jueves, 19 de julio de 2012

Invariable

Es cierto que quisiera gritar. Quisiera gritar hasta quedarme sin voz. En cambio, callo. El silencio me anuda la garganta, me vuelve sombría, me llena de melancolía. No traducir en palabras los pensamientos que fluyen en mi cabeza me atormenta. También sé que de nada me serviría soltar argumentos incomprensibles para el resto.
Volví a caminar como desesperada por las calles de la ciudad. El viejo recurso que durante un tiempo me acompañó cuando pretendía evadir mis pensamientos fue la metodología natural que encontré. Todo me es ajeno. La gente, los ruidos, los lugares. Lo único importante es no detener el movimiento. Lugares que no conducen a ningún lugar.
Reflexiones absurdas que asfixian. La sensación de desamparo parece no tener fin. El poder sobrenatural de las emociones es capaz de convertir el más pequeño de los dolores en una gran marea de tristeza en la cual dejarse caer con violencia.
Los pies no duelen. Duele el alma. Las calles se agotan, y marcan el final del recorrido. Nada vuelve a su lugar, sin embargo, todo sigue como antes.

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