viernes, 8 de enero de 2010

El sabor de la amargura

Le cuesta reconocerlo. Pero lo sabe muy cierto dentro suyo. Pretende actuar con normalidad, casi con indiferencia. Hacer como que nada importa. O pretender que lo realmente importante es otra cosa. Creer, o simular esa creencia, que los valores supremos están depositados en una mirada más allá de la que suele utilizar el común de los mortales. Mostrar una cara, la peor acaso, sin llegar nunca a ocultar del todo la verdadera identidad. Mientras los demás añoran el momento sublime en el que el reloj marca el fin de la jornada laboral, para ese ser cabizbajo, invisible, distante, ese instante es el peor. Se acaban las obligaciones. Se diluyen las caras conocidas. Se pierde su figura en pasos inseguros hacia un destino que no tiene variación pero que prefiere retardar a través de cuadras y cuadras y cuadras, y más cuadras. Como si el cansancio pudiera llevarse sus pensamientos. Como si el aire fresco pudiera borrar sus sentimientos. Como si retrasar el final pudiera hacerlo cambiar.Cuántas veces se sintió dentro de una película. Como si su imagen deambulante estuviera atrapada dentro del celuloide y no pudiera escapar jamás del guión ya escrito vaya a saber uno por quién. Pensó en Dios. Se rió de la imagen que se le representó. Una luz celestial obnubilando un rostro que nadie vio y apenas adivinando un brazo cuya mano sostiene un bolígrafo que dibuja sobre un cuaderno las instrucciones que habrán de seguirse en cada escena. Finalmente descartó la idea de que un ser magnífico se ocupara de su insignificante vida. Imaginó también que sólo alguien muy perverso podría prepararle semejante trama.Imposible no llorar cuando su mente se pierde en cavilaciones trascendentales. Siente que en su interior hay algo que no puede evitar. Sus gestos delatan aquello que no se atreve a decir. No lo puede compartir. Cree que nadie lo comprendería. Tal vez sea un rasgo de egoísmo. Racionalmente sabe que hay cosas peores. Pero no se resigna. Aquello de mal de muchos... nunca le sirvió como consuelo. Cada día la misma sensación acompaña su rutina. A veces busca distraerse con cualquier cosa. Mira sin mirar cientos de títulos en las librerías. Evita encontrar rostros familiares entre transeúntes desconocidos. Ingiere una golosina tras otra. No importa lo que haga, no puede evitar la inundación que provoca en cada centímetro de su cuerpo el más intenso sabor de la amargura.

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