viernes, 2 de abril de 2010

Espejo

Vi su mirada huidiza. Percibí que no era feliz. No era necesario tener demasiada habilidad, se notaba en su rostro la tristeza de su alma. Era como un pájaro enjaulado que ve pasar sus días a través de las rejas que limitan su espacio del externo. No eran más que barrotes que la hacían sentir dueña de su propio infierno. Nunca había sido dueña de nada. Todo lo que tenía eran condicionamientos, un contexto que la marcaba, un destino predefinido. Alas que ella misma se había cortado. Una puerta que ella misma cerraba.
Escuché su relato. Lo cuestioné inclusive. Era tan fácil advertir todo lo equivocada que estaba! Le expuse mi punto de vista, la llevé hasta el rincón donde uno no tiene más que sincerarse consigo misma. Honestidad brutal, otra vez.
Vi sus lágrimas. Percibí su congoja. Escuché sus razones.
No sentí pena por ella. Me desesperó no poder ayudarla.
De pronto me encontré a mi misma diciéndome las cosas que me hubiera gustado escuchar poco más de diez años atrás cuando todavía había tiempo para torcer el destino.
No soy la única que comete errores.
Y no soy la única que es incapaz de solucionarlos.
Se fue con su tristeza a cuestas. Con su falta de decisión, con su falta de elección. Resignación, una condena a muerte de la que, a veces, es difícil escapar.
Un espejo roto. Siete años de mala suerte. Yo le avisé. Ella no quiso escucharme.

No hay comentarios:

Publicar un comentario