viernes, 8 de enero de 2010

Capítulo XII. El final definitivo.

Ella lo veía distante. El estaba distante, un cosquilleo incierto lo recorría de pies a cabeza desde hacía unos días. Se sentía confuso. A veces la miraba y se reconocía en ella, otra veces sentía que había perdido la conexión y la veía extraña, desconocida.Ella también estaba distante. Desde la vuelta sólo lo tenía por momentos. Lo reconocía en su risa loca, en su mirada tierna, en sus movimientos endemoniados al ritmo exagerado de la música. Por sus hábitos de lectura nocturno, su pasión por la cocina, sus caricias suaves, sabía que se trataba de la misma persona a la que había amado todo lo que podía recordar que era capaz de amar. Su preocupación por lo superficial, su dependencia de amigos virtuales, los mensajes y llamados misteriosos de números desconocidos o nombres poco frecuentes la hacían dudar. Su indiferencia le hacía darse cuenta que lo había perdido para siempre. Con todo el dolor que la decisión implicaba, se alejó de él. Pero su firmeza nunca era absoluta, y cedía ante la impulsiva y reiterada aparición de él.Nunca era capaz de decirle que no. Se sentía un títere, y ya no sabía si era más infeliz cerca o lejos de él. Sólo cuando se dio cuenta que ella ya no era ella, que él ya no era ni volvería a ser la persona a quien quería, y que él nunca volvería a elegirla, se sintió desoladamente sola. Cada día le costaba una eternidad. Miraba su teléfono infinitas veces por día y aunque con su mirada parecía rogarle que sonara, que vibrara, que hiciera algo, nunca era la señal que esperaba. Volvió a temer encontrarselo en cada calle, en cada esquina, en la entrada del cine, en un bar cualquiera, en los lugares que solían recorrer. Volvió a esperarlo y a desesperarse, a sufrir y llorar en soledad. Pensó que por algún motivo el boomerang le estaba jugando una mala pasada, algo debía haber hecho mal. Estaba segura que él estaba ahora con otra. Lo imaginó armando nuevos planes, conviviendo con ese nuevo fantasma, esperando un hijo, formando una familia. La imagen de su cara sonriente y feliz la torturaba como si fuera una burla constante. Ella, otra vez, se veía humillada y reducida a la nada. Efectivamente él estaba con otra, y no pasó mucho tiempo hasta que la llevó a vivir a su casa, pero no fue por amor, fue por soledad. Más de una vez se arrepintió, pero cuando veía crecer la panza de ella, se sentía cautivo e incapaz de hacer nada. El dinero comenzó a no alcanzarle, y la rutina lo fagocitaba. No era esa la vida que quería para él, pero acaso era lo que merecía. Ella ya no tuvo fuerzas para volver a empezar. No entendió, no supo, no pudo, no soportó. Una conjunción de emociones y sentimientos volvió a confundirla, a aturdirla. Lo amaba, y no podía evitarlo.Ese atardecer se sintió perdida. Su vida no tenía sentido, sus preguntas no tenían respuestas y las respuestas no le servían para encontrar una salida. Ya estaba casi oscuro. Prácticamente no lo dudó. Vio acercarse las enormes luces blancas, escuchó el ruido, pero ella ya estaba ausente.Sólo de vez en cuando él viajaba hacia el conurbano. Le gustaba llamar con ese término al territorio de la provincia de Buenos Aires cercano a la Ciudad, de alguna manera era como establecer una diferencia no sólo geográfica, sino también cultural. Venía de cobrarle una deuda a un cliente. Cuando el tren quedó detenido, puteó como la mayoría de los que estaban a bordo. Maldijo la ocurrencia de quien había elegido ese momento y ese lugar para llevar a cabo su acto final. Llegó a su casa a duras penas. Había viajado muy mal, estaba cansado. Encendió la tele, puso el noticiero. Informaban acerca del accidente. Mientras miraba la pantalla sonó el teléfono. Cuando dieron los datos de la víctima, él estaba en plena conversación. Nunca se enteró que su destino y el de ella se habían unido y separado aquella tarde por última vez. Pasó un tiempo incluso hasta que él volvió a cruzarse con el mensaje de ella en su teléfono. "Te amo, no puedo evitarlo", leyó por última vez antes de pulsar delete.Fin.

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