sábado, 20 de noviembre de 2010

Helado de frutilla

Siempre sentí rechazo por la cocina y las tareas domésticas. He declarado hasta el hartazgo que soy una perfecta inútil en materia culinaria. Las ollas no se hicieron para mí, y las sartenes mucho menos. En las raras ocasiones en las que no me quedó otra alternativa que cocinar algo para subsistir, recurrí al nunca bien ponderado "sanguche" de huevo frito. Allí estaba yo, haciendo malabares a un metro de distancia para que el aceite no me salpicara.
Hubo un tiempo, sin embargo, que se me dio por incursionar en ese ámbito tan ajeno a mi y lo hice airosamente. Por una vez hacía algo que merecía la aprobación de mi familia. Pero como todo aquello que no se practica, terminó por quedar en el olvido.
En un ataque de nostalgia hoy me levanté decidida a recuperar un poco de la gloria pasada. Compré la crema de leche, una caja de gelatina, leche condensada. Hacía un par de días había comprado abundante cantidad de frutillas. Sin embargo, no pude recordar la receta. Acabé por poner algunas frutillas en un vaso, agregarle azúcar y comerlas mientras miraba la tele. El helado se derritió en mi memoria, sin embargo, me dejó cierta reflexión flotando en mi cabeza.
Entendí que así como se derriten los helados, se desvanecen los recuerdos. Que a veces el sabor de un buen recuerdo es mejor que la cruda realidad, y que hay ciertos recuerdos que mejor no congelar. Que sin recetas hay ciertos objetivos que no se logran. Y que en última instancia, es bueno tener un plan B que nos permita descubrir que hay cosas que pueden saborearse de otra manera.
Definitivamente la cocina no es lo mío... Y el helado, tampoco.

No hay comentarios:

Publicar un comentario