viernes, 8 de enero de 2010

Capítulo III. Ambos.

En cada página ella mezclaba anécdotas del viaje, descripción de paisajes y declaraciones que daban cuenta de sus sentimientos confusos y enrevesados. Transcribía su interpretación de gestos, de lecturas entrelíneas de hechos que sucedían y cuya argumentación la encontraba en el conocimiento empírico que tenía acerca de cómo era él y la forma en que ella fue aprendiendo cada una de sus características. El había cambiado, o quizás ella lo veía diferente. La distancia había terminado por convertirlos en algún punto en seres extraños pero conocidos. Esos fantasmas no permitieron ahuyentar prejuicios con respecto a las cosas que no le gustaban a cada uno del otro. No fueron capaces de darse una nueva oportunidad real.Ella siempre reflexiva y meditabunda. El siempre impulsivo y práctico. Muchas veces se complementaban, otras tantas entraban en cortocircuito. Eran como el ying y el yang, vivían su propia armonía y su propia turbación. Pero las fuerzas contrarias acabaron por separarlos.El se preocupaba por lo estético. Siempre quiso ser popular, le importaba caer bien y destacarse siempre llamando la atención. Pero durante su vida con ella, él nunca antes había manifestado preocupación por su imagen. Esta nueva característica de su persona, lejos de alegrarla, le hizo notar que era sólo una señal de que él ya no era el mismo. Los valores que habían compartido se hicieron añicos, como una copa de fino cristal estrellada contra el suelo. Nunca pudieron recomponer ese tesoro que los unió durante tanto tiempo.Sin embargo, había algo que estaba claro entre ambos. El había sido la persona más importante en la vida de ella, y lo seguía siendo. Ella había sido la persona más importante en la vida de él, y no estaba seguro que hubiera dejado de serlo. Por más que quisiera, él no podía desoirla. Muchas veces le había jurado que él iba a estar siempre con ella, y si bien eso no resultó cierto, la verdad es que cada vez que ella lo llamó, él le respondió inmediatamente.Hacía mucho que no tenía noticias de ella. Ya estaba prácticamente desterrada de su vida cotidiana. Pero como otras veces, no pudo dejar de responder a ese Te amo, no puedo evitarlo. El sabía que si ella le había escrito, seguramente era que estaba triste, tan triste como cada vez que se vieron desde la ocasión en que pusieron fin a la relación. El no quería ilusionarla, pero tampoco quería seguir sintiéndose responsable por la tristeza de su corazón. Ahora que ella había venido a invadir nuevamente su ser despertando recuerdos que parecían dormidos, no podía hacer de cuenta que el mensaje no existía. No podía hacer de cuenta que ella no existía.Devolver llamado, esa fue la opción que marcó. El siempre le devolvía un llamado. Ella había pasado todo el día caminando. Se sumergió en cada calle del centro porteño, se perdió entre los diques de Puerto Madero, casi no le quedó espacio por recorrer. Tenía la convicción que mientras más caminara el cansancio le iba a ganar al dolor. Tenía la vista perdida en el agua inquieta y marrón del río cuando sintió la vibración de su teléfono. Lo buscó lentamente y cuando lo tuvo delante de sus ojos, casi se le paralizó el corazón. Era su número. ¿Responder o no responder? Ese era su dilema. Qué iba a decirle él, qué iba a decirle ella. Intermitentemente la pantalla se iluminaba mostrando el número llamante... ella no lo había agendado en sus contactos, pero lo había registrado en el chip de su cabeza. Tuvo miedo. Temió que él le dijera que la llamaba para aclararle que ya basta, que lo olvidara, que estaba en otra sintonía. En breves instantes una colección de imágenes e interrogantes pasaron por su cabeza. El teléfono vibró varias veces hasta que por fin la llamada quedó perdida. Tuvo miedo, mucho miedo. La incertidumbre era mejor que la certeza. No quiso escuchar eso que ella tantas veces había intuido, no quiso sentirse humillada otra vez. La llamada quedó perdida. Ella también.

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