miércoles, 17 de marzo de 2010

Ojos

El cansancio se hace sentir también en la mirada. Hay imágenes que se vuelven difusas, y otras que creo ver y no sé si en realidad ocurren o son un producto mental. Siento como si hubiera fuego dentro de mis pupilas, me arden. Me quito los anteojos y con la mano derecha refriego primero un ojo y luego el otro. La calma es momentánea, realmente me queman. Quisiera cerrarlos para siempre, no sentirme perdida, difuminada entre una marea inabarcable de nada, de todo, de confusión. No hay paz. Todo se apaga cuando cierro los ojos pero la procesión va por dentro. Una parte de mi se niega a ver, y la otra responde con una visión distorsionada de las cosas.
Sé que la respuesta interior es cruel y que aunque pretenda no la puedo acallar. Todo me supera. Lo cierto es que no hay una mirada límpida y clara a través de mis ojos. Estoy ciega. Deambulo por la vida dando tumbos entre las paredes, tropezando con las veredas rotas y el asfalto lleno de baches. No veo. Nada me permite percibir más allá que la oscuridad de mi mundo. Tomar un puñado de arena y encontrar que al cabo de un instante todo se evaporó. Sentir el vacío más absoluto entre la oscuridad y la nada. Cerrar los ojos y no ver, abrirlos y seguir presa de la confusión, la noche y el hastío. Sentimientos tristes que trascienden la calidez de los momentos, la fraternidad de los amigos, una mirada que habla y dice muchas cosas. Un silencio que se escucha. Un reflejo de luz que nunca vuelve a encenderse.

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