lunes, 5 de julio de 2010

Pasado

La mirada lo dice todo. Esa mirada suya que está empañada de ayer. Se extravía a veces. Reconozco en esa pérdida una inevitable fuga hacia el pasado. La escucho hablar y es como si el abismo siguiera llamándola a arrojarse sin miramientos, en un acto de decisión infinito que la deja sin aire, le hincha el pecho hasta explotar y la deja caer con peso de plomo para hacerse añicos una vez más.
Sus palabras se entrecortan. Se nota el nudo que tiene en la garganta. Hace esfuerzos por disimular la humedad de sus ojos. El tiempo es su calvario. No ha aprendido a vivir de otro modo. Un halo de soledad la embarga, la inunda, la rodea, la absorbe continuamente a pesar del lento transcurrir de los inviernos que le han congelado en tantas ocasiones el alma.
La resignación no termina de dibujarse en ese rostro de arrugas incipientes. La veo distante y aunque lo intento no puedo imaginar cuáles son los pensamientos que la embargan. Sé que construyó respuestas imaginarias para aquellas preguntas para las cuales la providencia no le ha dado respuesta. Aprendió, sí, que en ocasiones no tiene sentido hablar. Quizás no haya ahorrado en tantas cosas como en palabras. Su mutismo le otorga un halo de misterio que seduce a las curiosidades más ansiosas. Sin embargo no hay nada extraño detrás de ese rostro sin sonrisas.
Alguna vez me dijo que su vida había concluido en el mismo instante en que descubrió que nunca más podría reconstruir los fragmentos en los que se había convertido su corazón básicamente porque ya no podría soportar ninguna otra fisura. No lo creí entonces. Me pareció una exageración producto de su reciente decepción. Sin embargo, desde entonces no he visto en ella más que a un fantasma. Comprobé con el tiempo que era un ser sin alma. Deambuló anestesiada por todos los círculos del infierno, sin embargo su castigo peor fue no haber podido jamás perder la memoria de todos aquellos recuerdos que la atormentaban y que aunque los deseara con toda ansiedad, nunca más iban a hacerse realidad. Muy tarde aprendió que cuando una oportunidad se desperdicia, no se puede volver atrás.

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