jueves, 21 de abril de 2011

Asuntos pendientes

No quise hablar. Tampoco me interesaba escucharlo. Sabía cada palabra que me diría, y no quería una vez más que la cantinela se repitiera infinitamente. Supe desde hace mucho tiempo que no iba a poder cambiar su forma de ver las cosas. Tampoco sus actitudes, y mucho menos sus acciones.
Desde que tengo memoria todo ha tenido un sentido trágico a su alrededor. No porque tuviera una mirada negativa de las cosas sino porque su manera simplista y cerrada de pensar terminaba por generar consecuencias indeseables para todos, menos para él.
No recuerdo que alguna vez nos hayamos mirado a la cara de un modo directo y en paz, todo lo contrario. El único móvil era la discusión. Hasta que un día decidí que ya no discutiría y simulé que no estaba en mi vida, y que podía continuar con esa ausencia. Una ausencia que fue doble, física porque él no estaba, y mental porque yo procuraba no pensar en él. Sin embargo, había una tercera ausencia que yo pretendía que no existía, pero que en cambio, me ha acompañado dolorosamente desde siempre.
La carencia de su afecto en los hechos, en la cotidianidad de los días, de la reciprocidad mutua que se suponía debería existir entre nosotros, pero que no estaba, eso sí era una constante.
Ahora que lo veo a través del tiempo, más avejentado, aunque igual de terco, me doy cuenta que no lo conozco. Sé que a su manera cree que me acompañó y que siempre estuvo conmigo. Yo creo que nunca estuvo. Sé que me quedan muchos asuntos pendientes, pero no tengo crédito para cancelar mi deuda, una deuda que no es de él, sino mía.

sábado, 9 de abril de 2011

Bebe

Me mira. Me sonríe a veces. Sus ojos claros me muestran su picardía. Juega con mi pelo. Se duerme en mis brazos en ocasiones. Hay una conexión que es fugaz pero simpática e intensa.
¿Dónde estaba cuando todo estaba pasando? me pregunto mientras la observo. Inevitablemente pienso en el paso del tiempo. Hay un abismo que nos separa entre su generación y la mia. Seguramente las cosas van a darse vuelta un día y seré yo quien no la comprenda. Probablemente mi mirada sea de desolación e incertidumbre.
Allí está, pequeña, sonriente, llorona a veces. Balbucea sonidos, juega. Mueve sus manitos sin coordinación, inspecciona un objeto, luego otro. Es inquieta, veloz y curisosa. Descubre el mundo a cada paso y todo lo que sucede a su alrededor le llama la atención. Imagino que en su micromundo es feliz.
Sé que crecerá antes de que pueda darme cuenta de la velocidad con la que transcurre el tiempo. Algún día se irá y yo quedaré extrañando la indescriptible suavidad de sus caricias inocentes. Es sólo una beba, pero pronto, no sé cuándo, dejará de serlo.

sábado, 2 de abril de 2011

A donde vas cuando no tenes escapatoria?

¿A dónde vas cuando no tenés escapatoria? Se hizo esa pregunta cientos de veces. Nunca encontró otra respuesta más que permanecer inmóvil esperando a que el final suceda. Se pasó años recorriendo el mismo camino para llegar siempre a los mismos lugares. No le encontraba sentido a veces, es cierto. Pero nunca se atrevió a encarar otro destino, o no supo cómo hacerlo.
Ahora está allí sentada, con sus pensamientos desparramados por cualquier lado. Se siente desamparada y sola. Sabe que no tiene escapatoria. Intenta que la música la aturda. Pone la radio a todo volumen. Escucha las canciones pero no les presta atención. Llora, como siempre llora. Es como una niña pequeña acurrucada en un rincón purgando una penitencia por haber cometido una travesura. ¿Cuántas veces va a sucederle lo mismo? Innumerables.
Dicen que el camino del dolor hay que atravesarlo una sola vez. Pero ella no puede dejar de ir y volver por ese trayecto. Está como atrapada en un laberinto inmenso que la agota, la consume, la neutraliza.
Está perdiendo todas sus oportunidades. Ya ha perdido bastantes. Si sólo se tratara de suerte, el azar nunca la acompañó. Si se trata de accionar, nunca sabe qué hacer, y sus elecciones no han resultado afortunadas. Se ha quedado inmóvil desde hace tanto tiempo, que no sabe ahora cómo seguir. Como hace tanto que no lo sabe. Se ha dejado estar. Anduvo dando vueltas en círculo, pretendiendo llegar a un lugar distinto. Nadie la acompaña, y se siente perdida.
Nadie podría acompañarla tampoco. No sabe estar en soledad, y no sabe dejarse acompañar. Ahora, mientras la música suena. Mientras afuera hay un sol radiante. Ella está ahí, viviendo la noche de su vida, y preguntándose una vez más, a dónde va a ir, si ya sabe que no tiene escapatoria. Y la respuesta está ahí mismo, en esa actitud pasiva, resignada. No va a ir a ningún lado. No tiene monedas para el colectivo.

