sábado, 24 de abril de 2010

Pequeñez

Ser uno en un millón. El caos inesperado en la tranquilidad más absoluta. Historias mínimas que crecen y se magnifican. Todo, absolutamente todo está contemplado en un universo minúsculo.
La pasividad del transcurrir de los días cargados con la misma emotividad cotidana. Momento de ruptura que irrumpe y la tempestad sobreviene. No hay salvavidas en una selva donde rige la ley del más fuerte. Pruebas para las cuales no hay preparación, y sólo a veces algún recuperatorio. El sol gira alrededor de un grano de arena. La luz se refracta para todos lados, por momentos enceguece. Perder la visión, no encontrar el rumbo. Conformarse con lo que antes no alcanzaba. Pedir, suplicar, rogar. Nada es suficiente para salvar la pequeñez del ser.
Sentimientos que van y vienen de un pensamiento al otro. La imaginación que atraviesa todos los límites aumentando el caos y la confusión. Cerrar los ojos y sentir que hay todo un mecanismo allá afuera que hace y deshace a gusto y placer. Entregarse a la resignación o luchar con vehemencia, una determinación que no se agota en si misma sino que muta de un instante al siguiente.
Espera engorrosa que no tiene fin. Ansiar el fin. No hay salida de emergencia. Padecer, sufrir, desesperarse, agotarse en la desesperación. Noche oscura, días grises, incertidumbre manifiesta, invierno permanente.
De pronto algo se modifica. Vuelve la luz. Alegría magnánima. Compartir el sentimiento con todos no alcanza. Ambición de inmortalidad. Alcanzar un momento de gloria, de plenitud, de eso que llaman felicidad. Saberse vulnerable, chiquito, enormemente pequeño pero sumamente importante. No hay principio ni final. Todo es posible. La pequeñez sigue existiendo, la perspectiva es otra. Una historia más para el anecdotario. Pero una historia con final feliz. A festejar.

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