de lo innecesario de todo aquello. No sabía cómo arreglar las cosas hasta que una idea se le cruzó por la cabeza. Lo iría a buscar, el tema era cómo, cuándo, dónde. A su casa no porque no correspondia armar escandalo si la situacion se desbordaba nuevamente. La opcion era su trabajo, pero él trabajaba de noche y salía casi una hora antes del momento en que ella tenia que ingresar a la oficina. Era muy arriesgado ir hasta alli, la zona era oscura, era invierno y amanecía bastante tarde, pero ya no soportaba la ansiedad.Esa noche durmió poco. Se levantó muy temprano. Se vistió de la mejor manera que pudo y se arregló como para una cita. Tomó un taxi. Era oscuro todavía y encima había llegado temprano. Había calculado mal el tiempo de viaje, no se dio cuenta que el tráfico es escaso a esa hora y estuvo en el lugar bastante más temprano de lo conveniente. Pero allí estaba. No sabía qué iba a decirle y no sabía si él iba a querer escucharla. Por momentos se sintió ridícula. Tenía miedo a la gente que pasaba por allí, algunos alcoholizados, otros con caras intimidantes. Por momentos caminaba de un lado a otro, impaciente, de a ratos se quedaba quieta mirando en dirección a la entrada al edificio por si lo veía salir. El corazón parecía que iba a estallarle de curiosidad y desesperación, de humillación y de arrepentimiento. No estaba segura qué era exactamente, verdaderamente, lo que la había llevado hasta ahí. ¿Lo amaba realmente? ¿lo extrañaba de veras? ¿podría sobrevivir sin el? No tuvo en ese momento las respuestas. Si se hubiera tratado de un examen, hubiera desaprobado seguro. La ventaja, en ese caso, era la posibilidad de un recuperatorio. Cuando lo vio aparecer allá lejos todavía, sintió unas irrefrenables ganas de desaparecer. Comenzó a avanzar en dirección contraria impulsada por el vértigo y sintiéndose enormemente tonta. Sólo había dado unos pocos pasos y se frenó. Ya estaba ahí, si se iba no se lo perdonaría a sí misma. Lo esperó. Cuando él la vio ahí sola, trémula, audaz, no pudo menos que sentirse reconfortado, inmensamente feliz y no se preocupó por controlar los besos y los abrazos. No hubo necesidad de aclarar nada, se querían.

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