viernes, 7 de mayo de 2010

Frío

Un súbito estremecimiento le recorre el cuerpo. Se encoge de hombros, se acomoda el cuello de la campera para abrigarse mejor. Rápidamente introduce sus manos resecas en los bolsillos. Camina derecho, rígido. Fumaría si pudiera, pero tiene frío y nunca en su vida ha fumado. Mientras camina imagina que una cámara lo sigue. Se siente dentro de una película. Un pensamiento se dispara y piensa en la influencia de los medios. Tantas teorías debatidas, tantos estudios realizados y otros más en pleno proceso acerca de los efectos de los medios en las personas. Se siente avergonzado cuando se sorprende pensando en que quizás la hipermediatización sí hizo estragos en su forma de mirar, ver, pensar, vestir, ser, vivir. Imagina que una cámara lo sigue y registra cada movimiento, como el Gran Hermano, o, mejor, como en una película. Sospecha que si gira su cabeza y mira de frente, más allá, fuera de los límites que puede percibir hay un puñado de personas mirando atentamente cada movimiento mientras come pochoclos y no puede olvidarse del teléfono celular ni por un momento. Alguien seguramente estará obstaculizando la atención que su proyección merece por un impertinente mensaje de texto o un llamado inoportuno. Al mismo tiempo cree que en lugar de ojos tiene cámaras donde él también registra imágenes y produce un documental distinto. Se siente una pieza más en un sistema que es perverso y tormentoso. Mira, y es mirado en un continuo de tiempo que burla la temporalidad de los medios y que al mismo tiempo les hace el juego. Se siente Truman, un poco tonto y otro poco inocente. Mira los carteles llenos de publicidad en las marquesinas e imagina que son parte del juego comercial de la publicidad no convencional. Los típicos "chivos". No se siente digno de un premio, más bien se sabe mediocre, sin capacidades para actuar, sin un libreto interesante. Ve pasar una y otra vez cientos de autos frente a sus ojos. Acaso como El Principito se pregunte si los que pasan ahora siguen a los primeros. Ve caras que le resultan conocidas y que se pierden en la multitud. Internamente sabe que no se trata de un deja vu. No sabe cuándo comenzó a rodar su película, menos aún sabe cuándo finalizará. Como Truman vive engañado y se deja engañar. A diferencia de él, no tiene la fortaleza para abrir la puerta animarse a vivir una vida distinta.
Camina con las manos en los bolsillos. Un frío abrazador lo envuelve justo cuando comienzan a pasar los títulos. Ese fue su fin.

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