miércoles, 16 de febrero de 2011

Aprendizaje

Teníamos discusiones que se repetían casi a diario. Cualquier cosa era justificativo suficiente para el enfrentamiento. Nos habíamos acostumbrado a ellas. El dolor era parte de la desgastante relación que habíamos construido. Un juego peligroso que nos llevaba al extremo de nuestras posibilidades.
Tensión. Orgullo. Rabia. Capricho. Estupidez. Todo eso se juntaba en momentos que resultaban abrumadoramente turbulentos, de los cuales nos costaba salir y recomponer el diálogo. Cuando te fuiste, el torbellino se fue con vos. Me quedé extrañando la desolación de aquellos momentos sin los cuales ya no sabía vivir. Me fui acostumbrando a la tranquilidad rutinaria de la soledad. Todo lo que nos atormentaba, nos separaba y nos volvía a unir pasó, como pasan las hojas que arrastra el viento durante los días de otoño.
Sé que no vas a volver, y espero que los días de tormenta nunca más vuelvan a mi vida. Pienso en lo inexplicable de nuestras reacciones y me sorprendo más de una vez observando cómo se pelean las parejas en la calle. Imagino que esa tormenta que nos devastó hará lo propio con ellos. Tal vez sea una etapa inevitable, parte de un aprendizaje al que nos obliga la vida de a dos.
Acaso las decisiones no sean tan definitivas, o la experiencia nos lleve otra vez por los mismos caminos. Hoy pienso en otra persona, y sin embargo, creo que la nube se aproxima.

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