sábado, 19 de febrero de 2011

Moon

Durante años asumí la identidad que me dijeron que tenía. Un librito verde, rectangular, con un escudo en la tapa me decía que yo era esa persona. La misma que primero no tenía foto, y que a medida que fui creciendo debí ir actualizando. Me enseñaron a presentarme, a firmar de acuerdo con esa combinación de letras. Es cierto que la identidad se construye con el tiempo. También que puede destruirse de la misma manera.
A veces me sorprendo al ver cómo he ido mutando aún a pesar mío en la propia identificación de mi ser. Me cuesta reconocerme en un espejo. También es difícil acostumbrarse a otro nombre. Abandoné parte de mi identidad. Es como un sinónimo que me hace pensar en que soy la misma persona pero de un modo diferente. Elegí escapar de mi propia historia. Simular las raíces que conectan con el origen. Asumir una independencia de fantasía. Querer ser otro ser y no ser.
En el fondo mi propio yo me persigue. Soy esa dualidad que no puede definirse nunca. La bisagra que no termina de separar el pasado del presente.
Es en vano el intento, lo sé. Pero poco a poco me convenzo que ya no soy esa que he dejado de ser.

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