viernes, 8 de enero de 2010

Lejos

Suena el despertador. Vuelve a sonar. Me cuesta tanto levantarme. Otro dia comienza y ya quiero que termine. Agarro la ropa que se me ocurre para ese dia. Me meto en la ducha y espero que el agua haga correr todo lo que perturbe la memoria de mi ser. Me siento en cámara lenta. Ya se hizo tarde y yo hago todo lentamente. La combinación de colores no me convence. Me siento en la cama y pienso qué otra vestimenta podría utilizar, mientras los minutos pasan. Para cuando me decido el tiempo ya ha volado lo suficiente. Doy muchas vueltas antes de salir de casa. No encuentro monedas, siempre me olvido de conseguir cambio. Recuerdo que había visto una en un rincon, otra que solté en mi bolso, y así voy juntando el peso con diez que necesito. Cuando llego a la estación veo acercarse el tren. Debo correr para alcanzarlo. No tengo ganas, pero como en un acto reflejo siento mis pies correr pesadamente. Alcanzo a subir entre apretujones y respiraciones sofocantes. Otro día comienza y ya quiero que termine. Se parece tanto a otros...Cuarenta y cinco, quizás cincuenta minutos más tarde llego a la estación terminal. Desciendo y cual oveja en un rebaño sigo sin cuestionamientos, inerte, el movimiento de la masa humana que se desplaza en la misma dirección con destino a la salida para combinar con colectivos y subtes. Camino. Sólo unas cuantas cuadras me separan del lugar al que voy. Siento la brisa fresca en mi cara. Apenas puedo vislumbrar que el sol está asomando, por lo demás es un día sombrío. Algo parece estrujarme en el interior de mi pecho. No pasa nada, es sólo una profunda y dolorosa punzada que me acompaña largamente. No voy a tener la suerte de morir en ese mismo instante. La idea me provoca resignación, y pienso, nada va a pasarme, pero si sucediera, ni siquiera vas a enterarte.

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