jueves, 21 de abril de 2011

Asuntos pendientes

No quise hablar. Tampoco me interesaba escucharlo. Sabía cada palabra que me diría, y no quería una vez más que la cantinela se repitiera infinitamente. Supe desde hace mucho tiempo que no iba a poder cambiar su forma de ver las cosas. Tampoco sus actitudes, y mucho menos sus acciones.
Desde que tengo memoria todo ha tenido un sentido trágico a su alrededor. No porque tuviera una mirada negativa de las cosas sino porque su manera simplista y cerrada de pensar terminaba por generar consecuencias indeseables para todos, menos para él.
No recuerdo que alguna vez nos hayamos mirado a la cara de un modo directo y en paz, todo lo contrario. El único móvil era la discusión. Hasta que un día decidí que ya no discutiría y simulé que no estaba en mi vida, y que podía continuar con esa ausencia. Una ausencia que fue doble, física porque él no estaba, y mental porque yo procuraba no pensar en él. Sin embargo, había una tercera ausencia que yo pretendía que no existía, pero que en cambio, me ha acompañado dolorosamente desde siempre.
La carencia de su afecto en los hechos, en la cotidianidad de los días, de la reciprocidad mutua que se suponía debería existir entre nosotros, pero que no estaba, eso sí era una constante.
Ahora que lo veo a través del tiempo, más avejentado, aunque igual de terco, me doy cuenta que no lo conozco. Sé que a su manera cree que me acompañó y que siempre estuvo conmigo. Yo creo que nunca estuvo. Sé que me quedan muchos asuntos pendientes, pero no tengo crédito para cancelar mi deuda, una deuda que no es de él, sino mía.

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