viernes, 25 de junio de 2010

Magia

Su voz me atrapa. Sus palabras me cautivan. Sus frases me dibujan. Imposible evitar el viaje al que me invita. Melodías sensibles que apuntan a la profundidad de mis sentimientos, desnudan mis recuerdos.
Me entrego a la tristeza con él. Imagino un mundo posible y fantaseo con otra realidad. Creo que disfrutar es posible y que el mundo puede ser una maravilla. Me dice cosas hermosas al oído que no quiero dejar de escuchar.
Captar la sensibilidad y traducirla en una composición armónica es mérito de un poder sobrenatural. Una belleza inaudita. Su reproducción infinita hasta la banalidad es tal vez la aberración a la que nos expone lo masivo pero es también lo maravilloso del pop.
Si algo es mágico seguramente tiene un origen inexplicado y un final inesperado. Es caprichoso el destino a veces. Es cruel también. No es tan simple soñar en ocasiones. Me ofreció un canal para hacerlo muchas veces. También me predijo cosas que hubiera preferido ignorar.
No sé dónde está, pero sé que está en algún lugar. No puedo imaginar qué sucederá en su interior, y qué pensaría de sí mismo en la situación actual. Está ajeno a todo. Sé que probablemente nunca más vuelva a verlo. Me desconsuela pensarlo, pero me argumento que peor hubiera sido privarme absolutamente de su esencia.
Emprendió un viaje silencioso. Como Truman abrió la puerta y simplemente se bajó del show. Ya lo había hecho antes y por un breve instante, al cabo de un tiempo se volvió a subir. Esta vez creo que es definitiva. Creo que se va a ir para siempre. Pero al menos, me dejó su magia.

Ojos de ayer

Es una visión sesgada. Un tamiz que distorsiona. Una realidad que no fluye. Una historia que condena. Insólita mirada que abruma. Actuar en función del pasado. Vivir sin futuro.
La mirada sepia condena al fracaso. Todas las acciones tienen destino de nada. Es una decisión sutil pero cruel. No hay voluntad ni capacidad de reacción.
El desgarro interior no encuentra alternativas de cura. No importa lo que haga. Allí está, esperando a que algo por fin suceda.
Torbellino de circunstancias que revuelven las hojas amarillas generando el caos más absoluto y total. Apenas percibe el cambio de estación, un día es similar a otro. Las variaciones son esporádicas. A veces se oculta detrás de excusas tontas. Ni puede creerse las cosas que inventa. Excusas para vivir, aunque sea con ojos de ayer.

Vuvuzela

Es la vedette del momento. Le quitó protagonismo a todo. La pelota perdió fuerza en su eficacia y a nadie llamó la atención. Su interferencia generó quejas por la interrupción de la comunicación entre los técnicos y los jugadores. Las transmisiciones deportivas se vieron afectadas en su calidad de sonido. Los canales más sofisticados se ocuparon de equalizarlas. Pero aún así, el mundo todo habló de ella.
La mostraron en los programas deportivos, en los noticieros. Los famosos la exhibieron, la criticaron, la odiaron. Hablaron de su precio en Sudáfrica, y en los comercios del Once. Su sonido se hizo popular... vulgar forma de estar en la pomada dirían los más anticuados.
Más importante que Maradona como técnico, se la escuchó más que a las declaraciones de la selección francesa luego del escándalo, se hizo más famosa que la modelo paraguaya cuya única virtud fue realizar una grandiosa campaña de marketing de sí misma a partir de la exhibicion gratuita de sus pechos apretujados. Más liberadora que la política del apartheid.
Su nombre ya debe figurar entre los más mencionados en el último tiempo en el libro de los records. Pasó de ser una ilustre desconocida, a ser la más top. Algo así como Tito, el guardaespaldas de Ricardo Fort. Todos la nombran, todos la quieren, todos la critican, pero todos la tocan. Es, sin dudas, la vedette del momento. No importa quién resulte campeón, ella ya ganó.

Bubuzuelos

Todos embobados. El mundo es una pelota y la pelota es un mundo hiperreal. Nos topamos con ese mundo globalizado a cada instante. Fanatismo extremo que algunos critican y otros asumen. Espacio de libertad donde todo lo que tenga que ver con la redonda, esa que tiene un nombre que me recuerda a un jacuzzi, pero que en realidad parece que es menos confortable porque dicen que no entra en el arco, y eso, lejos de descontracturar como si fuera un spa, crispa los nervios de más de uno.
Allí están todos. Hombres, mujeres, niños, ancianos. Los únicos discriminados son los que falsamente pretenden abstraerse de esa efervescencia díscola y descomunal. Todos opinan. Todos saben. Todos miran. La ñata contra el vidrio de los trabajadores que no pueden pagarse la consumición y miran la tv desde afuera. La fiebre consumista que se cura con un LCD en cincuenta cuotas. Todos locos por el fútbol. Con frío, con curiosidad, con esperanza... y en el peor de los casos, con desolación y tristeza. Ilusiones rotas en apenas 90 minutos, siempre y cuando no haya alargue porque entonces la esperanza y la agonía se prolongarán por un rato más. Lágrimas de emoción ante un veterano jugador que confirma el eslogan de la marca deportiva que dice que nada es imposible.
Ser y pertenecer a esa especie mundialista que son los fanáticos exitistas elevados a la máxima expresión. Licencia que una vez cada cuatro años nos llena de bubuzuelos por todos lados. Prode entusiasta que sube y baja posiciones, competencias entre preferencias, negocios monumentales, información geográfica, cultural, social y una música comercial que martilla las cabezas más intensamente que el pajarito de Twistos. Finalmente, la pelota es redonda y sigue girando. La gloria es pasajera, y la decepción, también.

viernes, 4 de junio de 2010

Truman

Pocas imágenes han quedado tan registradas en mi memoria como aquella. Tal vez no sea muy significativa en sí misma, pero lo es por lo que representa. Un tipo que simplemente se detiene unos instantes, duda pero finalmente se decide y con firmeza abre la puerta y sale.

