viernes, 2 de abril de 2010

Otoño

Otra vez la nostalgia. El color ocre de los árboles. Las veredas alfombradas de una hojarasca esponjosa y molesta a la vez. Ramas que van quedando desnudas. Viento húmedo, juguetón, fresco. Días tibios. Anocheceres tempranos. Abrigos incipientes. Nunca un ciclo se me hace tan evidente como el otoño.
Su llegada es subrepticia pero sumamente evidente. Tres meses de profunda tristeza. Recuerdos que vuelven cuando aún no terminaron de irse. Vida mediocre.
He descubierto su belleza con el paso de los años. He visto su paisaje más hermoso en ocasiones inolvidables. Me he regocijado con su presencia. Me he asombrado con su variedad inescrupulosa.
En mis épocas de infancia cada año juntábamos las hojas para pegarlas en la carátula del cuaderno. El ritual consistía es buscar las hojas con las formas más definidas, el color más amarillo o más marrón. A veces era difícil encontrar hojas ya arrancadas por el viento y había que sacarlas prematuramente de su rama. Creo que los programas de estudio no han cambiado desde entonces, aunque puede ser que los árboles sean cada vez más escasos.
Desde hace un tiempo su llegada no deja de ser un puñal que marca el ocaso de mi vida. Es la antesala de la cruel realidad del invierno. Sé que el frío de mi alma es mucho más brutal. No hay abrigo que pueda contra eso. No hay nada que detenga el paso del tiempo.
Otoño. Nostalgia. Tristeza. Abrazos rotos. Silencios eternos. Un frío mortal se acerca, invade, inunda, congela.
Otra hoja que el viento se lleva.

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