viernes, 8 de enero de 2010

Piedra libre

Apoyé el brazo contra la pared. Apoyé la cabeza sobre el brazo. Cerré los ojos y empecé a contar. Uno. Dos. Mientras contaba imaginaba las estrategias de mis compañeros. Adivinaba el destino de sus pasos. Agudizaba el oído tratando de maximizar los sentidos. Tres. Cuatro. Seguramente ellos estuvieran más preocupados por sus propias acciones que por las mías. Era el momento para abrir los ojos. Para levantar un poco el brazo y espiar sin que se dieran cuenta. Contar más rápido inclusive. Cinco, seis, siete, ocho, nueve, diez. Preferí respetar las reglas. Cuarenta y ocho, cuarenta y nueve. Mientras contaba escuchaba las voces cada vez más fuertes, cada vez más insistentes que me gritaban "dale", "ya está". No les hice caso. Para cuando llegué a noventa y nueve las voces ya se habían apagado bastante. Cuando me di vuelta para buscarlos, muchos de ellos habían decidido abandonar voluntariamente sus escondites. Eramos varios. A algunos los pude detectar entre las sombras. Otros se sentían tentados por la adrenalina del juego y los descubría por el sonido de sus risas contagiosas. Ya avanzadas las primeras oscuridades, el juego llegaba a su fin interrumpido por los padres que venían al encuentro de sus hijos, y porque a mí también habían venido a buscarme. Entre decepcionados, algunos me miraban con bronca. Ya era tarde. Debíamos volver a casa. Me quedé con esa sensación desagradable de haber interferido en algo que nos resultaba divertido sólo por cumplir con lo que habíamos acordado. Me habían dicho que tenía que contar hasta cien. No protesté porque sabía que era a propósito. Y con el objetivo de devolverles la gentileza me había demorado en el conteo. Mi venganza se había cumplido a medias. Por la noche me despertó el ruido del teléfono que sonaba con insistencia. Supimos que cuando ya todos se habían retirado, la madre de uno de mis compañeros había llegado agitada, muy demorada a buscar a su hijo. Fue cuando los padres de mi amiguito cayeron en la cuenta de que no lo habían visto retirarse. Me enteré que lo buscaron largo tiempo. Recorrieron todos los rincones. No hubo indicios. Nadie encontró rastros. Los medios de comunicación se ocuparon del tema hasta el hartazgo. Se lo había tragado la tierra. Me sentí culpable. Ese sentimiento me acompañó a través de los años. De tanto en tanto tengo pesadillas. Sueño que me sorprende en cualquier lugar, imagino que un día de estos va a salir a mi encuentro con un grito triunfal, el único que podria liberarnos a ambos.

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