Qué significa ese instante en el que la persona se para frente a una pared, luego descubre que hay un picaporte, y al advertir que es una puerta, duda. Qué le dispara esa duda respecto de eso que está viendo, y qué lo impulsa a abrir la puerta y salir. Lo que no se cuenta es qué hace cuando está del otro lado. Cuáles son los pasos que sigue.

Muchas veces me ha sucedido sentir que estoy frente a una situación límite, frente a una puerta cuyo picaporte no me animo a tocar. Muchas veces me he quedado atrapada pensando cuál sería la salida, y si efectivamente esa era la salida. No he tenido ni la resolución ni la firmeza, me agoté en la duda, la indecisión, y el miedo.

El miedo paraliza, es cierto. Enloquece a veces. Me he visto tantas veces frente a una pared sin llegar a distinguir la puerta. He visto la salida y no me he atrevido a cruzar el umbral. Elegir por miedo. Miedo a elegir.

Truman vive un mundo distinto. Su realidad es otra. Nada de lo que sueña es un sueño real, nada de lo que imagina está librado al azar. Todo está previsto, diagramado, diseñado en función de las expectativas de los demás. Hay una planificación encubierta donde cada quien cumple un rol. Toda su vida ha sido un engaño. Sin embargo, frente a la puerta, Truman se decide a dejar ese mundo de fantasías. Desafía su destino. No sabe qué hay del otro lado de la puerta. No sabe cuál será su futuro. No tiene idea de qué va a hacer en esa realidad que será más real. Se anima, abre la puerta y simplemente sale.

No se ha sabido qué sucedió luego. A nadie le importó tampoco. Truman es un mediático al que todos espían para no animarse a mirar la propia vida y aplicar los correctivos que correspondan para llegar a un resultado mejor. Es más fácil mirar la vida ajena y juzgar desde la cómoda butaca que está frente al televisor. Meras distracciones. Refugios que nos muestran lo que queremos ver.

Truman simplemente abrió la puerta. Dejó de lado la rutina conocida, la gente que hace y dice siempre las mismas cosas y que luce sonrisas artificiales. Yo, a diferencia de Truman, sigo sometiéndome a tormentas implacables que me paralizan. No tengo su firmeza, pero sé que hay un ojo que me está mirando.

jueves, 3 de junio de 2010

De pie

Pensé que el caudal de humedad que fluía entonces no iba a acabarse nunca. Estaba convencida que iba a ser capaz de crear un nuevo océano con la salinidad que desbordaba mis ojos. Es cierto que se humedecen, y que me arden cruelmente aún. Ya no hay, sin embargo, inundaciones eternas como solía haberlas. No importaba que quisiera crear diques de contención imaginarios, la necesidad de rebalsar todo lo que me excedía era ya una rutina. No importaba dónde, cuándo ni con quién. No había defensas que pudieran soportar tanta presión.
No es lo mismo ahora. Acaso mi rostro conserve las huellas de un curso de agua seco que sólo de tanto en tanto vuelve a ser recorrido por el dejo de nostalgia. No hubo puentes, sin embargo pasó mucha agua. El puente que había fue destruido antes de que pudiera darme cuenta y no hubo manera de restablecer el vínculo y transitar el mismo camino.
Las pesadillas me persiguen, de todos modos. Fantasmas que surgen a veces, pero aprendí a convivir con ellos. Son parte de mi cotidianidad que paulatinamente fueron acosándome hasta volverme muy loca, y luego, con la misma tenacidad se fueron retirando. Ya no importa si están más o menos presente, a veces no me doy cuenta. Me acostumbré, sí.
Caminar las mismas calles de las que antes huí, sentirme acompañada dentro de la soledad que construí. Reemplazar un vacío por otro y en el trayecto advertir la certeza del golpe, el crecimiento irremediable, la desesperación absoluta, la tormenta más intensa y encontrar que aún así puede haber calma. Estoy de pie.
No voy a negar expectativas que languidecen con el paso del tiempo, ni esperas que permanecen en algún rincón inesperado del pensamiento haciendo guardia inexplicablemente. No es sencillo abandonar las ideas proyectadas, ni las sensaciones más profundas. La imposibilidad material no suele ser un buen argumento.
Pude hacer cosas que creí imposibles. Renuncié a otras con las mismas características. Me entregué al precipicio más sofocante y me hice añicos contra el fondo. Un poco machucada, pero estoy entera.
No sé si soy la persona que era. Probablemente desconozca incluso quién soy. No me reconozco en este presente cuando aún estoy atada al pasado. Pero inevitablemente soy este ser inasible, complicado, y enrevesado que todos ven. Seguramente sea ese mi único signo de identidad que trasciende. Así ando por la vida con toda mi carga a cuestas. Se disparan los pensamientos, los recuerdos, las asociaciones de ideas. Mi mano ya no te busca, y casi podría decir que mi piel ya no te extraña. Pero puede ser que mi cabeza me mienta, mientras mi corazón me desenmascara.