jueves, 3 de junio de 2010

De pie

Pensé que el caudal de humedad que fluía entonces no iba a acabarse nunca. Estaba convencida que iba a ser capaz de crear un nuevo océano con la salinidad que desbordaba mis ojos. Es cierto que se humedecen, y que me arden cruelmente aún. Ya no hay, sin embargo, inundaciones eternas como solía haberlas. No importaba que quisiera crear diques de contención imaginarios, la necesidad de rebalsar todo lo que me excedía era ya una rutina. No importaba dónde, cuándo ni con quién. No había defensas que pudieran soportar tanta presión.
No es lo mismo ahora. Acaso mi rostro conserve las huellas de un curso de agua seco que sólo de tanto en tanto vuelve a ser recorrido por el dejo de nostalgia. No hubo puentes, sin embargo pasó mucha agua. El puente que había fue destruido antes de que pudiera darme cuenta y no hubo manera de restablecer el vínculo y transitar el mismo camino.
Las pesadillas me persiguen, de todos modos. Fantasmas que surgen a veces, pero aprendí a convivir con ellos. Son parte de mi cotidianidad que paulatinamente fueron acosándome hasta volverme muy loca, y luego, con la misma tenacidad se fueron retirando. Ya no importa si están más o menos presente, a veces no me doy cuenta. Me acostumbré, sí.
Caminar las mismas calles de las que antes huí, sentirme acompañada dentro de la soledad que construí. Reemplazar un vacío por otro y en el trayecto advertir la certeza del golpe, el crecimiento irremediable, la desesperación absoluta, la tormenta más intensa y encontrar que aún así puede haber calma. Estoy de pie.
No voy a negar expectativas que languidecen con el paso del tiempo, ni esperas que permanecen en algún rincón inesperado del pensamiento haciendo guardia inexplicablemente. No es sencillo abandonar las ideas proyectadas, ni las sensaciones más profundas. La imposibilidad material no suele ser un buen argumento.
Pude hacer cosas que creí imposibles. Renuncié a otras con las mismas características. Me entregué al precipicio más sofocante y me hice añicos contra el fondo. Un poco machucada, pero estoy entera.
No sé si soy la persona que era. Probablemente desconozca incluso quién soy. No me reconozco en este presente cuando aún estoy atada al pasado. Pero inevitablemente soy este ser inasible, complicado, y enrevesado que todos ven. Seguramente sea ese mi único signo de identidad que trasciende. Así ando por la vida con toda mi carga a cuestas. Se disparan los pensamientos, los recuerdos, las asociaciones de ideas. Mi mano ya no te busca, y casi podría decir que mi piel ya no te extraña. Pero puede ser que mi cabeza me mienta, mientras mi corazón me desenmascara.

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