viernes, 9 de abril de 2010

Adiós

Esta ciudad me conoce. Me ha visto transitar sus calles una y otra vez. He compartido mis penas con ella. También mis alegrías. Alguna tarde me senté en su vereda a contemplar el paso de los autos como el paso de la vida misma. Llenó mis pulmones de contaminación. Me arrastró hasta sus orillas. Se volvió sofocante en los días álgidos de verano y muy cruel en las noches de invierno.
En sus bares me dio refugio en mis días de tristeza, en mis períodos de estudio, y aún ahora en los tiempos de internet. En ocasiones también me sentí expulsada. Marginación citadina. Gente por todos lados. Siempre algún corte de calle o alguna manifestación que provoca perturbaciones en el tránsito. Siempre caos. Sirenas, bocinas, bombos, petardos. Confusión de baldosas flojas, sorpresas de inundaciones inescrupulosas, arrebatos en cualquier esquina. Inhospitalidad irrespetuosa que te hace sentir extraño en su territorio, que dificulta el retorno como castigo por la imprudencia de haber invadido un espacio al que no se estaba invitado.
Marquesinas luminosas, intermitentes, constantes han sido un faro en las caminatas nocturnas. Un centro de atracción para despejar la mente. Una fantasía para formar parte de una película.
Esta ciudad no va a extrañarme cuando me vaya. La gente seguirá yendo y viniendo. Ningún bar va a dejr una mesa vacía. No habrá en sus rincones huellas de mi presencia. Será como si nunca hubiera existido. En esas veredas donde gasté mis zapatillas habrá espacio para que otros caminen. El tumulto, el caos y la confusión seguirán existiendo.
No estaré yo, pero entonces, nada habrá cambiado.
Igual que vos, esta ciudad ya no me quiere.

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