Cuervos

Cuervos. Son cuervos. Negros. Oscuros. Feos. Comen mi carroña. Me despedazan. Se hacen la fiesta con los pedazos de mi vida. Me asechan. Están expectantes. Me vigilan. Me persiguen con su mirada condenatoria. Me miran con recelo. Me cuestionan. Me huelen. Miden mis pasos. Me rodean. Simulan que son otra cosa, pero son cuervos. Horribles. Feroces. Perversos.
Sobrevuelan mi andar para todos lados. Se pelean por los restos de mi cadáver. Les entregué mi vida, pero su apetito no fue saciado. No tengo más que ofrecerles, y lo toman todo con sus picotazos que me dejan sin energía. Me chupan la sangre como si fueran vampiros. Me roen como si fueran ratas. Me asustan con sus ojos enormes y amenazantes, pero me resigno no sin dolor.
Me consumen envida mientras esperan mi muerte. Los conozco a todos. Sé como son, uno a uno les conozco las mañas y sé que nadie va a privarse de celebrar mi último respiro. Saben que me clavaron el puñal de la decepción hace tiempo. Que aunque sobrevivo, morí hace mucho tiempo. Vivo con ese dolor desde que descubrí que les salían sus primeras plumas y sus corazones se volvían cada vez más oscuros. Son cuervos. Yo los crié y ahora me están sacando los ojos.

Ilusión

Frasquitos de colores de pronto se convierten en esperanza. Dejar atrás el pasado, sentirse seguro, adquirir confianza, recuperar la inventiva, la creatividad, tender lazos de comunicación, propiciar la fe, generar emociones, entrar en sintonía con el universo. Si todo fuera tan sencillo.
No hay armonía que me conduzca hacia vos. Intento alternativas pero me desoriento en el laberinto de incongruencias, incógnitas que nunca se resuelven, temores que cuesta enfrentar. Aferrarse una y otra vez a fantasías que nunca van a concretarse, ideales que no existen, pensamientos imposibles que se consumen toda la energía. Marchar a media máquina con un itinerario incierto.
Comprar la ilusión y pagarla en efectivo. Llevarla atrapada en doble envase para que no se escape. No tiene un gran costo económico, pero si todo fuera tan sencillo, entonces no dejaría de ser elitista porque para todo aquel que no pueda tener su pócima, no existe más alternativa que el azar.
Me siento incluida en ese ejército de seres expectantes de los deseos de la buena o mala fortuna. Creo que aunque tenga mi frasquito, algo fallará. No obstante, la incertidumbre, la expectativa que genera la posibilidad de que sí funcione, me llena de ilusión. Entonces pienso que el precio en realidad paga ese momento. La decepción posterior se pagará en cuotas.

Furia

Escribe rápido, como si quisiera sacar con furia las palabras que se le atragantan irrefrenables y confusas. No conoce otra forma de gritar silenciosamente. Sabe que todas esas frases se pierden en el mismo momento en el que las deja salir. Nadie más las leerá. Ella imagina que le cuenta sus pesares a alguien que la escucha, porque ya no tiene a nadie que la escuche. Ni ella misma quiere escucharse.
No tiene habilidad para escribir frases geniales. También perdió la claridad que tenía en otro tiempo su escritura. Son sólo frases que arma como si recortara las palabras de un diario y las pegara en una hoja. No es un mensaje anónimo ni es una amenaza, ni tampoco es la tarea del colegio. Es un instante desesperado en el cual necesita simplemente sobrevivir.
Todo lo que escribe termina en la basura. Siente que todo lo que le pasa no es nada más ni nada menos que eso, residuos de una vida que si hubiera podido elegir, hubiera seleccionado otra. Pero es la que le tocó y no sabe qué hacer con ella.
Su vida es un invierno. Fría, gélida. Permanece congelada en el tiempo. No deja de tiritar de miedo, de inseguridad, de fracasos que le generan escalofríos continuamente. El castañetear de sus dientes se escucha como una melodía agobiante que se vuelve insoportable cada vez. Es una vida gris, lacerante, desolada, como la noche más fría de julio.
No se hace preguntas existenciales. No cree en milagros. Ya no tiene esperanzas. Lo único que la desespera es no saber cuándo llegará el final. Sabe que la primavera nunca brillará. Sus ojos grises no pueden percibir otra gama de colores. No siente la calidez de un abrazo, ni la tibieza de los afectos. Descubrió que nada de todo eso existe, que las personas se dejan engañar con la fantasía de cariños que no existen, valores que se traicionan, compañías virtuales que esconden individualidades francamente egoístas. Ella no puede con todo eso. Nunca supo disimular lo que sentía. Pecó de ingenua infinidad de veces. Ha sido torpe otro tanto. Y se quedó sola definitivamente cuando descubrió que ya no podía confiar en nadie, ni siquiera en ella misma.
Ahora escribe con rapidez. Una palabra, otra, frases inconexas, sin sentido. Furia. Dolor. Tristeza. Cobardía. Soledad. Angustia. Desesperación. No relee lo que escribe. Todo se reduce a un montón de papeles arrugados cuando descubre que las palabras también la traicionan.